El 17 de marzo de 1976 nacía Álvaro Alexander Recoba Rivero, o simplemente el “Chino”.

Ese gurí proveniente de una familia  humilde, que desde chico levantaba polvareda con la pelota y se las ingeniaba para amagar y eludir a cuanto rival se le cruzara en el camino.

Fue allá por Maroñas donde comenzó a demostrar su clase y su alma de crack. Dueño de una zurda mágica y un talento sorprendente, desde botija ha sabido deleitar a aquellos que gustan del buen fútbol.

Según la Real academia española: ídolo es  una Imagen de una deidad, objeto de culto, persona o cosa amada o admirada con exaltación. Para mí todo eso, es él.  En  mi diccionario personal la definición de ídolo es  simplemente una: Alvaro Recoba, “el Chino”. Reconozco que cuando hablo de él  no soy objetiva  y que instantáneamente  aflora  en mí un sentimiento tan genuino como profundo que me es sumamente difícil de explicar.

Descubrí su existencia cuando mi mamá me compró un video de Nacional, que salía con el diario, por allá en el 96’; por ese entonces Nacional había conquistado un campeonato corto y la Liguilla con él como figura. Ahí lo conocí y no se por qué, pero desde ese momento  lo adopté como ídolo, mi único ídolo hasta ahora. Recuerdo que gracias a él y a los tiempos difíciles que vivía el equipo de mis amores en aquella época, pase de ser simplemente hincha del bolso a ser fanática con mayúsculas. Son esos momentos que no se te borran más.
 

Me acuerdo que en aquella época  el chino, todo un chiquilín, se paseaba derrochando  su talento por las canchas de nuestro país luciendo  en su pelo aquel look “honguito”, que lo  identificaba y que  muchos chiquilines imitaban. 

Con  aquellas corridas,  su pegada, los amagues que se mandaba con esa zurda privilegiada con la que lograba eludir a sus adversarios, que muchas veces solo le veían el número en su espalda cuando el Chino encaraba para el arco. Con sus tiros libres, en los que  hacía temblar al golero de turno. Sus exquisitas jugadas, sus  pases y los goles que se mandaba deleitaron  a todo el ambiente futbolístico y el público en general. 

Es que  no se necesitaba entender mucho de fútbol para darse cuenta de que era distinto y que tenía pinta de crack.

Todo eso llevó al Chino a las primeras planas de la prensa y a ser reconocido en el ámbito nacional e Internacional. Gracias a su enorme clase duró poco en Nacional y se fue a Europa donde estuvo más de 13 años.

El Chino estaba lejos y yo crecía, pero eso no aminoró  mi devoción por él, todo lo contrario  se incrementó a pasos agigantados. Cada vez que lo veía jugando allá en el Inter, me sentía orgullosa de que estuviera ahí, demostrando su clase  al mundo entero. 

Tuve la etapa típica, esa de adolescente en la que guardas todo de tu ídolo. Religiosamente  recortaba y guardaba cada noticia de él, cada imagen y grababa en el viejo y querido casete las entrevistas que le hacían. 

Seguía paso a paso su carrera y su vida, ese era mí deber y lo sentía así, porque siempre lo sentí como  si fuese parte de mi familia.
Una vez mi papá, que no es bolso, se lo encontró en una casa de repuestos y  le pidió un autógrafo, un simple papelito dedicado para mí con su firma, pero para mí era más que es eso; para mi era un pedacito de él. Es una reliquia que conservo y conservaré en un lugar especial de mis más preciados recuerdos.

Como olvidar la emoción que sentí en el partido de los 100 años del glorioso Club Nacional de Football, la primera vez que fui al Estadio,  a ver al equipo de mis amores, donde él fue uno de los invitados de lujo que participó en ese partido, junto a grandes jugadores de la historia de Nacional. Cada vez que rememoro   ese gol que convirtió de penal y de como la hinchada le rendía homenaje con sus cánticos, se me aprieta el corazón.

Pero no todo fue color de rosas, porque el Chino durante su carrera fue blanco fácil de muchas  criticas malintencionadas; muchos injustamente lo hicieron responsable del mal desempeño de la selección.   Se ensañaron con él, tal vez  movidos por la envidia o vaya a saber que.


Esos momentos para mi tampoco fueron fáciles,  cada vez que sentía hablar mal de él con mucha maldad, no me importaba quien fuera el que estuviera enfrente mio, ni la edad, ni nada;  me ponía de punta   contestando como podía  y sorprendentemente con mis argumentos logré dejar con la boquita cerrada a más de uno. Reconozco, que soy dueña de una fuerte personalidad y una impulsividad que me cuesta manejar y cuando me tocan al Chino, exploto. Los consejos y o sugerencias no faltaban: “no te podes  pelear con la gente por lo que digan del Chino”, me decía mi madre y yo entre lágrimas le decía: “es que lo tratan muy mal y él no se lo merece”. Mi mamá con su mirada tierna me entendía, pero no podía hacer nada para cambiar las cosas.
La gente que me conoce bien, sabe de mi admiración por él y todo lo que me aguanté cuando las cosas no salían bien.

En su vuelta al fútbol uruguayo, malos entendidos hicieron que el Chino se ganara la antipatía de muchos hinchas tricolores.

Cuando llegó a Nacional muchos dudaron de lo que podría hacer: las críticas  y los comentarios de todo tipo se hacían escuchar, es que mucha gente no lo quería; él y yo lo sabíamos. No faltaron comentarios como: “viene a robar la plata”, “está viejo, se arrastra”, entre otros.
Pero, gracias a su magia y talento el  Chino gambeteò y sacó un caño a pura rebeldía y corazón para dejar por el camino todo eso.  Y si señores, el Chino les tapó la boca a más de uno y se sacó esa mochila que pesaba toneladas para calzarse  la camiseta de ídolo.

Gracias  a sus brillantes actuaciones, cuando más de una vez nos salvó y nos sacó las castañas del fuego, convirtiendo goles decisivos, siendo solidario con el equipo, jugando para los demás, dando exquisitos pases, con sus goles inmemorables: como los que le hizo al rival de todas las horas o con sus   majestuosos olímpicos; con todo eso dejó boquiabierta a todos y se conquistó el corazón de hasta el hincha más frio. Hoy es uno de los ídolos máximo de la hinchada, a fuerza de su talento, por sus goles y por esa humildad que lo caracteriza y lo hace único.

Así como en el fútbol hay revancha, en la vida también y yo creo que él y yo nos merecíamos que las buenas llegaran. Hoy disfruto de eso, de esa reivindicación con la gente, del mimo constante que le regala la hinchada y los halagos que bajan de todas las tribunas cuando se manda una de las suyas.  Sentir que lo quieren, verlo feliz, siempre motivado y ayudando al equipo con esa humildad que tienen los grandes, no tiene precio.


El Chino se reivindico con su gente, cambiando críticas por elogios.  Desatando una ovación cada vez que se escucha en las tribunas  pronunciar su nombre, es que todo en la vida llega: ¡al fin mamá, se lo merece!: le digo a mi madre emocionada y ella me mira con su mirada cómplice y me dice: “si y vos también, disfrútalo”.

Yo voy a estar siempre, aplaudiéndolo y alentándolo como desde los 9 años,  juegue bien o mal, pero voy a estar, porque él se lo merece y porque simplemente es mi ídolo.

Ma. Eugenia Núñez

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