El 16 de julio es un día histórico para el fútbol uruguayo, aunque a la hora del relato, se ocultan algunos hechos.

El 16 de julio es un día histórico para el fútbol uruguayo, aunque a la hora del relato, se ocultan algunos hechos. Compartimos el capítulo dedicado a Maracaná, del libro «Nacional es Uruguay» de nuestro compañero Ernesto Flores.

1950: Fuimos mucho más que dos

Extraño caso el del Mundial de Brasil 1950. En el imaginario popular habita la idea de que se disputó un solo partido —la final— y que fue ganado por dos hombres: Obdulio Varela y Alcides Ghiggia. El resto de los enfrentamientos y actuaciones están en un plano tan lejano que hasta a veces dudo de que hayan existido.

En su segunda presentación mundial, la selección uruguaya hizo exactamente lo mismo que en la primera (1930). Salir campeón. Pero no lo logró de la misma manera.

En el Mundial 1930 Uruguay llegó a la final tras jugar tres partidos en los que anotó once goles y le convirtieron uno. Los rivales fueron Rumania, Perú y Yugoslavia. El acceso a la final de Maracaná fue más trabajoso, aunque no tanto como la llegada a Brasil. Antes de enfrentar al dueño de casa, Uruguay venció a Bolivia por 8 a 0 —su único contendiente en el grupo 4, debido a las renuncias del resto— y con este triunfo se colocó en la ronda final junto a España, Suecia y Brasil. El sistema de disputa, a diferencia de los anteriores mundiales, era de todos contra todos y el ganador sería quien acumulara más puntos. Uruguay obtuvo un empate a dos contra España, y con dos goles obtenidos en los últimos minutos del partido, derrotaba a Suecia y quedaba como el único pretendiente capaz de arrebatarle la Copa a Brasil.

Así llegó Uruguay a la final, pero ¿cómo llegó a Brasil 1950? A continuación transcribo un detallado informe publicado en la columna «Vox populi vox dei» del diario El País del sábado 17 de julio de 1999. El firmante de la columna es el prestigioso historiador Washington Nion.

Febrero 1950. Diríamos que Maracaná comenzó a partir del día 12. Se integra una Comisión de Selección, se nombra como preparador físico al Sr. Romeo Vázquez y como asesores a Nasazzi, Zibechi y Campolo. No hay acuerdo para designar director técnico.

Convocatoria de un plantel muy numeroso que incluye jugadores que se irán a Colombia o Argentina.

Marzo. El día 14 se designa como director técnico al Sr. Enrique Fernández (1) quien renuncia el día 24 por falta de colaboración de algunos jugadores. No se nombra sustituto. El día 28, la asamblea del club Peñarol «solicita» a su Comisión Directiva que no autorice a los jugadores designados integrar la selección que irá a Chile. Oficialmente Peñarol expondrá su posición sobre el seleccionado: Peñarol entiende y exige que el plantel esté en manos de su entrenador (E. Hirsh) dado que hay mayoría de sus jugadores. (2) El día 30 el titular de un matutino informaba: «Reunión de la Junta Dirigente del a AUF». «Peñarol se retira de sala al no ser designado E. Hirsch director técnico de la selección». Entrevistado por periodistas, el delegado de Peñarol enfatiza: «Les dije que Peñarol no entregará a sus jugadores ni en esta oportunidad, ni nunca». Termina marzo sin designarse director técnico.

1 Enrique Fernández, uno de los grandes jugadores de la historia uruguaya y tricolor, fue uno de los primeros egresados del curso de entrenadores que organizó la Comisión Nacional de Educación Física. Asumió como técnico de Nacional en 1946, cinco puntos por debajo de Peñarol, y lo sacó campeón uruguayo. En las temporadas 1947-1948 y 1948-1949 dirigió al Barcelona y lo llevó al título de Liga en ambas temporadas, además de ganar la Copa Latina, antecesor de la Copa de Campeones. Volvió a dirigir a Nacional en 1950 logrando el título conocido como el del «Campeón en el país Campeón del Mundo». Posteriormente es solicitado por el Real Madrid —que llevaba veintiún años sin ganar la Liga— y con Fernández obtiene las temporadas 1953-1954 y 1954-1955. Pergaminos y capacidad para dirigir al seleccionado no le faltaban, incluso en 1950.

2 Era la primera vez en la historia del seleccionado uruguayo en que Peñarol aportaba más jugadores que otro equipo, lo que hace ver esta pretensión como excesiva y fuera de lugar.

Abril. Sin director técnico todo el mes.

Mayo. Sin director técnico. Las diferencias continúan pero Peñarol acepta ceder sus jugadores para la Copa Río Branco a disputarse en Brasil.

Día 6 (San Pablo): Uruguay (4) – Brasil (3)

Míguez (2), Pérez, Schiaffino. Brasil hizo un gol a los dos minutos de iniciado el partido. Aun así, con todo su potencial y 5 meses de intensiva preparación, Brasil pierde con Uruguay. Comentarios (local): «Los celestes supieron cumplir con una tradición de gloria y coraje… a pesar de todo, volvemos a tener esperanza…». Brasil (Flavio Costa, DT): «En fútbol no se gana solo con cartel. Es necesario sangre, entusiasmo, espíritu combativo». Profético.

Día 14 (Río): Uruguay (2) – Brasil (3)

Julio Pérez, Villaminde. Comentarios (local): «No ganó Brasil, sino que perdió Uruguay por no tener delantera». «Pocas veces un equipo uruguayo pudo tener más al alcance una victoria». (Extranjera – AFP): «…Brasil tuvo la suerte de derrotar a Uruguay». «El árbitro inglés perjudicó a los visitantes». «Barboza el mejor».

Día 17 (Río): Final, Uruguay (0) – Brasil (1)
Intervienen las mismas formaciones que jugarán dos meses después la final de Maracaná. Comentarios (local): «Sin ataque, con un solo gol, alcanzaba para perder…volvieron a errarse muchos goles».

Junio. El día primero se designa por mayoría a Juan López como director técnico de la selección y se define el plantel. El día 8, en la Sesión de la Junta Dirigente de la AUF ingresa una nota de Peñarol ratificando su posición contraria a la designación de Juan López «entendiendo que el Sr. E. Hirsch no solo era el más capacitado…» y su delegado, e integrante de la Comisión de Selección (a la cual renuncia), agrega «…con respecto a la futura actuación del equipo deslindaba responsabilidad que dejaba a exclusivo cargo de la Comisión de Selección…» Lo anecdótico de este clima es que este mismo delegado es nombrado representante de la AUF al Congreso de la FIFA, y es quien, el día anterior a la final, le diría a un jugador: «si les hacen tres estamos cumplidos». El día 20, Marcelino Pérez emite la siguiente opinión: «El conjunto brasileño deja ver serias deficiencias». El 28, en San Pablo al empatar Brasil con Suiza (2 a 2) «la afición los despide a botellazos».

Julio. Brasil vence 2 a 0 a Yugoslavia en Río el día 2 y los comentarios son cautos: «la delantera yugoslava careció de decisión». E. Hirsh (director técnico de Peñarol) el día 8 informa: «Los brasileños tienen jugadores sobre los que ya pasaron los años». Es a partir del día 13 que se produce en la opinión general la metamorfosis del concepto en que se tenía a la selección de Brasil. De discutida pasa a ser invencible. Sin embargo, el sábado 15 los periodistas brasileños eran muy prudentes en sus titulares: «No podemos ser demasiado confiados». «Los uruguayos tendrán la última palabra». «Resta lo más difícil».

Por todo lo expuesto resulta evidente que ni la selección ni su técnico Juan López tuvieron el camino despejado para llegar a Brasil 1950. Como si fuera poco, el puntero tricolor Juan Ramón Orlandi, una de las cartas atacantes de López, se lesionó antes del comienzo del Mundial. La otra cosa que se desprende de este informe de Nion —y que Schubert Gambetta ratifica en una entrevista— es que Brasil no era temido por los jugadores uruguayos y que los norteños respetaban a los orientales mucho más de lo que se atreverían a reconocer. Para ser suaves, digamos que Brasil entró a la cancha, a jugar la final de Maracaná, «condicionado».

Pero hay un hecho que, en mi opinión, es el más significativo. Algo que da por tierra con el mito impuesto de que en Maracaná «ganamos a huevo». Por algún motivo —nada difícil de adivinar— se empezó a tejer una historia paralela de la final del 50. Una historia que a algunos les interesó sobremanera contar, con la intención de equiparar. No se trata de minimizar ni relativizar el esfuerzo de ninguno de los jugadores. Al contrario, la intención es que todos compartan la gloria, cada uno en su justo término. El 16 de julio de 1950 Uruguay le ganó a Brasil porque fue mejor, porque tuvo un mejor despliegue futbolístico y un jugador que se transformó en la figura de la cancha: Julio Pérez Pataloca. El periodista brasileño Manoel Castanho me hizo llegar el relato de la final de 1950 en la voz de Antonio Cordeiro con los comentarios de Jorge Curi, ambos, obviamente, brasileños. Transcribo a continuación el comentario final de Curi, gentilmente traducido por Castanho.

«Señoras y señores oyentes, el equipo uruguayo presentó un ataque con una banda derecha verdaderamente excepcional, especialmente en el segundo tiempo. Gigghia y Julio Pérez jugaron el fútbol maravillosamente bien, especialmente el volante,3 que fue indiscutiblemente uno de los más grandes de la cancha, y por qué no decir, tal vez el más grande entre los veintidós«.

3 Con «el volante» —«o meia» en la versión original— se refiere a Julio Pérez, que jugaba más retrasado en la línea ofensiva que completaban Ghiggia, Schiaffino, Míguez y Morán. Schiaffino y Pérez eran los volantes.

De los veintidós futbolistas que participaron en el torneo, Nacional aportó cinco: Eusebio Ramón Tejera, Julio Pérez, Schubert Gambetta, Aníbal Paz y Rodolfo Pini. Este último fue el único tricolor que no disputó ningún encuentro. El Club Atlético Cerro contribuyó con Ruben Morán, Matías González y Héctor Vilches. De Central Español llegaron Víctor Rodríguez Andrade y Luis Rijo. Carlos Romero y Juan Burgueño lo hicieron desde Danubio, y Rampla Jrs. sería representado por William Martínez. Los restantes nueve: Roque Máspoli, Obdulio Varela, Washington Ortuño, Juan C. González, Ernesto Vidal, Juan Schiaffino, Alcides Ghiggia, Julio C. Britos y Oscar Míguez pasarían a ser históricos. Sería la primera vez que Peñarol cedería nueve jugadores al seleccionado nacional. En las anteriores ocasiones le costó mucho pasar de cuatro.

Schubert Gambetta

El Mono Gambetta fue un jugador completo y un estandarte de Nacional. Verdadero autor de la frase «los de afuera son de palo», que erróneamente se le atribuye a Obdulio Varela, Gambetta fue factor indispensable para lograr el triunfo en Maracaná. Su compañero Roque Máspoli manifestó en una ocasión que «Schubert Gambetta fue el héroe de Maracaná. Tenía todo: temperamento, clase, confianza. Contagiaba fe. Con gente así es imposible perder».

El Mono: un símbolo de guapeza

La segunda guerra mundial impidió que los seleccionados del Plata de entonces volvieran a protagonizar una final como la de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, ahora en el marco de los Campeonatos Mundiales de Fútbol ya fortalecidos después de 1930; tal la clase y la abundancia de supercracks. Basta detenerse en los nombres. Como half izquierdo en el Sudamericano del 42 aparece Schubert Gambetta, uno de los más asombrosos futbolistas que haya dado esta patria de superdotados.

Como una premonición, apenas surgido y siendo un niño, Nacional y Peñarol disputaron su transferencia que habría de obtener el primero. Fue en el año 37 y jugó hasta 1956, debutó en la selección en 1941 y sería insustituible hasta que el tiempo dispuso.

Típico caso de jugador temperamental, emotivo en las buenas y en las malas, jugador para cualquier puesto, cualquier época y cualquier sistema, es difícil medirlo sin haberlo visto en las canchas.

Era defensor pero llegaba al gol, al punto de haber marcado en Nacional 41 tantos en partidos oficiales y amistosos, lo que quizá sea un récord para un futbolista de defensa como se decía en años donde «defender y atacar en bloque» sonaba a herejía.

Fue el primero en romper esos esquemas tradicionales y llegó a su culminación en la histórica final de Maracaná en 1950. Fue un adelantado, un extraordinario polifuncional para adecuarlo al lenguaje de estos días. Capaz de actuar sin la menor disminución en su rendimiento como back izquierdo, half derecho o izquierdo, insider derecho o izquierdo o centrodelantero. Ocupando la posición de 8, por ejemplo, deslumbró en un torneo internacional en Santiago cuando Nacional venció a la poderosa máquina de River, cuyo legítimo orgullo eran estos delanteros: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustou.

Gambetta fue llevado a la marcación personal del Charro, en pleno y extraordinario apogeo físico, técnico y anímico, misión considerada imposible. Terminó con él y fue el surtidor del ataque… En la tarde de Maracaná, Gambetta alcanzó la máxima grandeza histórica.

Su imagen de hombre en cualquier parte ha hecho correr mil leyendas sobre lo que hizo aquel día: hasta que durmió la siesta en los vestuarios de Maracaná, ya que Uruguay llegó temprano y había tres horas antes de comenzar la gran final.

Él mismo relata las cosas así: «Yo creo que les ganamos de mano. Resulta que antes del Mundial, jugamos los partidos por la Copa Río Branco. Era en la cancha de Vasco que no tenía nada alrededor, ni tejido, ni foso. Nada. En el primer tiempo Chico, el puntero izquierdo de ellos, le hacía de todo a Juan Carlos González. Para el segundo querían hacer cambios. Me acuerdo (y puedo dar nombres) que se agacharon varios cuando andaban buscando quien entrara. A mí no me ponían porque iba de suplente. Hacía poco que estaba practicando. Pero yo agarré una camiseta y cuando quisieron acordar estaba poniéndomela dentro de la cancha. De allí no me sacaba ni con un guinche. Nadie me dijo nada. Ni entrá ni salí. ¿Lo primero que hice? “Agarrar” a Chico. Después a Adhemir. Y se terminó todo… ¿Chico, Adhemir y los otros se iban a olvidar con quiénes les tocaba la final? Conocían a Obdulio, al Cato Tejera, a Ghiggia, a Míguez, me conocían a mí. Y con cuatro hombres en un cuadro llegás donde quieras, a campeón del mundo o del universo».

El doctor Atilio Narancio contaba una de las anécdotas más precisas para pintar a Schubert Gambetta: «Una tarde por allá por el 37 caí al Parque Central que practicaba el primero. Y veo en la reserva a un muchacho en el que teníamos muchas esperanzas, Gambetta. Andaba a las patadas con los del equipo superior y paré la práctica. “Mono”, le grité, “¡me vas a dejar sin cuadro a las patadas!”. ¡Cuando se arrimó vi que estaba descalzo…!».

Schubert Gambetta defendió a la celeste en el Sudamericano del 41 en Santiago, en el 42 en Montevideo, en el 45 de nuevo en Santiago, en el 47 en Guayaquil, fue campeón del mundo en 1950 y también aportó a la celeste su experiencia y temperamento: en enero del 58, fue el técnico designado por el Círculo de Periodistas Deportivos para jugar ante Argentina un partido tradicional a su beneficio: venció nuestro equipo por 3 a 0.

(Extraído de Libro de Oro de Nacional.)

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