Me hubiera gustado que se quedara, pero llegué a la conclusión que es lo mejor para él. Se va con todos los honores, reconocido, sabiendo que siempre estará volviendo, y enseñándonos a ganar.
En la mesa pegada a la ventana. Sólo. A los diecisiete años el mundo aún te considera menor, pero el mundo hace tiempo que dejó de visitar los boliches del barrio. Por eso, se sentaba a ver pasar la luna, oculta entre conversaciones de pibes y no tan pibes todos los martes por la noche.
Era martes y estaba sólo. Sus compinches cambiaron en ese día los refrescos y las charlas por la aventura del canto. Se fueron a un recital, pero él no quiso, mejor dicho, no pudo. Tenía la cabeza llena por la noticia y los bolsillos pelados por domingos y miércoles.
La soledad no lo aterraba. Su mesa lo esperaba y mantenía viva la compañía del gol. Pero leyó por ahí, que el hombre se iba y comenzaba a amargarse, no era un duelo no, tampoco agrandaba las cosas, le sobraba inteligencia para comprender la movida y darse cuenta que aquel que tantas emociones desparramo en el año, tenía derecho a salir, a descansar, a dormir con su propio nombre retumbándole en los oídos y con la paz que otorga el aplauso. Pero, se iba. Iba a volver seguro, pero luego de un tiempo, y ese tiempo nadie imaginaba cuánto duraría.
Se acordó de aquel veterano que le contó aquello de la zurda de dios y que quien había citado al salvador era ese mismo que hoy ya no estaba. Ese, el de cara buena, canoso, que estudiaba y que creía en lo aprendido.
La edad nos hace creer que sabemos más cosas, pero no es cierto, lo único que nos da la edad son más herramientas para el trabajo que se viene. Nos da, no en todos los casos, más matices, posibilidad de interpretar sueños y realidades, sin que sepamos donde está la raya que los separa. Por eso, aquel hombre que le hizo chupar frío para contarle que había llorado de pibe, que extrañaba a su viejo, que se emocionó con radios que gritaban Artime, se le instaló enfrente, en la silla vacía, sin que nadie lo hubiera citado con la voz , pero sabedor que su presencia era necesaria.
Arrancó el viejo: – Te noto medio caidito, mmm, a que yo sé por dónde te pica. ´Tas así porque se nos fue “el Guti, ¿no?”. – Sí, porque se lo voy a negar, a mí me hubiera gustado que siguiera, pero lo comprendo, tiene todo el derecho a descansar.
-A mí también me hubiera gustado que se quedara, pero llegué a la conclusión de que es lo mejor para él. Se va con todos los honores, reconocido, sabiendo que siempre estará volviendo, y enseñándonos a ganar.
¿Sabés pibe por qué este hombre ganó lo que tenía que ganar? -No, no lo sé. Habrá empleado la táctica justa, los jugadores adecuados, pero supongo, “saber”, la verdad que no, dijo el pibe y esperaba que la luz la encendiera el de enfrente.
-Yo si lo sé, dijo el veterano. -Pero, como lo primero es lo primero, te lo voy a decir con un vasito lleno de ese tinto un poco más caro, porque la ocasión lo amerita.
Se llevó el vaso a la boca, saboreó color, aroma, frescura. Dejó que lentamente el líquido caminara por su cuerpo y cuando percibió que se alojaba en su mente se largó.- El tipo ganó este campeonato, y el anterior, y el anterior porque ganó los clásicos.
-Ya lo sé, dijo el pibe, no es ninguna novedad.
-Ah sí, mirá vos, parece que te pareciera intrascendente. Para empezar: no es nada intrascendente, y para seguir, y ahí viene la clave, te tenés que preguntar por qué los ganó.
-No sé, atisbó a balbucear el chico, -será porque tiene junado al rival, porque sabe por dónde le duele.
– Si, todo eso que se te ocurrió es así, pero ¿por qué sabe?. Te lo digo después que tome otro poquito ¿Querés uno o seguís con el refresco? – No gracias, no me gusta, no lo tome a mal.
-Bueno, escuchá: el tipo ganó los clásicos porque tenía dudas.- ¿Cómo? No, no puede ser, perdone que lo contradiga.
-No pidas perdón, no todos lo aceptan, se creen que el mundo pasa por lo seguro y están más desnorteados que canoa en altamar. Las dudas son las que te hacen pensar, “capishe”, sin dudas no hay funcionamiento cerebral, no hay lugar a balancear beneficios y contras. Las dudas tienen como consecuencia necesaria, tomar una decisión, sabiendo que corres un riesgo pero que lo minimizaste.
– Ahora voy cazando algo- se largó el muchacho. – Previó a la decisión, hay que pensar, terminó diciendo.
-Exacto, eso te lo da la duda. Una vez que tomaste la decisión, sabés qué viene y por qué podés ganar. El pibe, entusiasmado por la clase, dijo que no y le pidió al viejo que siguiera.
El hombre, levantó su mano derecha aferrada al vaso y lo vació en su paladar. Chasqueó la lengua y la dejo articulando otras palabras: -Qué bueno este vino, che, no sabés lo que te perdés, pero el vino es como el tango, ya te va a alcanzar, hoy no te gusta, en unos añitos lo adorás. Sigo, lo que viene después de la decisión es el miedo a perder. Vos sabés lo que es el miedo, parece que se te cayera el mundo, que te va a ir todo patas para arriba.
-Don, permítame que le diga así, ahora me está sacando del camino de nuevo.
-Mi viejo, el miedo te arrincona, pero tenés que saber hasta cuando te va a tener sujeto a sus vueltas; y acá vas a razonar conmigo y sólito vas a volver al camino, ¿qué se hace con el miedo, si uno está sólo y no tiene más armas que su mente y su espíritu?
-Y habrá que enfrentarlo, digo yo, sacárselo de encima, creer que uno lo puede vencer y que se trata sólo de una sensación que lo paraliza-
-Muy bien, muy bien, viste, vos sólo te respondiste. Eso hizo el hombre, cuando llegó al vestuario, se sacó el miedo como quién deja un abrigo colgado en la percha y transmitió lo que los otros querían sentir: seguridad. Entonces, con las dudas, las decisiones, el miedo y la batalla imprescindible que es ganarle a este, ya está, no hay otro resultado: confianza en vos y en lo qué tenés. Ahí pibe, ahí ganas seguro. Gracias Álvaro Gutiérrez por este 2019.
Atilio Parrillo
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