El trapo del Chino

El trapo lo hicimos sobre una sábana de hotelito en Pompeya, al sur, lo pintamos en un living a las afueras de Florencia, al norte, y la colgamos en un Inter-Lazio.

El trapo lo hicimos sobre una sábana de hotelito en Pompeya, al sur, lo pintamos en un living a las afueras de Florencia, al norte, y la colgamos en un Inter-Lazio en el Giuseppe Meazza, más al norte.

Éramos parte de la Generación ’92 del Grupo de Viaje de Arquitectura, y como buenos futboleros, mirábamos el itinerario de los meses siguientes buscando buenos partidos para ver.

Para el 30 de octubre encontramos un Inter vs Lazio en Milán, y terminamos sacando más de treinta de entradas.

Era un partido de «el Inter del Chino»

Buena parte de esas entradas las sacamos desde un teléfono público en el patio de ese hotelito en Pompeya. Habían unas 4 camionetas por la vuelta, nos juntamos a tomar una cerveza, y nos empezamos a dar manija.

El Inter del Chino

Sentíamos que teníamos que mandarle un mensaje al Chino, que sintiera nuestro cariño, aportar nuestro granito de arena para que cuando retornara a Uruguay no dudara en volver a vestir la camiseta de Nacional.

Teníamos que hacerle una bandera.

Así que del cesto de ropa blanca del hotel tomamos prestada una enorme sábana, y la paseamos por más de un mes por toda Italia esperando que le llegara su momento.

En el viaje de Arquitectura somos nómades, siempre nos estamos moviendo, pero en Florencia nos quedamos una semana, haciendo base para recorrer los pueblos de la Toscana. Una de las camionetas alquiló un caserón en los suburbios, caserón que nos sirvió de base para en un par de noches pintar la bandera. Dos de los anfitriones se habían quedado sin entrada, pero se movieron rápido y a través de la madre consiguieron el contacto del Chino, y gracias a la amabilidad infinita del gran “Ale” (como le dicen los familiares) consiguieron entrar al partido.

Fue todo un tema elegir qué escudo dibujaríamos. Como buenos pichones de arquitectos (de la escuela del “less is more”), los escudos de esa época no nos gustaban nada. Tendían a ser finos y sobredecorados, les ponían una, dos y hasta cuatro o cinco rayas por afuera para «resaltarlo», que lo único que lograban era achicarlo, ensuciarlo y afearlo. El dilema se resolvió rápidamente cuando uno de nosotros sacó de la billetera un escudo plástico que tenía de amuleto de viaje, despegado de una antigua camiseta Adidas del ’81 de cuando era niño. Era simple, más redondo, más armonioso, y lo calcamos.

Llegó el día del partido y fuimos en patota al estadio.

El partido fue un embole. De titulares fueron Vieri y Zamorano, con Recoba y Ronaldo en el banco (el Chino venía de una pequeña lesión y apenas lo vimos calentar un rato). Lo arrancó ganando el Inter, pero cerca del final se lo empataron, y el sorete de Lippi no lo puso ni un mísero minuto.

Cena en una pizzería de barrio

Al otro día arrancamos rumbo a Suiza, y pasando por Lugano sentimos la obligación de llamarlo para agradecerle las entradas que nos había conseguido. Él estaba yendo al cine y no se le ocurrió mejor idea que preguntar:

“¿Qué hacen mañana???”.

Era solo una parada para seguir manejando al norte… pero no podíamos decir que NO a la invitación a cenar del Chino, así que nos olvidamos de las “obras” de arquitectura y al otro a Milán nos volvimos.

La cena fue una belleza, un “Momento Diamante” como dice un amigo. Una humilde pizzería cerca del Giuseppe Meazza plagada de banderines, bufandas, fotos, gorros y todo lo que se imaginen del Inter del Chino. Una charla tranquila hasta que Bam Bam Zamorano llegó a alborotar la mesa y saludar a su amigo, y de paso, a nosotros que estábamos viviendo en un hermoso sueño. Un cierre de novela para una historia de novela que está por cumplir sus Bodas de Plata.

En 1999 la bandera estuvo colgada en el Giuseppe Meazza, y hoy, 25 años después, también va a estar colgada en el Parque alentando al Chino querido.

FORZA CHINO

PS: gracias por ese maravilloso minuto 94.

Gordo, Pato, Vano, Beto, Capis, Nacho, Carmelo y Gaby.