Las adversidades, si hay coraje, fidelidad y resiliencia te templan. Nacional sabe de eso, institución tan gloriosa –la más– como porfiada. Pero para ganar no solo hace falta perseverancia.
Desde ya pido disculpas por las innumerables y evitables auto referencias de esta nota, pero hoy escribe un hincha liberado de las responsabilidades inherentes a quién, aún desde un sitio partidario, debe comentar analizando un partido o, como es el caso, un logro deportivo trascendente. Ojalá el mayor número de ustedes se sienta identificado con algo de lo que aquí lean.
“¿Qué le parece si hace que vayan ganando por cuatro puntos a seis segundos de terminar el partido y les empaten con un triple y falta?” El Dios del básquetbol miró con una mezcla de curiosidad, sorpresa y rechazo a su asistente de orejas puntiagudas y respondió rápidamente: “Naaa, es mucho”. “Bueno, ya que está indulgente, que ocurra eso, pero que el mejor jugador de ellos falle el libre final”. Tras una pausa para pensar la Divinidad tomó su decisión….
No sé. Capaz se me ocurrió ese diálogo divino inspirado por el indescifrable gesto con los brazos en “X” (no hablo de la red social… supongo) del “Gallo”. Mi primera reflexión fue que en el séptimo partido hubo algo de intervención divina, sobrenatural, el destino, el ying o lo que sea que no pase estrictamente por el libre albedrío de los jugadores, vestidos con la tricolor brillante de sudor, que se me mezcla y funde con la hinchada, festejando allá en el Antel Arena. Pero no, se agradece cualquier eventual intervención sobrenatural que no nos perjudique, pero se ganó porque se laburó para ello, porque hubo un cúmulo de aciertos de parte de quienes tomaron decisiones dentro y fuera de la cancha.
Atrás quedaron las lesiones recientes de Oglivie, Feldeine, Manny… que se me entreveran en el recuerdo con las de Collier y Marcel por un saludo en un festejo de práctica con el “Osito” Miller. El Covid de Batista y… Pero no. Quedarme sólo en el recuerdo de las adversidades –que estuvieron y estarán porque no se nos da que se nos allanen los logros– es detenerme en sólo una parte de los cimientos de un triunfo que corona una temporada inolvidable con título continental y LUB. Las adversidades, si hay coraje, fidelidad y resiliencia te templan. Nacional sabe de eso, Institución tan gloriosa –la más– como porfiada. Pero para ganar no sólo hace falta perseverancia –también hija del amor a estos colores–. Se debe contar con talento, inteligencia, seducción (pregúntenle, por ejemplo a Mãozinha, si quiere volver. Y así a tantos otros nacionales y extranjeros que no nacieron con la sangre en tres colores) y también visión para apostar a jugadores como el “Pato” Prieto (no quería dar nombres para no omitir, pero sé que me van a perdonar) formado y preparado para defender nuestra camiseta, su camiseta. También un cuerpo técnico, encabezado por Ponce, que apostó a una forma de jugar demoledora para sus rivales de Liga. Un libreto al que se aferró aun corriendo riesgos, pero con “soldados” convencidos se pueden perder batallas, pero no la guerra.
Al “Gallo” López le agradezco todo. Particularmente el volver a retomar el timón de una disciplina que ama y conoce, su compromiso, su feroz defensa del Club (sí, banco todas sus salidas de tono o lo que a alguien le pudo parecer que lo fueron), su ingenio con recursos menores que sus rivales y su inteligencia para tomar decisiones en momentos complicados. Le reprocho el gesto ese con los brazos en “X” que me recuerda al villano más villano de Juegos de Tronos y que mi lado obsesivo me impide dejar de indagar como ese gesto de superhéroe de Marvel, de cruzar los brazos en alto, se asocia con “ir hasta el final”.
Otro compañero de esta página mencionó en su comentario del partido (recomiendo leerlo) a todos los actores de nuestra Copa de Liga Uruguaya. Sirvan las inevitables menciones de esta nota: «Pato», Ponce, “Gallo”… Como agradecimiento y reconocimiento particular y a los colectivos que integran.
¿Y nosotros? ¿Los hinchas? Aquí estamos, estuvimos y estaremos. Pasando frío en el Metro, pegados a la radio o la tele, cantando en el hermoso y moderno Antel Arena, esquivando al guardia de seguridad para entrar al campo de juego a abrazar a los jugadores y bardear a quien le tengamos ganas, conteniéndonos para no despertar gente, el grito de festejo en un país extranjero donde es de madrugada; ello mientras miramos por internet un partido de primera fase o sentados atrás del teclado escribiendo estas cosas… También recordando a nuestros Bolsos que ya no están y tratando de festejar también por ellos. Todo eso y más somos. Ah, ¿qué habría respondido el Dios del básquetbol? “Sí, ya es tiempo… estos locos me ganaron hasta a mí». ¡Salud campeones!
Luis Moyano
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