El 2-0 parcial del clásico fue especial y ese grito desaforado se vivió con una gran cuota de particularidad en el Parque Central.

Se lo esperaba, se lo veía venir, todos los bolsilludos el domingo nos levantamos esperando ese momento, que llegó pasadas las cuatro y media de la tarde. No podía ser de otra manera, lo soltaron un segundo y se las arregló para sacar un zapatazo que hizo rugir al barrio La Blanqueada y al Uruguay entero.

El tipo está destinado para momentos así, es un hecho. Lo sabíamos los que estábamos en la Abdón, Atilio y Delgado, y lo sabía también la gente que paró en la Sacarone vistiendo otros colores. No había chance; sabían que en algún momento iba a caer. Lo soltaron y el pistolero los clavó.

Pero, ¿por qué ese gol dejó una sensación tan distinta a los otros dos? Que si bien se gritaron con una intensidad increíble, fue notoria la diferencia en el sentimiento del festejo.

Hacer una explicación exacta es algo realmente complejo, pero el gol del ‘9’ significó desahogo, fue alegría, emoción. Lo que sentimos los hinchas al apretar los puños y pronunciar esa palabra de solo tres letras fue lo más parecido a responsabilidad, pero responsabilidad de la buena, una especie de orgullo de haber contribuido a que el Depredador volviera a su casa, a abrazarse con su gente, y qué mejor forma que esa, ante un tradicional rival que estuvo todo el partido a sus pies.

Ese abrazo fraternal con el de al lado fue un apretón de camaradería, de compinches en la tribuna. Nos dijimos “esta es de nosotros”, mientras el goleador corría en dirección a la Delgado para dedicárselo a su familia y a alguno que otro más, luego de un beso al escudo que encuadró ese mágico momento en el Gran Parque Central.

Fuimos niños. Los hinchas, el 9, sus compañeros del plantel, todos. Por un momento todos volvimos a ser niños sonriendo y hasta llorando de emoción y una felicidad verdaderamente genuina, por un instante sin poder creer lo que estaba sucediendo. «Pegame una piña que no te la creo», se oyó en la primera bandeja de la Abdón contra el Codo. La algarabía era total.

Luis Suárez fue Luis Suárez. Vino para eso y lo cumplió. Esa tarde especial en la que se recordó al Morro García, llegó el homenaje de 9 a 9. Momento justo, situación justa. Él, más que nadie, sabe de esas cosas.

La historia no se terminó, continúa, pero el capítulo de este domingo quedará marcado para la eternidad. La hinchada de Nacional logra milagros y, como bien dijo un compañero: “Fuimos los protagonistas de la película perfecta”.

Enzo Correa

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