A fuerza de goles, coraje, esfuerzo, dedicación, constancia y rebeldía, “Pinocho” Vargas se ganó el corazón y el respeto del hincha.

Era un caluroso febrero de 1987 cuando tres jugadores firmaron pase para Nacional: el zaguero Gustavo Faral –proveniente del Club Progreso-, Héctor Morán -volante de marca que defendía a Cerro- y la sorpresa, la vuelta al ruedo de Ernesto “Pinocho” Vargas desde el tradicional rival, en donde se rompió los ligamentos cinco años antes jugando por la Copa Libertadores cuando según los entendidos no habría vuelta posible; Vargas debía retirarse de la práctica activa del fútbol.

Pero este Pinocho no era de madera: era de carne y hueso, con un corazón enorme e hizo caso omiso al veredicto. El Doctor Suero obró el milagro y Ernesto Vargas volvió a las canchas, sólo el tiempo sería testigo de lo que acontecería en días venideros. Y como en los dibujitos animados; a fuerza de goles, coraje, esfuerzo, dedicación, constancia y rebeldía, se ganó el corazón y el respeto del hincha. 

Los goles comenzaron a llegar, primero en el ámbito local, como en la Liguilla jugada en enero del ´88 que lo tuvo como figura y clasificó a Nacional a la Copa Libertadores, pero antes también marcó goles en la SuperCopa y en un clásico. Pinocho, ¡carajo!

La moña la puso el 26 de octubre de 1988 en la final de la Copa Libertadores en Montevideo, frente a Newell’s Old Boys en un Estadio Centenario repleto como nunca y con hinchas enfervorizados. A los pocos minutos de juego, Soca realizó una tremenda jugada que derivó en “Pinocho”,  quien de media vuelta anotó un golazo, gol que agrandó a todos, menos a la visita que nunca pudo hacer frente a los muchachos de blanco empujados por una multitud. 

Nacional campeón de América y meses después el histórico “Nacional del mundo”. Luego de esta gloriosa temporada emigra para volver en la temporada de 1990, en la que suma el título de campeón de la Liguilla, aquella que dirigió el “Cacho” Blanco. Ernesto Vargas fue unas de las figuras de ese plantel y vaya si pagó con creces la confianza brindada. No era fácil jugársela, pero el “Bolso” lo hizo. 

Gracias “Pinocho”, ¡muchas gracias! 

Raúl Ruppel, “escribe el corazón”.

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