Instalado en mi campamento de primavera-verano, sobre una orilla del Río Negro haciendo esquina con el Río Tacuarembó, enciendo mi portátil y leo los comentarios de mis hermanos de sangre tricolor.

Muevo mi cabeza en señal de asentimiento ante algunos escritos, disfruto hasta esbozar una gran sonrisa con otros, como «García te clavó de nuevo», o muevo mi cabeza en clara signo negativo ante unos pocos. Entonces, luego de una larga reflexión y una nueva bocanada de humo exhalada, abro un archivo de Word y escribo:

Nuestro querido Parque Central no solo tiene que seguir creciendo para albergar a más hinchas tricolores, también debe crecer en tecnología e infraestructura a su alrededor, lo cual redundará en ingresos financieros extra futbolísticos que contribuyan, año a año, a potenciarnos económica y –por ende– futbolísticamente.

Seremos capaces de retener por más tiempo a las nuevas figuras que surjan de inferiores, de contratar mejores jugadores y mantener la misma base de plantel por tres o cuatro años. Ese es el único camino que nos llevará a reposicionarnos en los primeros planos del continente y ser firmes candidatos a ganar cada copa Libertadores y Sudamericana.

No entiendo o, mejor dicho, no comparto, la visión que tienen algunos bolsos, esa que dice que el Parque debe crecer solo en función de las tribunas populares. En realidad debe hacerlo en función de aquello que sea más conveniente para el club, y el Club somos todos: los palquistas, los butaquistas, los socios, los que van a todos los partidos, los que van solo al Parque Central, los que van solo al Centenario, los que van una vez al año, los que nunca han ido, los que lo miran por TV, los que lo miran por Internet, los que compran camisetas oficiales, los que compran camisetas no oficiales, los que compran banderines, los que compran pegotines, los que ponen el escudo como fondo de pantalla o los que pegan la oreja a una spika en el medio de un campo en Tacuarembó o en cualquier rincón del país.

A mí, en lo que me es personal, no me importa ser el que le coloca las pilas a la radio y se apresta a tirar el aparejo al río, luego de haber preparado el mate y encender el cachimbo da paz, como dice Gabriel o Pensador. Hay decenas de miles de hinchas de Nacional que ni siquiera han viajado a Montevideo, o cientos de miles que hasta el momento no han visitado este Foro Bolsilludo, pero son tan hinchas como el que más (por eso tiene tanta trascendencia cuando el primer equipo juega en el interior).   

Lo dije hace algún tiempo: dentro de unos años la demanda por ver al Bolso será tal que las entradas deberán sortearse entre todos los socios. Tener la oportunidad de ver a Nacional jugando en el Parque será cuestión de fortuna para una buena parte de su masa societaria. Cuando Nacional llegue a los 100.000 socios (estoy seguro que va a superar ampliamente esa cantidad) muchísimos van a quedar afuera. Los que tengan palcos y butacas podrán concurrir a todos los partidos; los restantes socios solo podrán concurrir si son agraciados por la diosa fortuna; y los que no sean socios tal vez ni siquiera tendrán posibilidad de entrar al Parque.

Pero, no hay que dejarse ganar por el Ego. Nacional es infinitamente más importante que la imposibilidad, para unos cuantos de nosotros, de concurrir a los partidos.

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Eso sí, será fundamental que a partir del último pitazo en la final de la copa del mundo Centroamérica 2026, los dirigentes de turno ajusten los detalles para volver a recibir, 100 años, al partido inaugural de un mundial. 

En nuestro campo de juego comenzó a gestarse la historia de los mundiales, la gran historia del fútbol mundial; en el Parque Central y en el fantasmal complejo denominado Estadio Pocitos, propiedad de los sin derecho al voto escindidos del C.U.R.C.C. Tal estadio tuvo el dudoso honor de haber asistido al primer gol mundialista, dudoso honor (para ellos) porque visto desde otra perspectiva, uno de sus arcos recibió el primer gol de la historia mundial, el cual fue convertido por  Lucien Laurent, jugador que defendía los colores azul, blanco y rojo de la bandera francesa. Poco después, dejó de existir (el estadio, Laurent murió en 2005). *  

Algunos años más tarde, además de ser escindidos, se transformaron también en “sinestadio” (palabra que devino en el término “sin cancha” que hoy todos conocemos), al ser demolidas las tribunas que rodeaban aquella lisa, nombre con el que acostumbra denominar a las canchas de fútbol el inefable y a la vez simpático gallináceo llamado Dante Osvaldo «de cara al gol pero siempre de la cabeza» Dini Siqueira). **

Nuestro querido Parque Central no solo tiene que seguir creciendo para albergar a más hinchas tricolores, también debe crecer para albergar el partido inaugural del Mundial 2030, en caso de que éste se dispute finalmente en el Río de la Plata…

Y será por entonces, y solo entonces, recién al cabo de 17 largos años de desgracias, que los escindidos comenzarán a sacar la cabeza fuera del agua, cuando empiecen a ingresar en sus vacías arcas los beneficios por tener un estadio que sea testigo de un partido del mundial. Porque a eso van a apostar.

Pero, mucha agua debe pasar aún bajo el puente. Al día de hoy lo único real es un campo lleno de yuyos, unas cuantas maquetas y muchas incertidumbres. Ahora, yo me pregunto…  ¿Y si al Brasil le diese por devaluar? ¿Qué sucedería con los costos de construcción y con los ingresos por cuotas de los 13.013.013 socios y las 13.013 butacas vendidas que tienen? ¿No se concretaría acaso, un nuevo gol de los García?

Me despido de todos vosotros, hermanos tricolores. En el transcurso de tiempo que me ha llevado escribir estas palabras, se me han escapado dos bagres, un dorado y una tararira; me quedé sin carnada, el mate se enfrió y el fuego está casi apagado.

No tengo otro remedio. Debo recurrir a desplumar una de las pocas gallinas que me va quedando en el gallinero. No había ningún huevo. No pusieron o se los robaron. Ayer, cuando me vieron llegar, cacarearon un poco, creo que para disimular, porque me parece que estaban todas muertas de miedo con un lagarto que suele merodear por acá, y al que suelo alimentar. En un principio había pensado en llamarlo Juancho, por el dibujo animado, pero cambié de idea. Creo que mejor, le pongo García.  

Gilgamesh 

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