Matías Moyano es un argentino bostero y bolsilludo. Hace unos días nos acercó esta vivencia que compartimos, que tiene como protagonistas a los rivales de esta noche.
15 de julio de 1988
Nacional vs Millonarios, en el Centenario por supuesto.
A pesar de haber nacido y de vivir toda mi vida en Buenos Aires, algún extraño designio del destino lo quiso así. Las vacaciones de invierno me llevaron a Montevideo de visita y una sorpresa especial me estaba esperando. Tenía 11 años pero lo recuerdo como si fuese ahora mismo.
Creo que hay algo de universal en esto, a todos nos pasó lo mismo, casi seguro. Ese momento único en que la escalera se termina y…. AHI ESTA!
El verde césped, los arcos con las redes impecables, la gente y las banderas. La camiseta, que nunca fue tan linda como ese día en que, por primera vez la tenés bien pero bien cerquita. ¿Será por el recuerdo de aquel día, que se me escapa una sonrisa cada vez que me asomo a la tribuna? Lo que sé es que siempre me pasa igual, cuando el cemento se corre y me deja ver, es el momento en que me digo «llegué».
Lo que más recuerdo de aquella noche es que se nos cumplieron todos los pedidos. Estaba con mis primos en el talud de la Ámsterdam (por supuesto, en cuanto pudimos nos mandamos más arriba). La consigna primaria era obvia, que ganara Nacional. No podía ser de otra manera, la primera vez tenía que ser una victoria.
Pero el simple hecho de ganar el partido no nos conformaba. Nuestras gargantas roncas, los papelitos flotando en el aire y sobre todo los colores. Esos colores que uno ama, multiplicados por miles cantando al unísono y brillando como nunca antes los había visto; esos colores merecían algo más, tenía que ser «por goleada».
Hoy en día, ni se me ocurre ponerme a pensar en el significado de esa palabra. Uno la dice y ya. Sin embargo no era tan sencillo entonces. A esa edad las cosas no eran tan simples, debían cumplirse ciertos requisitos para algunas cuestiones y este caso no era la excepción.
Uno de mis primos sostenía que, para tomar el resultado como una goleada «autentica», tenía que producirse una diferencia de tres o más goles sobre el rival, pero además debía mantenerse nuestro arco en cero. Si no, era otra cosa que NO podía llamarse «goleada». Sobre este tema tuvimos una acaloradísima discusión pero luego de arduas deliberaciones, nos pusimos de acuerdo en que la goleada podía ser considerada como tal, siempre que hubiera una diferencia mínima de tres goles, cualquiera fuese el resultado final.
El partido se nos presentó favorable desde un principio y con el 3-0 parcial estábamos más que contentos. Pero nuestra natural curiosidad de niños nos llevaba un poco más allá. Tal vez fue por el hecho de ver nuestras esperanzas realizadas tan pronto, tal vez lo hubiéramos pedido igual. Lo cierto es que…
Si, queríamos que ellos hicieran un gol.
El estadio era todo de Nacional y nosotros ya habíamos saciado (y por triplicado) nuestras ganas de gritar GOOOOOLLLLLLLL!!!!!!!
Claro, como dije, el estadio era todo nuestro y fue por eso que nos empezamos a preguntar dónde estaban los visitantes. Si había algún colombiano, no lo veíamos. Fue entonces cuando se despertaron nuestras dudas.
¿Era lícito que el contrario hiciera un gol en esas circunstancias? ¿Cómo sería un gol que nadie grita?
O tal vez ¿Estaban todos escondidos esperando su momento?
Si éramos todos Tricolores (y por supuesto nadie pensaba gritar un gol del contrario) ¿Qué sucedería entonces?
Teníamos que saberlo, pero antes de pedir un deseo tan extraño, dejamos bien en claro que nuestro único y final propósito, en realidad, era conseguir una goleada. Eso era innegociable, intocable.
Seguramente los más memoriosos tendrán una sonrisa pintada pues saben bien el resultado final de aquel partido.
Fue así tal cual, primero el descuento y luego el gol que pondría las cosas definitivamente en su lugar…
Aquí termina el relato de mi primer partido, sin embargo la historia habría de ser más larga, tanto para mí, como para muchos otros.
Pocos días después de aquel viernes, volvería a Buenos Aires y a la escuela. Lamentablemente la televisión no pasaba los partidos de Nacional y la red de redes apenas si estaba en pañales.
Era otra época y así, se me hacía difícil seguirle el hilo al equipo.
Hasta que llegó la final.
Como jugaba un equipo argentino y era La Final, tuve la suerte de ver ambos partidos en directo. Ahora sí los pasaban!
A pesar de no jugar ninguno de «Los Cinco Grandes», las finales despertaron el interés de una buena parte del público «neutral». A punto tal que todos mis compañeros de 6to grado iban a mirarlos también. Era un acontecimiento tremendo!!!
Pero eso sí, ellos hinchaban por los rosarinos.
Nadie podía entender cómo se me ocurría hinchar por Nacional. Por mi parte, recordando aquel día me sentía tranquilo. Había que confiar.
Seguro fue un día difícil para todos. Pero en cualquier oficina, en cualquier escuela o liceo, al menos había otros en quienes apoyarse. Yo no tuve tanta suerte. El único uruguayo de la clase, también se había vestido de rojo y negro. No sé si lo hizo por su rencor de manya pero el único que podía llegar a ser mi aliado en esto, me dio la espalda. Estaba solo…
Se imaginarán el calvario que viví al día siguiente del primer partido. Me estaban esperando para decirme de todo.
– Viste!!! Viste!!!
– Mirá si va a ganar Nacional!!!
– Estas a tiempo, hinchá por Ñuls que sale campeón seguro (dicho en tono más conciliador).
Esperé callado, la mirada al infinito, mudo.
Esperé hasta sentir un hueco, un breve silencio en la andanada de gastes y recriminaciones. Esperé justamente ése momento, era mi oportunidad:
– Tres a cero, ya van a ver…
Esa, fue mi única respuesta
Matías.
Buenos Aires Bolso.
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