Ante la proximidad de un nuevo clásico, compartimos con ustedes la columna redactada en noviembre pasado por Marco Vanzini para decano.com
«Esa sensación de ver al tradicional rival derrotado, saliendo por el túnel con la cabeza gacha, supera cualquier alegría que se nos pueda dar«.
Todo niño, joven y adulto en este país sueña y siente profundamente la pasión de un clásico; cuando gurí, desde mis primeras corridas atrás de la pelota, en los campitos del Buceo, yo también tuve esa ilusión. Diez días antes de ese mágico domingo las conversaciones en la calle son acaparadas por estadísticas, valoraciones de la probable actuación de los jueces, que `clásicos son clásicos`, que hay jugadores hechos a medida para este tipo de partidos y diez días después de cargadas y aguante.
Desde el primer día con la camiseta de Nacional esperé la llegada de ese mágico momento, imaginando la entrada a la cancha con mis compañeros, los gritos, los cánticos de la hinchada, los fuegos artificiales, en fin adrenalina corriendo a raudales. Cuantas personas deseando estar dentro de la cancha, y yo con la suerte de tener esa hermosa responsabilidad de defender la camiseta de mi glorioso Nacional con hombría. Sabía que luego del pitazo final se vendría la alegría, la tristeza, el aguantar el lunes festivo o desgraciado a la espera de la revancha.
A los 21 años jugaría mi primer clásico en el Estadio Centenario. Se me cumplía de esta forma un sueño, como hincha y como jugador profesional, poder vestir la camiseta de mi querido Nacional frente al tradicional rival. La vida después me concedió la dicha de poder jugar muchos clásicos más, varios de ellos liderando con orgullo, como Capitán de un barco con jugadores de gran personalidad para este tipo de partidos.
Tres semanas antes me concentraba en la preparación de mi mente y mi fisico para lograr un óptimo rendimiento, tratando de imaginar mis contrarios, su forma de jugar y lo que debía hacer para superarlos. En este tipo de partido un mínimo error puede resultar fatal, la hinchada lo sabe y quien juega también. Es así que la atención tiene que estar al máximo, quien lo logra durante los noventa minutos es quien demuestra su verdadera clase como jugador. Mucho coraje pero mente fría son l as virtudes requeridas, manejando las emociones pero no dejándose llevar por las del contrario. A pesar del paso los años puedo afirmar con convencimiento que jugar un clasico contra Peñarol y ganarlo , cualquiera sea la situación, no tiene punto de comparación con ningún logro deportivo. Esa sensación de ver al tradicional rival derrotado, saliendo por el túnel con la cabeza gacha, supera cualquier alegría que se nos pueda dar.
Hoy veo a los nuevos jugadores subiendo por las escaleras del túnel camino a la cancha y no puedo dejar de sentir las emociones que me abrazaron no hace mucho tiempo y deseo por dentro que sean capaces de reconocer la responsabilidad que les ha caído y que sepan aceptarla con orgullo y valor.
Marco Vanzini
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