Ahí nos damos cuenta que lo que importa es la camiseta.
Atrás de mí en la Olímpica una abuela y su nieto comparten una torta frita y un refresco. Los escucho con regocijo hablar del partido como dos comentaristas de distintas épocas, que comparten el amor por estos colores. Es difícil catalogar el amor por Nacional. Es un amor intenso e inmenso plagado muchas veces de la incertidumbre que conlleva el miedo de que le hagan daño a quien queremos. Venimos de un fin de año tumultuoso de emociones con la pérdida de un campeonato que fue difícil y en el que, y a pesar de todo, estuvimos ahí, de un cambio de cuerpo técnico, de dos clásicos olvidables y de un período de pases con nombres nombrados hasta el hastío para después no llegar, de campañas para hacernos caer en la trampa de la manija sobre algunos temas y de sorpresas al principio y al final.
Es como una sacudida tras otra en las que tambaleamos pero siempre nos estamos levantando. Ahora nos quieren tumbar de nuevo en los escritorios y otra vez nos levanta la estirpe con sus dedos mágicos y nos acomoda otra vez el bolsillo sobre el corazón para que sigamos adelante.
Entonces ahí nos damos cuenta que lo que importa es la camiseta, porque esta camiseta exorciza. Algunos se la ponen por primera vez y a partir de ahí comienzan a impregnarse de su manto, liberando viejos demonios. Otros no merecen tenerla puesta y es mejor que se la saquen porque el exorcismo es inverso y nosotros limpiamos a la camiseta de los que quieran mancharla. Así estén adentro o afuera de la cancha.
Cecilia810
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