Vení pibe, sentate acá. Si, si, al lado mío. Te doy mi palabra que no te vas a aburrir.

Vení pibe, sentate acá. Si, si, al lado mío. Te doy mi palabra que no te vas a aburrir. Si, yo sé que está lindo para jugar a eso de la play, en el cuarto, con el resto de la botijada. Que hace un frío de locos para estar acá afuera, ¿qué te lo voy a negar? Pero tengo que hablarte de cosas importantes, viste, y si no te las cuento hoy, que ando emocionado todavía, si dejo pasar el tiempo, pierden ese algo que las hace únicas. No es que vayan a dejar de existir, pero no sé, tiene que ser hoy, porque los días, los meses, los años les cambian el color a los ojos y capaz que en un tiempo se ven distintas, le quitan brillo. No sé, capaz que estoy medio sonado como muchos viejos.

Bueno, te cuento. Sabés que yo tengo sesenta, ¿no? Alguna que otra baldosa me llevé por delante. Sí, sufrí, la pucha, si habré sufrido. Mirá, mi viejo, el mejor viejo, me llevaba al estadio, no sé si todos los fines de semana, pero seguido. Lo que más me acuerdo, fue la tarde de invierno, que fuimos juntos a ver al cuadro —yo era un botija chico, que tendría ocho o nueve años— contra Rampla por el Uruguayo. Perdimos, es la primera derrota que recuerdo, después hubieron otras. Ese día lloré, con una amargura, con unas lágrimas que si sigo me vienen de vuelta, sobre todo por el viejo, ¿sabés?, cómo me quería consolar, cómo quería que yo entendiera que era un partido nada más y que no era nada grave. Tenía razón, se pierde, a veces se pierde, y no vas a andar mojando pañuelos cada vez que no tenés la suerte de ganar, ¿no?

Pero es lindo ganar. ¿Qué te parece? Y con los años, luego de una década del 70 amarga, llegó el milagro, o qué sé yo como llamarlo, teníamos un cuadrazo; y el 71 me regaló de la mano de un señor, la primera copa América. Ahí estaba el viejo, y por la radio, ese señor que se llama Artime, cuyo nombre nos llegaba medio tapado por el zumbido del aparato, me volvió a hacer llorar, pero ahora distinto; ese llanto lindo que no querés que se acabe, que querés que te dure siempre y si lo hará, eh, cuando me acuerdo del artillero se me viene agua que baja por los cachetes y me cuesta frenarla.

Después, ya más de mocito, como se decía, de muchacho, bah, teníamos una barra, todos bolsilludos, que no nos perdíamos un partido. Escucha bien: no nos perdíamos un partido. Las cosas que viví, que miré, que ví, que oí, que sentí, que sufrí y de las que me alegré. Dios mío. Yo igual esperaba otro 71, de vuelta con el viejo, pero yo más grande para entender más, para abrazarlo de vuelta, con la radio, en casa y que regresara Artime para saludar desde lo alto a todos los estadios de América. Hubo que esperar. El artillero ya no estaba y desde que se fue, Nacional anduvo a los tumbos.

Más tarde vino el 80, histórico, en la misma tribuna que frecuentaba con la barra, la que nos robaron y que antes era de todos, de noche y con un tornillo de aquellos. Qué recibimiento, nunca vi una cosa igual. No cabían más posibilidades: otra vez, campeones otra vez. Y de vuelta la euforia, y Nacional nomá, y los pañuelos blancos que les secaban las lágrimas al cielo. Que belleza.

Ocho años más tarde, el Hugo, luego de haber caído en Rosario 0 a 1. Me acuerdo de todo, pero sabés lo que más me quedó grabado, no me vas a creer, vos dirás la media vuelta del Pinocho, el cabezazo del Vasco. No señor, lo que más me acuerdo, ahora sí tele mediante, es un reportaje que le hacen a ese monstruo que parece le hubieran puesto el apellido a propósito —De León— donde le preguntan algo así como qué va a pasar en Montevideo. ¿Y qué puede haber dicho el Maestro?, ¿que iba a ser difícil? ¿que jugábamos de locales y eso nos daba cierta ventaja? No. El capitán, perdón; El Capitán, contestó: “Los vamos a aplastar” y a partir de ahí ya éramos otra vez campeones.

En ese año terminaron las Libertadores ganadas, cambió todo, aparecieron cuadros con más plata, contratistas que se llevaban a los pibes al tercer gol que hacían. Te la hago corta: se empezó a complicar. Vos dirás que bueno, se acabaron las fiestas, solo quedaba el Uruguayo y no es lo mismo. Tenés y no tenés razón. Que no es lo mismo, no es lo mismo. Ganar una Libertadores es ir a darle un beso a Miguel Angel, a Rafael, treparse a la Eiffel, qué se yo, lo que se te ocurra, pero en grande. En lo que no tenés razón es en lo otro. Las emociones siguen, porque no te olvides que sos de Nacional, y Nacional juega contra todo el mundo: los otros cuadros, incluído el que ya sabés, la prensa, los jueces, en fin, lo que ahora llaman “sistema”.

Che, tas tiritando de frío. Bueno, pará que te cuento un par de cositas y ya está. Resulta que un domingo, se juega un clásico. Vamos perdiendo. En el banco donde están los suplentes hay un señor joven, pero canoso, con cara de bueno, que trabaja como director técnico. ¿Qué te cuento? que este hombre, el joven canoso, llama a Dios para que entre a la cancha. Perdemos 1 a 0. El partido parece liquidado, pero todo gira hasta que falta un minuto y los descuentos y empatamos en el último segundo reglamentario; que palabra fea ¿no?, como si el resto fuera antirreglamentario. Bue, no importa, empatamos y Nacional, Nacional. Ya está, se acaba. Pero hay más minutos, los descuentos.

Resulta que sale una pelota para arriba, mitad de la cancha de Peñarol, salta Taborda con un manya, y foul a favor de nosotros. Bien cobrado. Rodillazo en la espalda. Agarra la pelota Dios y la coloca para patear, en eso, veo que el Rafa García, que debe tener un corazón hecho por el tango, se le pone a hablar al golero de ellos, que se las traía de guapo. No sé si lo puso nervioso o no, lo que sé, es que el otro entraba en la discusión y el Rafa dale que te dale, hasta que hay que patear, porque se viene el final e iban como tres minutos más de los noventa. Qué te digo que Dios empieza a correr hacia la pelota, y la acaricia con la zurda, con la que debe jugar él en las nubes, viste. Por un prodigio divino su pie es más sensible que sus manos. La pelota, que ya no es pelota, es una estrella bajada de alguna noche fuera de la hora adecuada, a deshora, empieza a volar, hace una comba. Sabés lo qué es una comba, ¿no? y sigue viaje como para entrar en un cielo que deja de ser celeste. Si, como lo oís, el cielo no era celeste, era blanco, era azul y era rojo. Llega a ese cielo, sin que las manos del golero la ensucien y Dios corre, grita, se hace humano, tiene cara achinada, se pone nombre Álvaro y apellido Recoba, quiere ser un mortal más para que lo abracemos y podamos sentir su transpiración, oír su grito de “Nacional nomá”.

Por eso, nene, las emociones siguen. Por eso, cuando dicen que Dios no existe, yo me rio, porque yo lo vi. Ya va, pará, ponete una campera y aguanta otro cachito, no me vas a dejar con la lengua trancada ahora. Resulta que Dios no juega más al futbol, pero el domingo pasado; este sí, el primero de septiembre, yo vi algo extraño. No sé, habrás oído algo de cómo es esto de los misterios divinos, capaz que el tipo, perdón, el señor, se sacó la zurda y se la regaló a alguien, total él ahora solo la usa para caminar; que es importante, claro que sí; pero para caminar cualquier zurda es buena.

Yo estaba el domingo viendo por la tele, eh, ya no voy a los clásicos, me hacen mal. En el banco de Nacional veo al mismo canoso, ya con unos años más, tranquilo, como creyendo en sus convicciones. Como cuando uno va a un examen, viste, y los demás contestan distinto que vos, pero vos sabés que lo que pusiste está bien, porque lo recontra estudiaste. Así lo vi. Y yo me dije, este tipo tiene pasta, tiene cara de bueno, de aplicado; este tipo no falla, y me acordé que fue él el que llamo a Dios la otra vez. Entonces, me contagió, yo también me puse tranquilo. En eso, tocan timbre. ¿Quién será? Un hincha de Rampla, pienso, que me quiere hacer llorar como cuando era pibe. Chau tranquilidad. ¿Qué hago? ¿qué le digo? ¿y si es importante? Voy a atender, no tengo más remedio.

Era un delivery que tenía mal la dirección. Puteo, no me voy a hacer el santurrón. Vuelvo, inquieto al aparato con imagen y ahí estaba. Te aseguro que no lo podía creer. No era Dios; Dios hay uno nomás. Estaba la pierna izquierda de Dios otra vez acariciando la pelota que no entendía por qué ese miembro del todopoderoso ahora lo tenía otro y la dirigía quien sabe dónde. Yo creo, mirá, que la zurda de Dios debe tener colocados unos ojos raros que ven lo que otros no ven.

La pelota empezó a subir y después bajó para ir a ocupar el lugar destinado por la pierna divina. Contra el ángulo, sabés, contra el ángulo, apenas haciéndole un mimo a la red y ahí se quedó, adentro del arco, adentro del alma de todos los tricolores. Si vos me preguntás, y ya te largo, eh, no te entretengo más. Si vos me preguntás a cuento de que viene toda esta perorata, te contesto que es para que valores lo que es ser hincha de Nacional. Que puede haber otros cuadros con más fama, más plata, yo que sé, pero Nacional es único. Ninguno de los demás te va a hacer sentir la vida de la forma en que te la hace sentir este club. Chau pibe.

Atilio Parrillo

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO:

UNITE A NUESTRA COMUNIDAD

Seguinos en nuestras redes sociales y enterate de toda la actualidad del decano del fútbol uruguayo

REDES SOCIALES

SUSCRIBITE A NUESTRA NEWSLETTER

No te pierdas ninguna novedad del decano