Había una vez un país en el que las canchas se gastaban parejo, donde se enseñoreaban los “Negro”, los «Mandrake» los «Chema»y los «Cascarilla». Había una vez un país que admiraba a los punteros.

Hace muchos años escuché a alguien decir «Uruguay no genera laterales porque no tienen a quien marcar “¡Cómo sería la cosa que al puntero danubiano José Hermes Moreira, lo pusimos a marcar el lateral derecho!

Cuarenta años atrás, los uruguayos decidimos desarmar nuestras bibliotecas y, a la sombra de una Holanda que nos había humillado -como lo hizo con muchos- tiramos al tacho décadas de supremacía y experiencia y empezamos a hacerle guiñadas al «fútbol total» y sistemas numéricos que, al decir de un conocido técnico «se asemejan más a un número de teléfono que al fútbol mismo«. 

Entonces, entre tanto ensayo, mandamos al paredón a los «Peta» Ubiña y añoramos «laterales con proyección» olvidándonos que la primera estrella internacional del fútbol, fue un uruguayo -José Leandro Andrade- que jugaba de «jás, con subida«.

Empezamos a inundar papeles con palabras del tipo de «fútbol de propuesta» o «de respuesta» y «jugar a la nuestra«, se armó una confusión enorme y la prensa mundial, acostumbrada a escribir sobre «vendaval celeste» o «el poderoso ataque de los uruguayos» asistió -supongo que con asombro- a un auto-bautismo nuestro como los poseedores, casi naturales de un «fútbol de contragolpe«. O sea, los inventores de la “gambeta”, la “bicicleta “del «tuya y mía» y de «cortita y al pie«, pasamos a ser algo así como un grandote bobo, que como tiene resistencia se deja golpear primero, para ensayar después una piña en el mentón. Así convalidamos el viejo dicho de «ataca la argentina, gol uruguayo» dándole un nuevo sentido, casi opuesto al original.

La frase se gestó en una época en la que Argentina practicaba un estilo de fútbol -al que no ha renunciado- basado en la posesión de pelota y el avance con rotación por todo el frente de ataque, a diferencia de los sorpresivos orientales, más proclives a correr con la pelota «atada«, conscientes que el cometido del juego era dejar rivales por el camino, daba lo mismo si era con 23 toques o con 3 moñas y a guardar.

De a poco comenzamos a arengar a los botijas al grito de «largala comilón» y nuestro ideal dejó de ser un Bibiano Zapirain para dejarle lugar a Rene Van De Kerkhof.

Y así, en el camino de gestar nuestra identidad, la fuimos perdiendo y, con la intención de que Obdulio Varela y su estilo de “5” aguerrido ocupara un lugar en la historia inventamos una leyenda de las “características del volante uruguayo” que nos encargamos de alejar total y absurdamente de nuestros nuevos ejemplos a seguir: los “volantes mixtos”.

Al diablo con “el Pato” Galvalisi, y “el Marqués” Gómez, aquellos viejos “centrojás” uruguayos encargados de distribuir el juego,  los nuestros pasaron a ser “históricamente toscos y metedores” y acabamos creyéndonos que “la garra” era aguantar a pie firme y clavar alguna “de chiripa”.

Así, descreídos de nosotros mismos, urgidos por parecernos a otros y cargando con “el peso de la historia” nos fuimos desdibujando y perdiendo el rumbo “a las casas”. Y así seguimos, preguntando cómo llegar y recibiendo tantas indicaciones como interlocutores. 

Lo cierto es que ya no sabemos a qué jugamos y nos olvidamos cómo lo hacíamos. Y entre revolcón y revolcón se nos cayeron por el camino los enamorados de la raya, aquellos que juegan al fútbol con una sonrisa en los labios, convencidos de que quienes los marcan,  nunca sabrán qué camino tomarán en su ruta hacia el arco. Los dejamos afuera de la cancha, mascando pastito y recordando sus épocas de gloria, cuando el encargado de correr por la punta, no se “volcaba hacia el medio para hacer la diagonal ¿?”, sino que se arrimaba más y más a la raya, casi como que bailándole encima.

Yo sueño en que llegará el día en que los veré germinar, en la “Atilio” y la “Delgado” y que ya no habrá cristo capaz de sacudírnoslo de encima. Que así “Cea”.

Ernesto Flores

decano.com

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