Tuve el privilegio de estar en la tribuna, acompañar a Nacional y representar a todos los Bolsos.
Días antes al encuentro de vuelta contra Independiente del Valle me enteré que iba a recibir la acreditación para ver al Decano por los octavos de final de Copa Libertadores. Además de sentir la alegría y emoción de poder estar junto al Club en un partido fundamental, me di cuenta del privilegio que tenía en este contexto que vivimos por la pandemia del Covid-19.
Llegué al Primer Estadio Mundialista tres horas antes del comienzo del partido, tal como lo pedía la Conmebol para retirar la acreditación en la tribuna José María Delgado. Nervioso, impaciente, ansioso; esas fueron mis sensaciones al ingresar al Parque. Al instante me hicieron rellenar una planilla de cuatro hojas, entendible por las precauciones que se toman con respecto a la pandemia.
Subí el ascensor hasta el segundo piso de la Delgado y me encontré con varios colegas, tanto de nuestro Sitio como de otros medios. Era un ambiente distinto al que estaba acostumbrado cuando iba a la cancha; con las banderas en las tribunas, pero con un silencio poco habitual. “Cómo se extrañan las noches de Copa con el Parque lleno”, decíamos entre los que estábamos ahí.
La hora del partido se acercaba. Los equipos salieron al calentamiento y ya se respiraba la tensión de un partido trascendental. Durante el encuentro se escuchaba absolutamente todo; desde los gritos de Jorge Giordano hasta las advertencias del árbitro paraguayo para con los jugadores.
Los últimos diez minutos fueron muy sufridos. El gol del equipo ecuatoriano había sido un balde de agua fría. Desde la tribuna no sabíamos que era lo que revisaba el árbitro en el VAR, pero apenas dio la señal del offside la ilusión se renovó. Puño apretado y la fe intacta para la recta final del partido.
Los penales fueron de infarto. Algunos no querían mirar, otros rezaban. La confianza que me generaba Sergio Rochet parado bajo los tres palos era gigante. Llegó el definitorio, el de Emiliano Martínez. Era difícil, semejante compromiso para un pibe de 21 años. “Rompéle el arco”, le grité al juvenil que desde un principio ya sabía lo que tenía que hacer. Cuando la pelota toca la red la alegría superó al papel de periodista. El grito de gol de los pocos que estábamos en la Delgado fue el grito de toda la hinchada que no pudo estar. La emoción que sentí fue inmensa.
Vivirlo desde adentro fue algo mágico. Agradezco a Decano por darme la oportunidad y el privilegio. Una noche soñada, una experiencia que recordaré para toda la vida.
Rodrigo Goldaracena
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