Por segunda vez, el grupo “Bolsolocos” me distinguió con una invitación a una de sus cenas-homenaje. En esta ocasión no asistió el periodista, sino el niño que hizo ídolos a los homenajeados.
El restorán de la calle Garibaldi, lentamente comienza a llenarse y a adquirir el clima de bullicio propio de una reunión entre amigos. Los dos gigantes se prestan gustosos para la tanda inicial de fotografías, que se habría de suceder durante toda la noche, a medida que los asistentes circunstanciales fueron cayendo en la cuenta de quiénes eran esos dos, destacados entre los más de veinte comensales que ocupaban el salón del primer piso.
Al ataque Espárrago que anotó el último gol del partido aquí en Lima, Espárrago marcado por Malbernat y Pachamé…
El niño que fui mira y disfruta la cercanía. No es aquella proximidad lograda tras una larga espera, apiñado entre centenares de hinchas que esperan la salida de los héroes en la puerta de la América. Esta vez están ahí, los puede ver, tocar. ¡Y le hablan!
Se viene Espárrago a Cubilla. Se viene Cubilla por el sector izquierdo, marca Malbernat escapó…
Las anécdotas se suceden, el gigante de las manos enormes, aquel en el que soñé transformarme, me cuenta de sus logros, repasa los títulos en Pernambuco, los cuatro uruguayos, la Libertadores y la Intercontinental. Me cuenta su debut inesperado ante el Santos de Pelé y evoca a Héctor Santos: “pobre, no lo dejé jugar nunca, no había manera de que yo faltara a un partido”. Lo escucho atentamente, al niño se le cae la primera lágrima.
Va entrar, entró al área, escapó de Aguirre sale, gran jugada, va a tirar tiróooo…
El otro gigante, el de las apariciones fantasmales, está sentado frente a mí. Me tomé el atrevimiento de entregarle una copia de mi libro “Nacional es Uruguay”, a la que le incluí una sincera dedicatoria: “Con profunda admiración y la pena de que la geografía me haya impedido incluirlo en estas páginas”. El niño en mí le quiere hablar, agradecer tantas cosas, tocarle esa bendita cabeza, pero apenas balbucea, la emoción es muy grande. Finalmente, el adulto, torpemente acude al rescate: “Don Luis, el primer partido en vivo que vi fue Nacional 5 – Ferencvaros 4, ¿se acuerda de ese partido?” Asiente con la cabeza y recuerda que “jugaban bárbaro”. Interviene un “Bolsoloco” que evoca aquellas viejas Copa Montevideo, y el gigante vuelve a asentir y rescata nombres de su memoria: Estrella Roja, San Lorenzo, Vélez, River, Bratislava, Cruzeiro…
Goool, goooolll, gooollll de Nacional Artime, gol de Nacional Artime…
El gigante de buzo azul -que hoy viste un traje beige-, en estos momentos está en una mesa aparte de la central, por la que ya han pasado los lehmeyunes y los canelones de queso. Como si se dispusiera a atajarle penales “a los que se vengan”, permanece de un lado de la mesa, mientras en el otro se van sucediendo los interlocutores, que se alternan con los que quieren una foto que atestigüe el encuentro.
Gran, pero gran jugada de Cubilla, cabezazo de Artime, segundo gol de Nacional a los 27 minutos de juego…”
El gigante al frente, pretende -sin éxito- un cortado. El niño desearía correr hasta el bar de la esquina y traerle uno, con mozo y todo si es necesario. Siguen los recuerdos, al “Pulpa” Etchamendi: “un tipo bárbaro” dice, y no dice pero queda implícito en sus gestos que el mejor jugador de aquel equipo fue Ildo Maneiro. Tiene tiempo para lamentar el difícil momento que está atravesando Juan Masnik, que tiene ciertas dificultades para moverse y exclama en un momento: “¡qué gordo está Mujica! Está así”, y separa las manos de su propio cuerpo -que mantiene en perfecta línea, casi se diría que pronto para jugar-, haciendo el clásico gesto de gordura.
La noche se termina antes de lo deseado, el niño y yo regresamos de la mano. “Cené con Manga y Artime” me dice. No le contesto, no sé si creerle. Me parece que estoy soñando.
Ernesto Flores
decano.com
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