Se acercaba el minuto 20 del segundo tiempo. A la agradable tarde de primavera, se sumaba el triunfo parcial de Nacional en un partido que dominaba a su gusto.

Los colores del fin del día embellecían el querido escenario tricolor. Fue cuando mis ojos empezaron a mojarse.

Cuando uno está lejos de su tierra, a veces puede emocionarse al recordar sus vivencias, el barrio, los familiares y amigos, la escuela, la niñez, las travesuras y hazañas, las alegrías deportivas. Todas estas cosas apuntan a algo muy feliz que se dejó atrás y parte de esta felicidad se vuelve a sentir cuando se la recuerda.

Y yo me emocioné. No es la emoción típica de un emigrado, porque no soy uruguayo, nunca tuve residencia ni familia en el país, no tengo estos “recuerdos dorados” de una época, mis amigos bolsilludos estaban todos en internet y apenas a los 29 años pude conocer Montevideo y encontrarme con varios de ellos.

Desde mi pantalla, podía sentir la alegría de la gente, ver qué lindo estaba el día, el ambiente, el césped, el juego de Nacional, estos colores del final de la tarde. Recordé mi última presencia, Claudia opinando que yo estaba desabrigado y yo diciendo “divino” cuando ella informó que la temperatura debería caer a unos 15 grados. Porque este frescor del fin del día también hace más agradable una tarde en el Parque. Sin hablar de los encuentros previos, los amigos al lado, el festejo después…

Sumado a este mix de emociones, hay que agregar el amor de tanta gente que, el día anterior, había concurrido a comprar sus palcos y tener un espacio más suyo en el Parque. Alguna vez quise comprar una butaca, simplemente por amor, y si nunca lo hice es porque esto significaría dejar afuera a algún hincha. El “palco virtual” me da muchas alegrías, pero en aquel momento quería estar presente.

Todo esto sentía cuando Espino agarró un rebote y pasó la pelota atrás para Arismendi. El volante vio a Iván Alonso con el brazo levantado pidiendo la pelota y metió el pase. Con una chilena magistral el goleador tricolor la mandó a las redes y trajo aun más belleza a aquella tarde. De esta manera el cuadro de mis amores retribuía la emoción y lágrimas de un o dos minutos antes.

Magia y recuerdos. Alegría y pertenencia. Historia y belleza. El deseo de más. A mí dénme todas las semanas un fin de tarde de domingo en la Delgado. ¿Qué más podría querer para ser feliz? Nos veremos pronto, escenario querido, y sueño con el día que esto pasará más seguido. Capaz que vaya incluso en los domingos sin fútbol.

Manoel Castanho

Foto de portada: Ariel Colmegna

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