Son las cinco de la tarde de un domingo de octubre y paso a contarles que me pertenece el olor de la tarde que viene acompañada con el sublime verde del pasto.

Son míos los tres colores de la bandera colgada que veo a la distancia y todas las banderas que se multiplican.  

Me pertenecen el dolor de algunas tardes y el sufrimiento hecho canción. 

Me apropio de la mirada que me presta una niña mientras come, feliz y en calma, muchos caramelos que atesora a su lado y que me alivia del agobio y del insulto que acabo de emitir segundos antes.

Me pertenece el sol sobre la Atilio que envidio a veces cuando el aire enfría en la Delgado y que agradezco cuando el verano aprieta.

Son míos los pregones de los vendedores que se detienen repentinamente atendiendo una corrida allá en mi verde.

Me pertenece el vuelo rasante de aquel tero. Soy dueña de una piedrita del pedregullo de la entrada. Tengo comprado cada escalón que voy subiendo. Me pertenece el piso que yo piso y que debo dejar limpio como cuando me recibe. Es mi propiedad el blanco de la sonrisa del Mago y el azul del cielo que me abraza en este mismo momento. 

Es mío el gol olímpico, el cabezazo y es  mía la suspensión en el aire de la chilena, como también son de mi propiedad todos los goles errados y los malos pases.

Soy tan dueña de  todo que me apropio de la decisión de treparme al alambrado solamente con la mirada  y no preciso otra bengala que mis manos, ni necesito silbar un himno para ser más fuerte porque mi propiedad es tan mía que no preciso alimentar mi soberbia de saberme dueña con una demostración infame.

Soy dueña de un carné que certifica una fecha falsa porque mi contrato no tiene vencimiento. Tengo tres papeles pegados sobre un plástico con un nombre, pero soy además la orgullosa dueña de los diez mil papelitos que vuelan ahora al viento.

Son mías las cientos de huellas que dejaron cientos de subidas desde el túnel y me pertenecen los nudos de las redes de esos arcos que temblando causan mi alegría o mi desdicha. En mi patrimonio están las equivocaciones y los errores tanto como las mejores virtudes, porque el patrimonio heredado no se discute. Se tiene o no se tiene y yo lo tengo.

Compré millares de postales de puños apretados que quiero enviar a los otros dueños allende las fronteras. Soy rica en canciones que repito y dueña de otras que no me gustan tanto pero que también me pertenecen. Me pertenecen el cemento antiguo y el moderno y el grito furioso de gol de las gargantas. Tengo la alegría depositada a plazo eterno cada vez que pongo la camiseta en mi regazo.

Me pertenece la nitidez que aclara cualquier pantalla de cualquier pulgada cuando me  muestran el lugar que es mío y que extraño cuando no estoy ahí.

Soy la propietaria de una milésima partícula del último aliento de Abdón. 

Soy dueña de todo esto y mucho más. Y si no me creen busquen la firma en mi corazón.

Cecilia810

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