Dar señales es importante, pero hace siete meses se discutió lo mismo y no pasó nada.

Este lunes 7 de noviembre, se anunció que la Mesa Ejecutiva de primera está dispuesta a poner en marcha la idea de que los árbitros suspendan los partidos siempre que haya cánticos festejando muertes. En caso de reincidencia, podría haber suspensión definitiva y pasar el caso al Tribunal de Disciplina. Con esto, se busca dar una señal para cuando vuelva el fútbol.

Esto no es nuevo. En abril, aún bajo el impacto de la muerte de un hincha tricolor (Pablo Montiel), la Secretaría Nacional de Deportes (SND) propuso a la Comisión de Seguridad del Ejecutivo la idea de suspender los partidos por cánticos de muerte. José Luis Palma, presidente de Liverpool, concurrió en representación de los clubes y dijo que había apoyo para la idea. ¿Y qué pasó? Pasó que ahora hay un muerto en la parcialidad carbonera y se discute la suspensión de partidos por cánticos de muerte.

Pero supongamos que finalmente se decida poner en marcha esta medida. ¿Tendría resultados? En un principio, controlar qué cosas cantan las hinchadas no es función del árbitro. Su función es hacer valer las leyes del juego, y para algunos esta ya es una tarea suficientemente grande para ser bien ejecutada. Uno puede argumentar que el cuarto árbitro podría quedar con la atribución de informar al árbitro sobre los cánticos de muerte, o tal vez el delegado del partido, o quizás otra persona. De todas maneras, se pararía el partido. Aún así, puede ser demasiado poder en la mano de una persona que puede decidir aplicar la regla a su antojo – o si no, recordemos al imprudente que suspendió el partido en 2008 argumentando que Nacional no estaba en campo…

Pero podría haber casos en los que a una hinchada le vendría bien parar el partido e incluso suspenderlo. Supongamos, por ejemplo, que hay una victoria que deba ser mantenida con un jugador menos, y en aquellos minutos en los que el equipo sufre más presión, entra su hinchada a cantar canciones de muerte para buscar la suspensión del partido, o que con la goleada que hay uno diga “ya está”. Es una situación hipotética, pero hay un caso concreto el año 2015, en el clásico de verano, cuando Nacional vencía por 3 a 0 (el tercer gol anotado a los 39 del segundo tiempo) y el partido no pudo terminarse porque desde la Ámsterdam tiraban de todo en el campo.

El tema pasa por otro lado: suspender el partido no es suficiente. Se necesitan otras sanciones, sean ellas individuales o grupales. Los registros de fotos y videos del partido no permiten identificar a todos los culpados, pero sí permiten identificar a algunos, y para lo demás está la policía y la justicia. Y entre las sanciones grupales está la de jugar a puertas cerradas, algo que trasladaría al club la iniciativa de controlarlo (porque nadie quiere perder recaudación), pero que tiene el inconveniente de punir individuos que no cometieron delito.

Y las sanciones deben ser efectivas. El 14 de junio de 2015 se jugaba nada menos que la final de la Copa Uruguaya y el árbitro Javier Betancor fue obligado a terminar el partido porque la ambulancia era atacada desde la Ámsterdam. ¿Y qué sanción se dio a Peñarol? La pérdida de un punto en la tabla anual del torneo 2015 – o sea, algo totalmente inocuo. Imagínense si esta misma sanción hubiese sido aplicada al futuro (al torneo Apertura 2015, por ejemplo) en vez de ser aplicada a un pasado donde comprobadamente no castigaría a nadie…

Un caso de Brasil

En agosto de 2014 jugaron Grêmio vs Santos por la Copa de Brasil. El arco santista era defendido por Aranha, de excelente actuación en un partido que terminó con victoria de su equipo por 2 a 0. En cierto momento, un grupo de hinchas de Grêmio empezaron a hacer ruidos imitando monos. La cosa fue tal que el propio arquero pidió a un camarógrafo para filmar la escena y el canal ESPN Brasil lo mostró. Después del partido, dijo que el insulto en el estadio es normal, pero los gritos racistas y los ruidos de monos superaban todos los límites.

En medio de los hinchas, una mujer quedó bien identificada. Y no por las autoridades, precisamente. Patricia Moreira, de 22 anos, tuvo la vida enteramente cambiada después de aquella noche. La exposición fue tan grande, que una semana después tuvo que hablar en la prensa pidiendo perdón. Otra semana más y alguien prendió fuego a su casa -ella se había escondido en otro lugar-. Ella perdió su trabajo y, en un primer momento, se conformó con aceptar un trabajo con un sueldo muy inferior. Casi tres meses después, junto a otras tres personas también involucradas, hizo un acuerdo ante la justicia de Brasil para pagar una multa. Durante nueve meses, a cada día de partido de Grêmio, Patricia era obligada a presentarse en una comisaría – pero nunca la misma, para preservar la seguridad de ella. Finalmente ella volvió a encontrar un trabajo en su área de formación, pero no con el mismo sueldo de antes. Varias veces tuvo que cambiarse la forma de vestir, el corte y color de cabello, todo para intentar mantenerse anónima. Imposible.

Este fue un caso extremo, la punición fue bastante más dura para ella que para los demás integrantes de aquel cántico racista. Pero toda la gente va a pensar dos veces antes de hacer algo así de nuevo. Punir a todos será imposible. Pero las fotos y videos (y no hablamos de cámaras de seguridad, sino de cámaras de TV. Y en las redes sociales hay enormidad de fotos. ¿Y no es que en Uruguay se conocen todos?) permiten individualizar las conductas de algunos, y si hay una punición acorde, todos sabrán que no podrán realizar lo de siempre como si nada.

Finalizo con algunas palabras publicadas el 20 de mayo de 2006 por el periodista Leonardo Haberkorn, de confesión aurinegra: “Esa canción había sido una de las razones que me habían hecho dejar el fútbol. No se puede participar de un espectáculo, ni siquiera como espectador, en el que se glorifica el asesinato. Entre toda la verborragia que se le dedica al fútbol en Uruguay, nunca escuché a un dirigente, un periodista o un futbolista que se haya referido a este canto. Las muertes violentas no vienen solas.”

Dar señales es importante, pero hace siete meses se discutió lo mismo y no pasó nada. Por algún lugar es necesario empezar la lucha, y no apenas utilizando el verbo, sino con gestos de verdad. La impunidad, esta sí, genera violencia.

Manoel Castanho

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