“Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo”.
Eduardo Galeano, “El fútbol a sol y sombra”.

Poco tiempo después de que “la Celeste” se alzara con la Copa América ´95 -y cuando España apenas ostentaba una Eurocopa en su haber- el periodista español Julio Maldini, en ocasión de una entrevista, le preguntó al técnico argentino Ángel Cappa –en ese entonces, ayudante técnico de Jorge Valdano en el Real Madrid-  cómo era posible que un país tan pequeño como Uruguay tuviera una historia futbolística tan gloriosa.

Su respuesta me pareció acertadísima y muy elocuente y debe ser por eso que jamás la olvidé y durante estas últimas semanas la repetí una y otra vez: “Montevideo es un campo de fútbol con casas. Toda la ciudad es una excusa para jugar al fútbol, para ver fútbol, para hablar de fútbol», expresó.

Vivir un Mundial in situ, entre otras muchas experiencias, me confirmó ese lugar común, que no por común deja de ser cierto, de que el fútbol uruguayo es casi milagroso y que así lo perciben en cualquier lugar del mundo. Mexicanos, alemanes, costarricenses, ingleses y los propios brasileros fueron algunos de los que nos preguntaron cómo es posible tanto éxito y cómo de tan poca gente salen tan buenos jugadores e incluso alguno, entre el descreimiento y la risa, cuestionaba que fuera cierto “eso de los tres millones”. “Repiten eso una y otra vez, pero seguro son muchos más”, decían, cuestionando a las estadísticas y el sentido común.

“No sólo somos pocos sino que además damos muchas ventajas; la organización del fútbol doméstico a veces roza lo amateur. Pero en cada esquina de la ciudad hay un botija pateando una pelota, en cada bar un puñado de técnicos y en el fútbol uno de los mayores símbolos de identidad nacional; tanto es así que el cuadro más importante del país fue fundado con el objetivo de defender el propio concepto de nación”. La explicación pareció convencer a casi todos, quienes pasaban de la curiosidad a la admiración.

El Maracanazo y el karma

Durante la madrugada posterior al partido con Costa Rica y la inesperada derrota –inesperada para propios y extraños que nos comentaban al pasar la  gran sorpresa que les había causado el resultado-  debimos tomar un taxi desde la Playa de Iracema hasta la Rodoviaria de Fortaleza para tomar allí un ómnibus hacia el lugar en el que nos estábamos alojando. El taxista, un veterano erudito del fútbol y muy gracioso en su modo de hablar, nos  habló de grandes glorias orientales durante todo el trayecto.

Nos sorprendió  que supiera tanto sobre nuestro fútbol pero más aún que esbozara una teoría respecto a que la derrota del debut era producto de que estábamos “pagando karma” por el ´50. Reímos tras escucharla y, lejos de rendirse tras nuestras muestras de escepticismo, nos dio una explicación cuasi científica de que no ganaríamos ningún partido y nos iríamos del Mundial sin puntos. Huelga decir que no le creímos. Por suerte, Luisito Suárez tampoco.

Cecilia Ocretich

decano.com

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