Érase una vez un niño que creció escuchando a Janis Joplin. De cabellos rizos, siempre blancos, soñaba con un mundo mejor.

Creía que construir un mundo mejor era posible. Su nombre era Ricardo y cuando sus compañeritos de escuela se peleaban, él les regalaba una flor. “Dénle una oportunidad a la paz”, les decía. Se le recontra cagaban de risa en la cara a Ricardito, claro. Pero a él no le importaba. “John Lennon me entendería”. Ese era su consuelo.

Cuando le preguntaban si tenía ídolos, el pequeño Ricardo contestaba sin dudarlo: Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Luis Artime. Es que Ricardito era de Nacional, claro. Como la mayoría de los niños de este país. Gritaba los goles del argentino pero no le gustaba que el gran Peta Ubiña le pegara a los rivales y los tirara contra los carteles. “No hay necesidad”, repetía. Cuando en la Olímpica celebraban con júbilo que el Mudo Montero Castillo operara sin anestesia a los delanteros del contrario, él convocaba a los que estaban a su alrededor a una asamblea extraordinaria en la tribuna y los invitaba a reflexionar: “todos los hombres somos hermanos, es sólo deporte, estos comportamientos rayanos con lo inmoral y por qué no también con lo delictivo no pueden despertar nuestra admiración”. Su padre se ponía rojo de la vergüenza y, como castigo, no le compraba pororó. A él no le importaba, porque Jesucristo decía que había que poner la otra mejilla y perdonar. Sí, también había leído la Biblia y predicaba la palabra de Dios. Se hacía llamar Ravi Ricardo. Tenía siete años.

El tiempo pasó y Ricardito, ese chiquillo floripondio, se convirtió en un exitoso hombre de negocios. Wall Street lo veneraba. Mister Richard, como se lo conocía ahora, fue nombrado Hombre del año por la Revista Forbes durante catorce años seguidos. Las ganancias de sus empresas ascendían a un total de 79:456.958 de dólares por segundo, compraba islas en el Pacífico por diversión, saldaba deudas externas de países tercermundistas por hobbie, todo; era un excéntrico, desde ya, pero hasta el mismísimo Bill Gates lo consideraba un ejemplo a seguir. Lo tenía todo: fama, mujeres, dinero, una butaca en el sector 4 de la Delgado. Sin embargo, no era feliz. Cuando por las noches acostaba su cabeza en la almohada, reposando su peluca, lloraba. Lloraba porque se había traicionado. Lloraba porque sabía que Ricardito se había convertido en Mister Richard. En una de esas insomniosas noches de angustia y dolor, entendió cuál era su salvación. Reunir las dos pasiones de Ricardito, para así redimir a Mister Richard: Nacional y el hippismo serían, ahora, uno sólo. “Haré de Nacional el club más hippie del mundo”.

Fue electo Presidente y comenzó a llevar a cabo su plan: hacer un liceo en la sede de 8 de octubre, quitar los alambrados del Parque Central, ponerle pastito y agua a los camellos de los Reyes Magos todos los 5 de enero. La opinión deportiva estaba conmovida ante lo que era una verdadera revolución. Era el cambio en paz. Llegó la hora de nombrar los delegados en la AUF y no lo dudó: Blancanieves, Heidi y Caperucita Roja. Peñar*l, mientras tanto, nombrada a Al Capone, Pablo Escobar y Godzilla. No importaba: todo lo que alguna vez quiso hacer Timothy Leary, estaba pasando en Nacional. Si hasta La voz del Parque emitía mensajes de amor por los altoparlantes: “No a la violencia, sí a disfrutar del espectáculo con una actitud responsable y saludar al rival cuando vence en ley». «Proferir agravios e insultos al árbitro y jueces de línea puede herir sus sentimientos. Ellos también son personas». «Tomar vino en exceso previamente al ingreso al estadio y observar el encuentro alcoholizado impide disfrutar de las jugadas”.

La BBC de Londres vino a filmar un documental, peludos de todo el mundo llegaban a Los Céspedes a peregrinar, hasta los padres de Bambi se identificaron con la propuesta y decidieron radicarse en la casona de juveniles del club para trabajar honorariamente!! El reconocimiento era mundial, la utopía era un hecho, el plantel principal ayudaba a ciegos y ancianos a cruzar Jaime Cibils, se incorporó oficialmente a “Un mundo ideal” de Ricardo Montaner como himno del club,  se contrató a la perra Lassie para hacerse cargo del marketing de la institución, los recursos ante el Tribunal de Apelaciones se presentaban en hojas perfumadas en cannabis y empapadas en LSD: el paraíso sesentista, en pleno barrio La Blanqueada.

Pero como bien dijeron alguna vez Los Enanitos Verdes: todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina. Llegó el 31 de diciembre de 1969 y las propuestas que antes eran alabadas fueron, de repente, incomprendidas. Quizás poner a Florence Nightingale como director técnico fue un poco mucho. Y así, Alarcón volvió al llano. Poco más se supo de él. Algunos dicen que está ayudando a niños carenciados en Etiopía. Hay quienes afirman que lo encontraron de cocinero en la ONG del Padre Cacho. Otros juran que lo vieron pedaleando hacia el espacio, en la bicicleta con ET. No importa: vuelve, Ricardito. Vuelve, Mister Richard. Vuelve, que sin tí la vida se me va. Oh, vuelve; que me falta el aire si tú no estás. Oh, vuelve; nadie ocupará tu lugar. Sobra tanto espacio si no estás, no paso un minuto sin pensar, sin tí la vida lentamente se me va.

http://www.youtube.com/watch?v=p7QYo-9SlP0

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