Me queda la hermosa sensación de saber que Nacional no olvida.
* Venga Don Juan, acérquese.
El aludido flota sobre la cañada que separa la cancha Hugo De León de la José Emilio Santamaría. Se hace el desentendido pero termina accediendo al pedido. No lo admite, pero disfruta de que lo reconozcan.
* ¿Usted los vio jugar a todos, verdad? – pregunto.
* Sí, a todos – asiente de un modo casi tan cansino como su andar
* Incluso a los más jovencitos – dice mientras señala a Ruben “Toto” Giménez.
* Usaba un mostacho enorme- agrega- medio fuera de época le diría. Era rudo.
* Y el petiso aquél. ¡Tenía el diablo en el cuerpo! El padre fue el de los cuatro goles en la Reserva el día del 10 a 0.
“Pepito” Urruzmendi mira hacia un costado, con la extrañeza del que se siente nombrado pero no encuentra de donde proviene la voz.
Los Céspedes, último jueves de noviembre. Un público variado va poblando el habitualmente tranquilo Complejo tricolor. Funcionarios y dirigentes se mezclan con niños, mujeres y veteranos. Muchos de estos veteranos, jugadores de fútbol que no están en actividad. Intuyo que ellos se consideran así. Una vez futbolista, siempre futbolista. Aunque ya no corras detrás de una pelota.
* ¡Mire la alegría de aquellos viejos! – dice él, que es atemporal – Seguro que si les tira una guinda arman un picadito. Acá o en Francia.
* ¿Lo dice por Carlos Curbelo y Héctor Resola? – pregunto de manera retórica. Se ríe.
* Claro. Brillaron en Francia en los 70. Curbelo incluso llegó a jugar en la selección gala 2 amistosos. Y no jugó las Eliminatorias para Argentina 78 porque ya había vestido la celeste en el Preolímpico de 1971.
La lluvia insiste en imponerse en Los Céspedes, pero el fútbol, que está de fiesta, se lo impide. Le sale al paso cada vez que la garúa se insinúa y se le tira a los pies. Don Juan adivina lo que pienso y me sale al cruce.
* Se le tira a los pies como hacía aquel – me dice mientras mira fijamente a Sergio Arias.
* Vino de Central. Jugó en el 63 y 64 – redondea.
Inmediatamente dirige su mirada a un grupo de veteranos que conversan animadamente.
* ¡Cómo hablaban en la cancha esos 3! Casi 40 partidos juntos. 22 goles sumaron en los 60.
Sigo su mirada y reconozco a “Pepito” Urruzmendi, Domingo Pérez y el “Chufla” Ramos. Coincido con Don Juan: trasuntan alegría y con seguridad, si apareciera una pelota, se entreverarían en un picado.
* ¡Ahí está Eugenio! – exclama
* ¿Eugenio? – pregunto.
* Sí, el del apellido impronunciable.
Busco en mi memoria y me sonrío al tiempo que le digo en un susurro:
* Salaberriborda.
* Ése mismo.
* ¿Y qué me dice de aquellos, los más jovencitos?
* ¡Uh! Mire que “nenes” vinieron a acompañar al “Cacho”: Víctor Espárrago, “Pocho” Brunell, “Palito” Mamelli, Ruben Bareño y el botija Alberto Bica. Todos campeones con mayúscula.
Mi memoria salta del 71 al 80 y trato de imaginarme el estado de ese doloreño que llegó al Club a los 17 y fue de los que inauguró este mismo predio hace 50 años. Ahora recibe el reconocimiento de todo Nacional, que resuelve que el edificio de la concentración del plantel principal lleve su nombre.
* Blanco no debería dudar si le preguntan cuál fue el mejor día de su vida – asegura Juan.
Me toma por sorpresa. No sé de qué habla. Antes de que le pregunte, continúa.
* El 30 de marzo de 1971 nació su hija, y de yapa, esa nochecita, en el segundo clásico de la Libertadores de ese año ganamos con gol de Maneiro y uno suyo. El único que le hizo a los “manyas”. Noche redonda.
Aquellos campeones del 71 tienen una relación sólida, tanto como aquel equipo que logró amalgamar con una sabiduría incuestionable otro de los recordados en este mediodía: Washington Etchamendi. El chalé de los técnicos pasa a llamarse Washington “Pulpa” Etchamendi, y quiere el destino -o la justicia- que la ceremonia tenga lugar frente a la cancha que lleva el nombre de un referente de aquel plantel, a quien cariñosamente llamaban “el Viejo”, Luis Artime.
Mi compañero está absorto escuchando a la hijas del “Pulpa”. Se le nota emocionarse con el encendido discurso cuasi partidario de una de ellas. Sonreía cómplice con el recuerdo de aquellas frases y anécdotas que pintaban al “Pulpa” de cuerpo entero. Lo escuché decir “amén” cuando el presentador evocó la famosa frase: “a estos les quiero ganar siempre. Y si es en la hora y con un gol con la mano, mejor”.
La emoción domina a todos. Tanta gloria y tantas hazañas en un mismo predio es difícil de encontrar. Don Juan los mira a todos y se acerca a cada grupo. Cuando pasa a mi lado nuevamente, distraído en su recuerdos, le toco el hombro y le pregunto:
* ¿Y aquél, el del bastón, lo recuerda? – me hago el desentendido, para provocarlo -¿Quién es?
* El último de los mohicanos – responde José rápidamente. Seguro que captó mi intención.
* Todavía me acuerdo cuando llegó al viejo campo de Propios y Marne, con los “tarros” abajo del brazo y prendido en la retina el aviso de prensa: “El Club Nacional de Football llama a aspirantes…” Quince años tenía y más de 200 candidatos con su misma ilusión. La fe y el anhelo de vestir la camiseta venerada fueron la combinación perfecta para la confirmación esperada: “Se queda” le dijeron Ithurbide y el “Cabezón” Romero. De ahí, a romperla en todas las divisionales y en la selección. Campeón Juvenil Sudamericano en 1954 y de mayores en 1959. ¿Sabe quién ese de ahí, a la derecha de Escalada? Víctor Homero Guagliamone, compañero en el seleccionado en esas dos oportunidades y brevemente en Nacional. Apenas en 2 partidos compartieron la del Decano. El “Chongo” debutó en Primera con 18 años y pocos días, a los 20 tuvo una lesión de rodilla que lo fue emboscando hasta hoy, pero eso no le impidió defender a su Nacional y conquistar 18 títulos oficiales y 120 goles. ¿Sabe que es el doceavo goleador histórico del Club y el máximo artillero clásico con vida? ¡Qué le voy a decir! Un símbolo de una manera de sentir y vivir el fútbol distinta a la actual. Ni mejor ni peor, diferente. Usted me entiende. Mire el respeto y cariño que le tienen todos. No sabe la alegría que me da que el “Chongo” Escalada haya vuelto a su casa después de una ausencia demasiado larga.
Es lo último que le escucho antes que se desvanezca. “Tarea cumplida” me parece escucharle decir. Lo busco con la mirada en las diferentes canchas del Complejo. Imagino que estará acostado, masticando un pastito en la Alfredo Foglino o más acá en el tiempo, maravillado con el césped sintético de la Luis Suárez. Pero no, ya no siento su presencia. Él elige cuando manifestarse y seguramente cuando ocultarse también.
Hoy me contó un integrante de la Comisión de Historia que lo había llamado el hijo del “Chongo”.. “Papá está feliz” me cuenta que le dijo. No hace falta más. Me queda la hermosa sensación de saber que Nacional no olvida.
Ernesto Flores
Fotos: nacional.uy
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