Carta del Dr.Navascués en el suplemento «Búsqueda» en respuesta a la reciente publicación del libro «1891 La Fundación» del Esc. Quintana

Sr. Director

El escribano Daniel Quintana acaba de publicar un libro titulado “1891. La fundación” en el que sostiene con gran apasionamiento y convicción que el CURCC y Peñarol son una misma institución. Es sin duda un libro de gran interés para quien abrace la misma causa y pasión, e incluso para quienes no.

Pero, sin embargo hay dos circunstancias que me obligan a precisar a formular algunas precisiones sobre su contenido. Una de ellas es que me nombra y menciona que he sido honesto intelectualmente (lo que agradezco) porque he reconocido públicamente que CURCC y Peñarol son una misma institución, aunque luego aclara que hice también consideraciones jurídicas que, agrego, en ello se basa mi verdadera posición.

Por eso es que preciso: no tengo ningún reparo en señalar que sociológicamente fue el CURCC el antecedente de la formación de Peñarol y el iniciador de esa herencia intangible que sienten los peñarolenses.

Y más de alguno me ha sentido decir (como lo oyó el Esc. Quintana) que estimo que hay una unidad sociológica pero no jurídica. Y es más: fui uno de los integrantes de la Comisión de Decanato del Club Nacional de Football y quien tuvo la iniciativa de estudiar el expediente sobre la personería jurídica de Peñarol.

Y el segundo elemento, que está vinculado a lo anterior, son los epítetos hacia la persona del Dr. Enrique Tarigo que constituye el núcleo del libro. Y es esto, más que nada, lo que me lleva a escribir estas líneas, no solo porque el Dr. Tarigo fue un eminente ciudadano al que la República le debe señalados servicios, sino también y, fundamentalmente, porque soy responsable junto con el Dr. Eduardo Rodríguez Ituño (autor de la iniciativa) que fuera el Dr. Tarigo, que no integró la Comisión de Decanato en su inicio, quien redactara el informe final sobre la base de los elementos reunidos por los integrantes de la Comisión, que era profusa, como lo demuestran las propias citas documentadas que hace Tarigo en su ahora famoso alegato.

No vamos a reproducir todos los calificativos del escribano Quintana sobre el Dr. Tarigo, bastando señalar que lo califica de “soberbio” y que utiliza “artificios deplorables” en una reacción propia de quien sin duda aquel documento mucho le ha molestado, y que ahora luego de veintidós años de su publicación sale a enfrentarlo, y que lo hace porque lo siente como un deber ineludible como peñarolense estudioso y como colaborador de su club.

No obstante ello, el autor cae en los mismos errores que han incurrido todos los sostenedores de la posición peñarolense del decanato, que es dar por supuesto que esa unidad sociológica le da derecho de que todos tengan que dar como probada la continuidad jurídica. Y ello no es así, terminantemente no lo es, y Tarigo, de quien no hay dudas que su idoneidad jurídica lo demuestra fehacientemente, a tal grado que nadie que intente controvertirlo logra tener éxito cuando distingue, basándose en Coviello, en actos inexistentes, absolutamente nulos y relativamente nulos, que relaciona con las dos asambleas fundamentales para la consideración de esta cuestión: la del 2 de junio de 1912 del CURCC, en que se rechaza la reforma que pretendía agregarle la palabra Peñarol a la sigla del club, y la del 13 de diciembre de 1913 en que participan socios de segunda categoría (en esto se ofende el Esc. Quintana, pero esa mención aparece en el libro de Mantrana Marín cuando hace referencia a la pretendida reforma de 1913, rechazada el 2 de junio) sin voz ni voto en la Administración del club, más dos personas no socias.

Y esto es algo medular a resaltar, el prestar atención a este número de 33 presentes, porque si efectivamente estaban legitimados para actuar en una asamblea para modificar los estatutos del club, entonces el problema que tantos dolores de cabeza le ha costado a Peñarol, cuando le cerraron las puertas del CURCC no se habría presentado porque con ese número agregado a quienes votaron la reforma del 12 de junio hubieran solucionado la valla normativa de los estatutos del CURCC y aprobada legítimamente la misma. En otras palabras, si estaban legitimados para actuar por el CURCC, ¿por qué no votaron en esa asamblea del 12 de junio? La respuesta es obvia: no lo estaban, salvo Maz y Núñez.

Es aquí donde agrego por mi parte otro argumento jurídico, basándome en Santi Romano y su clasificación de ordenamientos normativos originarios y derivados. La asamblea del 13 de diciembre es originaria y no derivada, porque ella no se hizo en aplicación de los estatutos del CURCC sino al margen de ellos. Y, para que hubiera continuidad institucional en esa pretendida reforma de 1913, tendría que haber consagrado un ordenamiento derivado, lo que no pudo ser porque no tenía su origen en los estatutos del CURCC. O sea, según la clasificación de Sayagués, fue un acto constituyente.

Y es por ello que adquiere total relevancia la constancia dejada por el oficial Varzi cuando se presentaron los estatutos de Peñarol, cuando advierte que en los mismos se hacer referencia a que antiguamente el club se llamaba CURCC, y estampa: “no se acompañan estatutos del CURCC”. Esa constancia de un funcionario muy competente demuestra que Peñarol no podía justificar su pretendido ordenamiento originario, lo que llevó después al Dr. Clavijo a hacer la salvedad sobre que no implicaba lo dispuesto en el artículo 1º un reconocimiento oficial sobre esa pretendida continuidad. Y es aquí donde el Estatuto de Peñarol, a partir de la reforma del 27 de diciembre de 1939, al agregar a la sigla CURCC la palabra Peñarol, afirma algo que no es cierto, porque nunca el club se llamó CURCC-Peñarol sino tan solo CURCC, porque aquella pretensión de junio de 1912 fue rechazada, aparte de que mucho menos se llamó así desde su fundación el 28 de setiembre de 1891, en que se fundó un club de cricket, siendo el fútbol una práctica incorporada después, el 5 de mayo de 1892.

Muchos han dicho –y hasta con sorna también hacia Tarigo lo hizo el Dr. Maggi- que Nacional no tiene derecho a meterse en algo que compete a Peñarol. No, no es así, porque en las contiendas entre instituciones y los procesos históricos, lo que se atribuye uno repercute en otro y eso forma parte de la pasión futbolística. En la misma medida tenemos que señalar que no es cierto que hayan conquistado el Campeonato Nº 49, atribuyéndose la Copa Héctor Gómez, fruto del laudo Serrato, que no lo fue, y el campeonato de la Federación de 1924, que tampoco lo fue, porque en ese año no hubo un doble campeón de la asociación, sino tan solo uno, y que lo fue Nacional.

Tal como sostiene el Dr. Sanguinetti cuando exige rigurosidad histórica en el pasado reciente de nuestro país, también tenemos derecho a exigirla en la historia de las instituciones deportivas.

Y esa rigurosidad nos permite afirmar en lo personal que CURCC y Peñarol, tienen una íntima relación siendo el segundo un club sucesor del primero y que uno de los aciertos del Esc. Quintana es cuando incursiona en el terreno sociológico como potencial fuente de derecho, pero en lo que tiene relación a su molestia con el Dr. Tarigo en el terreno jurídico, se podrá justificar por su pasión y por el lenguaje que a veces el destacado jurista y hombre público ha empleado, pero no porque en ese terreno no haya dado en el clavo, porque haberlo dado es lo que origina verdaderamente la molestia de los peñarolenses.

Nacional no tiene la culpa de que la entidad gremial le haya cerrado el paso a los criollos en aquella asamblea de marzo de 1912. Y los peñarolenses deben comprender que esta es la fuente de la discordia y no una caprichosa actitud de quienes controvierten su unidad jurídica. Si ellos mismos hablan sobre aquellos sucesos de transición y emancipación política es porque algo importante ocurrió. Y si es así, ¿por qué no valorarlo a la luz de la sana crítica?

Por eso no hay que enojarse tanto con los nacionalófilos. El enojo debe ser con Mr. Byrne.

                                                                                                                             Hernán Navascués

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