Eduardo Galeano pasó muchas tardes alentando a Nacional, algunas de ellas con su amigo Mario Benedetti. En «El fútbol a Sol y sombra», describe a la perfección todo lo que vive el hincha por su club.
Eduardo Galeano, un hombre reconocido en todo el continente por sus publicaciones, desde aquel ensayo «Las venas abiertas de América Latina» (1971) a la trilogía «Memoria del fuego» (1982 – 1986) y decenas de obras más, nunca se privó de una de sus más grandes pasiones: el fútbol. Compartió cientos de tardes alentando al Club Nacional de Football con su amigo Mario Benedetti.
«Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy mal porque siempre fui un ‘pata dura’ terrible. La pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor no correspondido», escribía el montevideano en el prólogo de su libro «El fútbol a Sol y sombra». Precisamente de esa publicación decidimos extraer un pasaje titulado «El hincha», a modo de homenaje a este escritor y seguros de que todos los hinchas de Nacional van a sentir como propia cada una de las palabras.
El hincha
«Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno. Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos. Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música. Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.»
Eduardo Galeano. (2003). El fútbol a Sol y sombra.
Montevideo, Uruguay: Siglo XXI.
decano.com
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