Entrevista al historiador Pierre Cazal, estudioso de los vínculos entre el fútbol francés y el uruguayo.

El fútbol uruguayo fue el modelo del fútbol francés entre 1924 y 1950. Al impacto que produjo el equipo capitaneado por José Nasazzi en los Juegos Olímpicos de Colombes lo siguió la influencia de jugadores llegados a Francia desde estas tierras, como Orestes Díaz, Héctor Cazenave, Pedro Duhart y Eduardo Ithurbide. Al adquirir la doble nacionalidad, algunos incluso llegaron a defender la casaca azul de la selección gala. El francés Pierre Cazal, el más grande especialista del fútbol de su país, habla del vínculo futbolístico profundo que unió a los dos países, sobre todo durante las primeras décadas del siglo XX.

¿Qué lo llevó a dedicarse a la historia del fútbol francés?

Desde chiquito me fascinó la selección francesa. Me sentía representado por ella y, en un hecho algo curioso para un niño, me comencé a interesar mucho en su pasado. Eso era en 1963. En aquella época había una guía estadística muy completa, Los Cuadernos de L’Équipe. Me la compré y, en poco tiempo, los jugadores de la selección francesa de 1904 a 1930 se me volvieron tan familiares como los contemporáneos. Yo tenía una confianza ciega en esos datos, pero un día me encontré con un archivista de la Federación Francesa de Fútbol. Me dijo que las estadísticas oficiales estaban plagadas de errores y que no encontraba a nadie para corregirlas. Había que retomar todo desde cero. Era un trabajo enorme, pero con mi hermano y un amigo decidimos hacerlo; en abril de 1992 publicamos el libro La integral del equipo de Francia, que, creo yo, es una referencia. Después siguieron otros textos, trabajé para la IFFHS [Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol] como corresponsal francés. Desde siempre pensé que no había que limitarse a la actualidad candente. El pasado también tiene derecho a aportar su luz.

¿Cuáles son sus logros en materia de historia?

Lo que más me enorgullece es haber corregido errores que se repetían desde hacía más de 30 años. Descubrí, ingenuamente, que las publicaciones comerciales se limitan a copiarse unas a otras, sin verificar jamás los datos ni cuestionar siquiera las estadísticas que reproducen. Mi mayor satisfacción fue devolver a seis jugadores lo que se les debía y se les negaba, a algunos desde 1909: un lugar en la selección francesa. No es poca cosa sacar del olvido a seis jugadores internacionales. También restablecí la participación de Célestin Delmer en el partido de la Copa del Mundo de 1930 con Chile, jugado en el estadio Centenario. En su lugar, todas las publicaciones francesas, sin excepción, mencionaban a Marcel Pinel. Pude entrevistar a Delmer y lo amargaba ese error, que había señalado muchas veces sin obtener jamás la rectificación del caso.

¿Qué interés tiene para un especialista en el fútbol francés evocar el pasado del fútbol uruguayo?

La venida de Uruguay en 1924 para los Juegos Olímpicos y la gira de Nacional en 1925 marcaron mucho los espíritus. Hasta ese momento, el modelo para los franceses era Inglaterra, y el gran periodista Gabriel Hanot, al término del torneo que ganó Uruguay, brillantemente hizo una comparación muy significativa. Opuso el juego inglés, “cuadrado, articulado, con rigor y rigidez”, al juego uruguayo, al que definió como “el arte del amague, de esquivar, de los cambios de pie llevados a la perfección, un virtuosismo maravilloso, un fútbol como nunca se ha jugado en Europa”. El entusiasmo era unánime. Es una lástima que en aquellos tiempos no existiera la televisión, porque el juego practicado por los uruguayos habría tenido el mismo impacto que el que tiene hoy en día el fútbol de Barcelona. Una mezcla perfecta de técnica individual, sentido de la desmarcación y del pase, velocidad y potencia. En ese momento el modelo inglés estaba en declive, un proceso que concluiría en 1950 con la pésima actuación de Inglaterra en el Mundial de Brasil. Entonces al ver a los uruguayos quedó claro que otro fútbol era posible, agradable y también más eficiente, un fútbol que se apegaba mejor al espíritu francés. Esta nueva influencia se reforzó con la incursión de varios jugadores uruguayos: Orestes Díaz fue el primero en destacarse, en Red Star; después, Horacio Finamore, y los siguió en los años 30 el entrenador Conrad Ross, que hizo venir a Sochaux a varios compatriotas suyos, entre los que estaba el admirable Pedro Duhart, el Zinedine Zidane de aquella época, que jugó para la celeste y también para la selección francesa. Héctor Cazenave, que llegó desde Peñarol, también fue internacional francés por sus orígenes.

¿Qué recuerdos tiene de su viaje a Uruguay?

Hace 30 años hice un viaje por las capitales sudamericanas y pasé por Montevideo. Mis motivaciones eran a la vez literarias y futbolísticas. Literarias, porque quería seguir los pasos de los tres poetas franco-uruguayos, Jules Laforgue, Lautréamont y Jules Supervielle, a los que un monumento rinde homenaje. Futbolísticas, porque quería conocer el estadio Centenario. Incluso busqué el estadio de Pocitos, donde Francia jugó el primer partido del Mundial, con México, del que me había hablado Lucien Laurent, el autor del primer gol de la Copa. Pero ya no existía, lo habían demolido hacía tiempo, algo que yo ignoraba. También me traje de Montevideo una buena dosis de libros y revistas viejas.

¿Quién fue el primer uruguayo que jugó en Francia?

El primero es, sin duda, el menos conocido, pero también el que merece el mayor homenaje. Se llamaba Carlos Mutti y era pariente de Cayetano Saporiti, el legendario arquero de Wanderers y de la celeste. Mutti también era golero. Vino a estudiar a Francia en 1912. Jugó primero en el club universitario parisino SCUF [Sporting Club Universitario de Francia] y después tomó la admirable decisión de inscribirse en la Legión Extranjera para pelear con los alemanes en 1914, durante la Primera Guerra Mundial. Fue herido y hospitalizado en Lyon, y cuando se recuperó disputó las primeras vueltas de la Copa de Francia con la camiseta del FC Lyon, antes de volver al frente. El FC Lyon llegó a la final del torneo, en la que Mutti debió jugar, pero nuevamente tomó una decisión heroica: optó por retornar a combatir junto con sus camaradas en la víspera de una gran ofensiva en el norte de Francia. Antes de partir les escribió a sus compañeros de equipo para explicarles su ausencia y desearles suerte. Desgraciadamente, Mutti cayó en esa atroz batalla.

¿Cómo supo todo esto?

Esta historia me la contó Roger Ébrard, que era el capitán del FC Lyon de 1918 y murió a los 102 años. Tuve oportunidad de hablar con él cuando preparaba un trabajo para el 75º aniversario de la Copa de Francia. Cuando hablaba de Mutti, Ébrard decía: “Era un crack. Con él no hubiéramos perdido nunca la final contra Pantin”. En aquel momento no hubo artículos sobre él. La única foto que se conoce de él salió en la revista Sporting, completamente descolgada. Lo primero que leí sobre Mutti fue un artículo en un boletín del FC Lyon, bajo el título “Rojo y blanco”, publicado en la Navidad de 1930. Lo firma Alexis Soulignac, el intelectual del equipo de 1918, que era un buen puntero: “Mutti, este nombre no les evoca nada. Sólo algunos franceses lo conocieron y tuvieron la suerte de apreciar su valor. Golero de gran clase, quizá como nunca tuvimos en Lyon, como no tuvo Francia. Nos asombraba su virtuosismo y la revelación que nos hizo del deporte en América del Sur. Los escépticos que escuchaban sus relatos grandiosos deben darse cuenta, ahora que el fútbol sudamericano es conocido, que Mutti decía la verdad”. En dicho texto, Soulignac se limita a decir: “Dos días antes de la semifinal, Mutti regresó al frente y no volvió más”.

¿Qué decían exactamente los expertos franceses sobre el estilo uruguayo?

El primer partido Uruguay-Francia se jugó en junio de 1924, en los cuartos de final del torneo olímpico, y la celeste ganó 5-1. Los expertos a que me refiero eran ex futbolistas, periodistas y dirigentes como Gabriel Hanot, Achille Duchenne, Maurice Pefferkorn y Lucien Gamblin. En el Miroir des Sports del 8 de octubre de 1924, Hanot examinaba las chances de un equipo uruguayo ante un buen once profesional inglés. Después de insistir sobre la prueba física que imponían los británicos, decía esto: “Si los uruguayos con amagues logran evitar las cargas de los robustos británicos, el partido queda abierto. Los profesionales ingleses practican un juego rutinario, sin variedad ni iniciativa. Por eso pienso que la velocidad, la movilidad y la flexibilidad, la capacidad de creación y de invención de los uruguayos obligarían a los ingleses a superarse para no perder. Los uruguayos son frágiles y no pueden aguantar una temporada entera con los profesionales. Pero un solo partido, sí, lo pueden ganar”. Como se ve, se trata de dos estilos de fútbol antagónicos. Para Hanot, la única calidad de los ingleses es la fuerza física, y de jugarse un solo partido, lo que corresponde al formato de un torneo internacional, el virtuosismo uruguayo es el mejor antídoto. Yo agregaría algo que se ve muy bien en las fotos de los partidos: el repliegue masivo de los atacantes uruguayos, sin excepción, cuando atacaba el rival. Eso era algo muy moderno. Los delanteros ingleses no bajaban jamás más allá de la línea media. Esas variantes, el juego francés las fue integrando poco a poco.

¿Seguía siendo tan poderoso el fútbol inglés?

En realidad, Hanot se ilusionó, y las ilusiones iban a disiparse pronto, en 1929, cuando los españoles, con un juego técnico que se parecía al sudamericano, fueron capaces de vencer a Inglaterra. La decadencia británica ya estaba en marcha, y los comentaristas todavía no eran totalmente conscientes de ello, porque los británicos se las arreglaban para no arriesgar su reputación imaginaria evitando participar en los torneos internacionales. Cuando Inglaterra finalmente participó por primera vez en una Copa del Mundo, en 1950, tuvo una participación muy mala y cayó brutalmente del pedestal.

¿Qué pasó con la gira de Nacional en 1925?

Nacional jugó ocho partidos en Francia y ganó por goleada la mayoría de ellos, pero contra la selección francesa empató 0-0. El entusiasmo era general, pero ese empate sorprendió, ya que ese mismo equipo francés perdió poco después 7-0 con los italianos. Lo que explicaba el resultado ante Nacional, a mi entender, fue la performance de Urbain Wallet, un jugador de 95 kilos, pero que corría 100 metros en 11 segundos y medio. Era un atleta poderoso, bastante patadura, pero que impuso su marca sobre Pedro Perucho Petrone, lo neutralizó y desorganizó el ataque de los uruguayos.

¿Cómo llegó a Francia Orestes Díaz? En esa gira era un simple suplente del plantel de Nacional.

Louis Delblat, el agente de Red Star, que era entonces el mejor equipo francés, le habló y él prometió volver. Lo hizo en 1926 y jugó como defensor en Red Star hasta 1934; ganó la Copa de Francia en 1928 y el campeonato profesional de Segunda División en 1934. Fogoso, ágil y brillante, Díaz fue seleccionado siete veces en el equipo de París, en una época en la que los encuentros entre capitales (Londres, Praga, Budapest, Berlín, etcétera) apasionaban al público. Trató de que viniera a Francia Héctor Scarone, que era compañero suyo en Nacional, pero no lo logró, aunque sí pudo traer a Horacio Finamore, que también jugaba en Nacional y era un atacante notable. Finamore jugó en Red Star, y en CA París, de 1928 a 1938, y ocho veces en la selección de París.

¿A qué se debió este arribo de jugadores uruguayos?

El triplete uruguayo de 1924, 1928 y 1930, más las buenas performances de los argentinos, llevaron a los dirigentes de los clubes profesionales a buscar refuerzos en Sudamérica. Sobre todo, pusieron la mira en aquellos jugadores que podían ser reintegrados a la nacionalidad de sus antepasados franceses emigrados a Sudamérica a fines del siglo XIX. Fue así que siete uruguayos y 15 argentinos aportaron su estilo al fútbol francés en los años 30.

¿Cómo eran reclutados esos jugadores?

El semanario Football tenía un corresponsal que se encargaba de localizar jugadores. Pedro Duhart, por ejemplo, fue detectado enseguida. El FC Sochaux, esponsorizado por la empresa Peugeot, se uruguayizó. Puso un entrenador uruguayo, Conrad Ross, y este hizo venir a tres grandes jugadores, de los cuales dos vistieron la casaca azul de la selección francesa; esos tres eran Duhart, Héctor Cazenave y Eduardo Ithurbide. Duhart ya había jugado tres veces con la celeste, en 1931 y 1932; Ithurbide lo había hecho siete, entre 1932 y 1937. Cazenave, no. Duhart, que en Uruguay jugaba en Nacional, era un dribleador excepcional. Para divertir a los niños, en Montbéliard, ponía una pelota en el piso, en la vereda, frente a una vidriera, y pateaba. Pero antes de tocar la vidriera, la pelota volvía para atrás, como un boomerang. Era capaz de ir dribleando por la derecha, en diagonal, y llegar al arco después de haber eludido a siete adversarios. Fue seis veces internacional francés, pero una lesión en la rodilla puso fin a su carrera. En el partido París-Montevideo de 1936, que terminó en una tremenda batalla campal -Lorenzo Fernández le pegó hasta al árbitro y se opuso a que lo expulsaran, de modo que el que se fue de la cancha fue el juez, a los 75 minutos-, Duhart entró a la cancha para calmar a sus compatriotas, y no sólo eso: agarró el silbato para arbitrar durante el cuarto de hora que quedaba, que se desarrolló muy tranquilamente.

¿Qué se sabe de Conrad Ross?

Poca cosa. Vino del club Urania, de Ginebra, como jugador, pero como le sacó el puesto de titular el húngaro János Szabó, se convirtió en entrenador improvisado. Digo bien: improvisado, porque en aquella época no había diploma. La función de director técnico era novedosa. La federación organizaba cursos, pero eran facultativos. El hecho es que Sochaux terminó con una gran arremetida en ese torneo y ganó el título. Pero Ross quería seguir jugando, y se fue a CA París, en segunda. Volvió a Sochaux en 1937 como entrenador, y obtuvo muy buenos resultados. Fue en ese momento que trajo nuevos jugadores uruguayos: Cazenave, Ithurbide, Ramón José Irigaray, y también argentinos: Miguel Ángel Lauri, Raúl Sbarra y Óscar Tellechea. Algunos textos mencionan el nombramiento de Ross en setiembre de 1937 como consejero técnico de la selección francesa, pero el hecho no está confirmado.

¿Y los otros?

Cazenave era defensa. Fue ocho veces internacional francés y formó parte del equipo que jugó la Copa del Mundo de 1938 disputada en Francia. El bloque defensivo de esa selección provenía íntegramente de Sochaux: el arquero Laurent Di Lorto y los zagueros Étienne Mattler y Cazenave. En los cuartos de final del Mundial había un uruguayo de cada lado: Miguel Andreolo en Italia y Cazenave en Francia. Cazenave era zurdo y tuvo que adaptarse para jugar al lado del poderoso Mattler, que también era zurdo. Durante seis meses, Ross le prohibió utilizar el pie izquierdo en los entrenamientos, y así pudo alcanzar la misma ductilidad con el pie derecho que con el zurdo. El Loquito, como le decían, era un defensor saltador, de pressing intenso, lo que era una novedad en aquella época, y muy buen salidor con pases cortos, lo que también era innovador. Mattler, en cambio, despejaba con tiros violentos para cualquier lado, a la antigua. En cuanto a Ithurbide, que llegó a Francia desde Nacional, era un puntero izquierdo bien sudamericano: no desbordaba, no tiraba centros, se metía hacia el medio y funcionaba como un mediocampista más. Fue convocado para un partido con Bulgaria, en marzo de 1938, pero quedó en el banco. Al igual que le pasó a Duhart, una lesión le cortó su carrera.

¿Qué pasó con todos ellos durante la Segunda Guerra Mundial?

Se volvieron a Uruguay en 1939, pero dejaron una huella indeleble en Sochaux. No hubo uruguayos durante la guerra, a excepción de Irigaray, que llegó a Sochaux con 18 años en 1938, proveniente de Bella Vista. Luego fue entrenador y formador de juveniles. Es el único. De todos modos, durante la Segunda Guerra Mundial el fútbol francés sufrió un gran retroceso. En ese período se dieron dos aberraciones: insólitamente, los partidos se redujeron a 80 minutos, por una exigencia de Jean Borotra, el ex tenista convertido en ministro de Deportes del gobierno colaboracionista de los nazis del general Philippe Pétain; además, se prohibió el profesionalismo, a pedido del sucesor de Borotra, el ex rugbista Jeff Pascot. Esas dos medidas fueron un delirio. Durante ese período no se jugaron partidos internacionales, y los contactos con otras federaciones se retomaron recién con la liberación, en 1944. Durante ese año Francia enfrentó a Bélgica el día de Navidad y, poco a poco, el profesionalismo comenzó a reaparecer. En el período de guerra algunos jugadores fueron encarcelados, y otros directamente fueron colaboradores de los nazis; tal es el caso de Alex Villaplane, capitán del equipo francés en el Mundial de 1930, que fue fusilado en 1944.

¿Qué impacto tuvo en Francia el Maracanazo?

Como Francia no fue a la Copa del Mundo de Brasil, el torneo no le interesó a nadie, por lo tanto el impacto fue nulo. Brasil futbolísticamente no era nada en aquella época, por lo que su derrota tampoco llamó la atención.

¿Qué pasó después?

Digamos que llegó el Brasil de Pelé y Garrincha, a partir del Mundial de Suecia de 1958, y eso produjo un impacto comparable al de Uruguay en 1924, con la diferencia de la fuerza de la imagen televisada. El fútbol sudamericano, creativo y técnico, volvía a ser el modelo, pero la referencia había dejado de ser Uruguay. Sin duda, esto se debió también a que el fútbol uruguayo cambió. El juego ofensivo, brillante y espectacular de 1924 fue sustituido por un juego menos vistoso y más duro. Vi el partido que jugaron Uruguay y Francia en el Mundial de Inglaterra de 1966: la celeste aparecía replegada en defensa, pegando permanentemente y ensayando esporádicos contraataques. Los siguientes encuentros fueron igualmente decepcionantes, salvo el de 1985 por la Copa Artemio Franchi, en el que el espíritu ofensivo y creativo estuvo del lado de los franceses, que tenían un gran equipo en el que se destacaban Michel Platini, Alain Giresse y Dominique Rocheteau.

¿Y en los años 70?

Llegó la nueva oleada de uruguayos: Ruben Bareño, Ildo Maneiro, Ruben Umpiérrez, Pierino Lattuada. Después, en los 80 llegaron a Francia Venancio Ramos, Enzo Francescoli y Ruben Paz. Pero ninguno llegó a marcar época en el fútbol francés como en el período de entreguerras. Hoy Edinson Cavani acumula títulos con Paris Saint-Germain, pero la estrella del club es indudablemente Zlatan Ibrahimovic. El agotamiento del vivero de los francouruguayos tiene que ver también con la legislación de la FIFA, que ya no permite jugar para dos selecciones a la vez. Así, los Juan Pedro Ascery (el único que se instaló en Francia), Andrés Fleurquin, Ernesto Chevantón y Gustavo Poyet pasaron por aquí, pero sin brillar. Hubo uno solo que vistió la casaca azul: Carlos Curbelo, en 1976. No tenía orígenes franceses, y el descubrimiento tardío de sus cuatro participaciones en selecciones preolímpicas de Uruguay, con menos de 18 años, cortó inmediatamente su carrera en la selección francesa, aunque siguió en los clubes e hizo toda su carrera en Francia, en Nancy y en Niza.

Pierre Arrighi 
Foto: Biblioteca Nacional de Francia | Comisión de Historia y Estadística.

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