Aparece recostada en la silla del cuarto la camiseta que el domingo estuvo en mi regazo en el parque y entonces la levanto y con las dos manos la pongo a la altura de mis ojos.

Está nueva y blanca. Sin embargo la escudriño buscando algo.

¿Dónde te guardo Nacional?

¿En qué estante de mi semana te mantengo después de la gris tarde sabatina?

¿Qué hago contigo, bolso querido para que ese gris no cubra el rojo azul y blanco?  

Si uno pudiera doblarte como a una media y entonces enterrarte en el fondo de un cajón del cuerpo  para que no dolieras tanto, lo haría, pero resulta que no se puede porque vos te empeñas en saltar a cada rato y apareces cuando no te busco. Aunque eso es casi imposible.

¿Y por qué no puedo hacer como si no estuvieras e ignorarte y olvidarme de la sopapeada que le diste a mi alegría? y entonces lograría hacer como que lo que pasó el sábado en realidad no pasó y que las luces amarillas de cuidado que se prendieron no fueron reales sino un descuido como cuando se te cae la taza de café. Aunque las manchas que queden cueste sacarlas.

Y si pudiera sacarte un rato de mi cabeza y mandarte al lavarropas para borrar la sangre en la cabeza abierta del pibe tirado en el suelo mientras los suplentes abren los brazos a su lado calentando como si nada pasara, lo haría y pondría en enjuague a todas estas jugadas sucias para que saliera alguna limpia y a los desaciertos los haría desaparecer bajo el agua caliente mientras le voy poniendo hipoclorito al juez.

O metería todos los pelotazos en un centrifugado largo a ver si entre tanta y tanta y tanta vuelta se marean y entonces le dejan lugar a alguna otra idea para abrir el camino.

Pero te daría, te juro, una sacudida de esas como las que hacía mi abuela cuando colgaba la ropa al sol después de lavarla en la pileta y cuando los lavarropas eran los brazos, para ver si se esparce en el  viento la aureola de tanto desatino y entonces se te empieza a ver de nuevo  tu color real…

Termino de doblar la camiseta con la que hablé durante todo el rato y entonces decido no guardarla.  La estiro la doblo y la aliso suavemente con la mano.

La dejo sobre la silla para que descanse de tanta charla y le digo que se apronte porque la sacudo en breve para despertarla.

Cecilia810

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