“Me siento pleno, como en mi primera etapa en Nacional”, dijo el Morro en una imperdible nota para “La Nacion” de Argentina.
“La increíble historia del Morro García, goleador de la Superliga: estuvo preso, quiso dejar el fútbol y encontró su lugar en Mendoza”
A veces, los corazones desatados provocan tempestades. Las pasiones suelen crear la atmósfera perfecta de un Peñarol-Nacional aunque, a veces, el precipicio está a un golpe de vista. Era un amistoso de verano, el 21 de enero de 2014, ganaba Nacional 1 a 0 y faltaban diez minutos. De pronto, el fútbol convertido en un combate de boxeo a cielo abierto. Santiago García , el Morro, es uno de los más exaltados. No solo lo expulsan: junto con un grupo de compañeros y rivales, es citado por la Justicia. El hoy goleador de laSuperliga -con 13 tantos-, figura de Godoy Cruz , pasó casi dos días en las sombras.
«Cuando nos mandaron a declarar, nos dijeron que iba a ser rápido. Estábamos a la mañana en la Policía Técnica, en un pasillo angosto, no había más lugar que una silla y una mesa. Pasaron varias horas y nada: eran como las 5 de la tarde y no habíamos almorzado. Estaba con Arismendi, Nacho González, el Vampiro Torres, Diego Scotti. Los de Peñarol estaban en otro lugar y nadie nos hablaba. ¡No nos hablaban! Eran las 10 de la noche y, de pronto, nos dijeron que nos sacáramos las cadenas, los cordones, los cinturones.. ‘Van al calabozo’, nos dijeron. ‘Hagan la última llamada, porque de acá no salen’. Llamé a mi madre y a mi señora, para avisarles que no iba a volver», construye el prólogo de una historia con final incierto.
Sigue el relato, con el suspenso de una película, de una ficción. «A la mañana siguiente teníamos que presentarnos en un juzgado. Todo esto, sin comer en todo el día. Más tarde, desde el club nos mandaron un poco de comida y bebidas. También, unos colchones y hasta unas paletas y unas pelotitas de ping pong. Todavía no había llegado lo peor. Al otro día, en el juzgado nos querían poner las esposas. Los de Peñarol habían llegado antes, estábamos apartados. ‘Si se vuelven a pelear acá, los mandamos con los reclusos comunes’, nos habían advertido. Ahí me di cuenta la gravedad del tema. Pasamos la noche en el calabozo. Llegaron los abogados, pasaron horas y teníamos que declarar. Nos dijeron: ‘Recen, porque cuatro se van a quedar acá y el resto se va con prisión domiciliaria», se queda sin voz. El café, en un hotel que comparte con la delegación mendocina, ayuda para refrescar la memoria. Sigue.
«Se me cayó el mundo encima, porque yo estaba en todos los videos. Hasta bromeaba: ‘Voy a llamar a un amigo que está preso, así me deja un lugar’. Estaba entregado. Yo fui el último en declarar. Le conté todo: ‘Le pegué a todo lo que se movía’, le dije. En el video se veía casi todo, yo no me acordaba lo que hice, porque estaba enceguecido. Hasta me había peleado con los policías en el túnel, porque quería ir a buscar a los de Peñarol. Al final, nos suspendieron a casi todos por tres meses y no podíamos salir del país por seis meses. Tenía que pagar una fianza para jugar la Libertadores, por ejemplo. No podía estar en espectáculos públicos… Después de dos años, se cerró la causa», cierra, también García, ese capítulo de su vida.
Con el tiempo, ¿te arrepentiste?
Sí, lógico, pero en el momento estaba enceguecido. Es un momento. El clásico en Uruguay es terrible. Estamos todos locos, lo sé, pero en Uruguay nos toman a los jugadores como ejemplo. Todo lo que hacemos, se ve reflejado. Allá quieren limpiar la violencia en el fútbol con estas decisiones, pero ¿sabés lo que pasa debajo de las banderas? Deberían apuntar a las barras; en los baños de las canchas suele haber drogas, armas, hasta acosos y no pasa nada.
García gambeteó su destino. Nació en el barrio Colón, en el Complejo Habitacional América, allí en donde el futuro nunca llega. Gente que suele estar con el pico y la pala; en los suburbios, hay de todo. «Es un barrio tranquilo, a pesar de que se puso un poco complicado últimamente. Era muy inquieto. Vivíamos con las puertas abiertas, entrábamos a la casa de los vecinos, las navidades y el año nuevo las vivíamos todos juntos. Estaba en una bandita; todo el día jugábamos a la pelota, a la bolita. No teníamos mucho, pero la pasábamos bien. Había gente más grande y yo, como tenía un carácter especial, directamente me agarraba a las piñas. Aprendí mucho ahí: no ir hacia las cosas malas; en los barrios humildes hay mucha droga. Tenía que seguir otro camino; que dejara la joda y que me dedicara al fútbol. Tengo amigos que no pudieron escapar de esa situación», reflexiona Santiago, que vivía con la abuela Julia; su mamá Claudia, una enfermera que trabajaba unas 15 horas por día, su hermano Gonzalo, tíos y primos.
Los viejos se separaron: a partir de allí no tuvo más contacto con el padre. Los primeros billetes que consiguió se los dio un empresario, que quería ser su representante. Lo arregló fácil: tenía que pagar todas las cuentas atrasadas de la casa. Con eso, ya estaba. Puso, una mañana, el dinero sobre la mesa de la cocina: ese momento, dice, no puede describirlo con palabras. Tenía 14 años.
García era el Negro, pero a la abuela, que ya lleva 83, no le agradaba, se angustiaba. Lo vistieron con diversos apodos, hasta que quedó Morro. Cuenta que es la «número 1» de la familia. «Me crió a mí, a mis primos. Sigue siendo la mimada de mi familia, mi vieja laburaba todo el día», acepta. Su mundo, sin embargo, son dos mujeres: Agustina, y Ema, de tres años. Les encanta Mendoza. El sol, los parques, la tranquilidad. No volvería a Atlético Paranaense, por ejemplo. «Godoy Cruz es mi lugar en el mundo. Estoy en el mejor momento de mi carrera. Me siento pleno, como en mi primera etapa en Nacional. Pero hace un tiempo la pasé mal. El peor momento fue en Brasil: un día estaba acostado, me llaman y me dicen que había tenido un doping. No entendía nada. No quería jugar más al fútbol, no quería entrenar, nada. Quería volver a mi casa. Hubo algo raro. Las otras muestras se mandaron al exterior, la mía se hizo en el país. La suspensión regía solo en Uruguay, en Brasil podía jugar, pero me peleé con los dirigentes, me tenían de rehén por asuntos de impuestos», se enfada, a la distancia.
Y te fuiste a Turquía.
Ahí fue complicado, sobre todo por la religión. Sonaba por los altoparlantes el aviso de cuándo debían rezar, yo pensaba que había pasado algo grave. En la primera concentración me toca estar con un musulmán radical; no podía dormir, estaba con la computadora chateando con amigos. Mi compañero estaba roncando. Suena la alarma, se levanta, pone la alfombra y se pone a rezar. Me miraba directo a mí, tenía los ojos dados vuelta. Yo me había puesto contra la pared.
¿Te costó la adaptación?
Vivía en Estambul; es espectacular para recorrer unos días, nomás. Hay una diferencia abismal entre ricos y pobres, nada que ver con acá. Estaba con Tabaré Viudez y Pablo Pintos, al menos. Algo de inglés y algo de turco aprendí, hasta de portugués. El aroma también es muy especial.
Volvió a Nacional, pero no tenía buen ritmo. En River de Montevideo recuperó el fuego sagrado. Le cumplió una promesa a un amigo: jugó gratis. Los bolsillos vacíos y el corazón lleno: estaba a cinco cuadras de su casa. Corría por la rambla, se divertía. Pasó un año y medio y no se quería ir. Ahí volvió a su esencia: es un club humilde. Carlitos, el utilero, duerme en el vestuario del club, todo se hace con amor. Y triple turno, durante varios días.
Siempre se resaltó tu estado físico. Si estás excedido, si estás.
A mí no me molesta que se hable de mi físico. Yo me siento cómodo en el peso que tengo que estar, ni más ni menos. Cuando me hicieron bajar de peso, acá en la Argentina, lo sufrí mucho, porque no me sentía fuerte y ágil. Tuve que salir del equipo. Alguna vez, estuve dos kilos arriba, pero me sentía bien. Fue cuando hicimos una gran dupla con Jaime Ayoví. Siempre dicen ‘El Morro está gordo, el Morro está gordo’. El que me conoce sabe cómo es mi físico. Soy grandote, soy culón.
¿Cómo te tratan los hinchas rivales? ¿Sufriste discriminación?
Putear, me putean en todas las canchas. A mí no me molesta que me digan negro, porque soy negro y es un orgullo. Me tiran orín, ¡cualquier cosa! Es el folclore del fútbol. Al ser delantero, soy bastante resistido por algunas hinchadas; cuando les hago un gol, los miro, simplemente. Me río. Entonces, te putean más. Es fácil para el hincha putear a un jugador. Una vez me pasó que un tipo me insultó todo el partido y un rato antes me había pedido una foto. Yo me acuerdo de las caras. Cuando terminó el partido, lo fui a buscar y le dije que les mostrara a sus amigos la foto que se había sacado conmigo. ‘¿Por qué no me puteaste afuera?’, le pregunté.
Su aventura en el fútbol se construyó en un club llamado Boca, en el baby fútbol. De allí pasó a Libertad Washington. No tenía un puesto fijo: iba donde iba la pelota. Su hermano se inclinaba por Peñarol, pero cambió rápidamente de vereda, por la efervescencia de la sangre. «En Uruguay es todo Peñarol y Nacional. Donde nosotros vivíamos había muchos de Peñarol. Era simpatizante, sí, pero no le daba tanta importancia al fútbol. Se hizo de Nacional. Se sintió parte, como un sentido de pertenencia, como yo», admite.
Era vago y travieso en la escuela. Cuando iba al Liceo, lo citaron de la selección juvenil, así que tuvo que abandonar porque las faltas se multiplicaban. Quiso retomar en un colegio nocturno, pero ya era conocido, todo el mundo lo miraba, no se sentía cómodo. Se entretiene con el fotógrafo, se quita los anteojos para las imágenes, se muestra tal cual es.
Le gusta el fútbol inglés. Se acuerda cuando madrugaba para ver al Arsenal: en Londres, en esos años, jugaba su ídolo, Thierry Henry. En los ratos libres, nada de libros ni series: le agrada el básquetbol, hasta prueba con el fútbol americano y el béisbol. Y es realista: Rusia 2018 es una quimera. «Yo voy a jugar el Mundial de Qatar 2022. La selección siempre es una ilusión, pero antes debería secuestrar a Cavani, Suárez, a Stuani, a Rolan y a todas sus familias.», bromea y lanza una carcajada. Admira al Maestro Tabárez y el íntegro proceso de los seleccionados.
Lejos del área, parecés otra persona.
Cuando juego, soy serio. Soy de fastidiar a los compañeros, a los rivales, a los jueces. La gente que no me conoce piensa que soy un malhumorado o un soberbio. Si me ves por la calle, tengo cara de póker, camino derecho, ni te miro. Pero en la intimidad, soy relajado.
¿Y los anteojos juegan en ese aspecto?
No, no. No veo un choto. A la noche, en los partidos, se me dificulta un poco. No uso lentes de contacto, porque me cuesta un poco ponerlos y sacarlos. Cuando la pelota está arriba, me encandilan las luces. Lo voy llevando.
Ariel Ruya
lanacion.com.ar
COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO:
UNITE A NUESTRA COMUNIDAD
Seguinos en nuestras redes sociales y enterate de toda la actualidad del decano del fútbol uruguayo
REDES SOCIALES
SUSCRIBITE A NUESTRA NEWSLETTER
No te pierdas ninguna novedad del decano