Uno de los símbolos de la radiofonía nacional -Daniel Figares-, habla sobre sus días de tribuna, sus ídolos, cómo llegó a la radio, y su vínculo con Álvaro Paz y la «Pantera» Rodríguez.
Daniel Figares acompasó el crecimiento de toda una generación de montevideanos a través del icónico “El Subterráneo”, símbolo radial de la post-dictadura. Hoy su voz se escucha a través de El Espectador, y sus gritos cuando juega Nacional.
Cuatro décadas de permanencia “al aire” no es poca cosa. Más en un país que ha hecho un culto de la radiofonía y que tal vez posea -según menciona infouruguay.com- “el mayor número de radioemisoras per cápita del mundo”. Daniel Figares lo ha conseguido. A pesar de un breve paréntesis en el que por un asunto o el otro, no estuvo del otro lado del receptor, igual se mantuvo como comunicador desde la primera vez en que entró a un estudio radial, con apenas 14 años.
Figares tiene bien ganada su fama como uno de los periodistas más críticos y punzantes del dial uruguayo. Pero no es la condición de periodista lo que nos interesa destacar en esta nota, sino la de bolsilludo rabioso. A tal punto enfermo, que vive la asunción de su primo -el Cr. Álvaro Paz-, a la vice presidencia de Nacional, casi como un gol en la hora en una final. Al menos así lo relata, cargado de emoción mientras su cara se transforma en una verdadera representación del orgullo.
Tenés una extensa trayectoria en radio, pero no incluye ninguna participación en un programa deportivo.
La única experiencia de ese tipo que tuve -y que quiero repetirla- fue participar en la cabina de transmisión de la gente de «13 a 0». Es otro mundo. Tengo 40 años de radio y no sé cómo mierda pueden hacer todo eso que hacen, ese ballet del comentarista que entra, el otro que hace las tandas, que remata un aviso, que van a cancha, que vuelven a cabina. Una cosa que yo no entiendo. Zapatero a tus zapatos, ¿no?. Me fascinó lo que presencié y, evidentemente, me gusta mucho el deporte. El fútbol para ser específico.
¿El deportivo es un campo menor o el periodismo es uno solo?
El periodismo es uno solo. El que afirma lo contrario lo hace por una cuestión de gusto. Es informacion, actualidad. Es obvio que cada uno tiene sus intereses, pero el fútbol es un gran deporte sin duda. No en vano tiene los millones de adeptos que tiene, mueve la guita que mueve y además domina la pasión. Todo lo que domina los sentimientos, que tiene una carga emotiva, es muy trascendental para el hombre, por lo tanto yo no minimizaría al fútbol para nada. ¿Es el opio de los pueblos? Yo que sé. El celular es el opio de los pueblos, el capuchino también, todo es el opio de los pueblos. En realidad, el pueblo necesita opio. No desmerezco para nada las trasmisiones deportivas.
Siempre escuchaba a Enzo Ardigó. Aquellos viejos comentaristas tenían, en principio, una gran diferencia con los actuales: manejaban un vocubalario excelente. Otro exponente de esa especie fue Juan Carlos Paullier, que hacía equipo con Víctor Hugo Morales. Paullier es un tipo con una verba privilegiada. Me gusta mucho el lenguaje, estudio y leo mucho sobre eso y acerca de teorías filosóficas. Soy aficionado al luso del lenguaje, porque, además de vivir con él laburo con eso. Ardigó era un tipo con una verborragia y una capacidad de análisis futbolístico espectacular. Creo que, en general -en todo el periodismo- se ha perdido mucho eso.
Si bien era relator, Carlos Solé no era un tipo que manejar mucho el lenguaje.
No. El florido en ese aspecto fue Víctor Hugo, que utilizaba la misma forma de expresión en sus inicios como relator que la que esgrime ahora como periodista político. Creo que lo de Solé pasa por la personalidad que tenía, un estilo muy particular. Solé era él mismo. Uno de esos seres tocados por la varita, que te preguntás qué es lo que tienen. Y, nada, son ellos. Ni menos ni más. Siempre cuento que Eduardo Darnauchans, gran amigo y referente cultural, me decía: «yo quise ser Bob Dylan y me salí yo». Todos queremos ser algo. El otro día me preguntaban eso a mí, quién quería ser. Parafraseando al «Darno», yo quería ser Lalo Mir, y me salí yo. En definitiva, creo que el deportivo es un campo más para ejercer el periodismo. Muy válido por cierto. Con el tiempo, como ha sucedido en toda la cultura, se ha sucedido una especie de degradación, que no es uruguaya sino universal. La educación mundial está complicada, y es preciso hacer algo.
¿Futbolero desde siempre?
Desde el año ’67 en que mi viejo me llevó por primera vez. Tenía 4 años, mi viejo era de Nacional y mi vieja de Peñarol, aunque no le daba mucha bola al fútbol. A partir de que vi salir las camisetas blancas no hubo otra cosa. Nunca hubo otra cosa. De todas maneras soy un amante del fútbol, eso siempre me permitió ver otros partidos y valorar otros futbolistas, aunque no fueran de Nacional. No sé si es una cuestión generacional, pero considero que los bolsilludos tenemos «paladar negro» para ver el fútbol. Confieso que en los últimos años de su carrera fui a ver a Ladislao Mazurkiewicz, porque me parecía un golero increíble. Por supuesto que desde la tribuna visitante.
Viví muy de cerca las campañas de las Libertadores del 80 y el 88, sobre todo esta última, ya que Walter Ferreira -a través de un amigo que era sobrino de él, Jorge Salaverry-, nos hacía entrar a la platea América. La platea es mi lugar favorito para ver el fútbol -iba al talud hasta que los cerraron-, porque me gusta ver el fútbol a nivel de cancha. Es una costumbre que adquiri yendo a la Liga Palermo.
¿La idolatría es inversamente proporcional a la madurez, o al crecimiento. Los ídolos son de la niñez o se puede tener uno a los 53 años?
Los tenés, sí. Luis Suárez por ejemplo. Hoy en día ves tipos como Diego Lugano o Diego Godín y es innegable que la autoridad moral es la mejor autoridad. El fútbol es una cosa maravillosa que me ha dado ídolos y lo seguirá haciendo. Recuerdo ver a Yubert Lemos pasar por la puerta de mi casa y gritarle «chau campeón del mundo». Me pasa que no puedo creer que un tipo así, campeón del mundo, pase pisando como cualquier mortal el mismo suelo que transito yo. Habría que ponerle una alfombra realmente. Recuerdo cuando ustedes me invitaron a entrevistar a Julio César Morales. Nadie puede entender que siendo un periodista, que me dedico a esto, me haya cagado. Yo no puedo entrevistar al «Cascarilla» porque me intimida. Es una gloria viviente para mí. Me encantaría poder conocerlo, pero a su vez tengo miedo. No me va a hacer nada, pero, chau. Me nublo. Es increíble que me pase eso, es lo que logra un ídolo.
¿Tenés recuerdos firmes de «Cascarilla»?
Si, sí. Los centros, los tiros, los penales. Era un monstruo. Como decían, literalmente tenía un guante en el pie. Lo vi, así que puedo dar fe de eso. Absolutamente vívido. A tal punto que en los último tiempos -dicho esto con mucho respeto- jugaba ya encorvado, seguramente producto de inclinarse para ver dónde colocar la pelota. Recuerdo su figura como agazapado para aumentar la precisión del destino del balón, fuera un centro o un tiro libre. Otro fenómeno que tengo presente es Fabián O´Neill. Mi vida está llena de ídolos futbolísticos.
El fútbol también tiene mucha gente que lo ha ensuciado ¿no?
Y sí. Pero el fútbol no es eso, sino lo que sucede en un rectángulo, dentro de la cancha y con una pelota. Después sí, hay muchas cosas desagradables y las va a seguir habiendo, porque la vida también es así.
Hablemos de errores dirigenciales, específicamente de uno: ¿dónde está el banderín del Nottingham Forest que recibió Rodolfo Rodríguez en la final de la Intercontinental de 1981?
(Se ríe). En mi casa. Le iba a sacar una foto para traerla, pero me dio vergüenza porque soy un vago y no lo tengo enmarcado. Apenas apretado entre dos vidrios. Le tengo que hacer un marco y darle el lugar que se merece.
¿Cómo llegó a tus manos?
Es algo que me extrañó profundamente. Soy amigo desde hace muchos años del hermano del «Pantera» Rodríguez, Eduardo Rodríguez. En un momento dado, a sabiendas de mi calidad de tricolor y mi fanatismo para su hermano, me invitó a cenar pescado a la casa del «Pantera», pescado y cocinado por Rodolfo. Yo no podía creer que el «Pantera» Rodríguez me recibiera en su casa y me sirviera comida hecha por sus propias manos, ¡y encima me regala el banderín del Nottingham Forest de la final de Tokyo!
Rodolfo era el capitán, y quien recibía los banderines en el momento del intercambio. Por sentido común, yo pensaba que todas esas distinciones se las quedaba el club, pero no, ningún dirigente reclamaba que le fuera entregado y se los iba quedando Rodolfo.
¿Está bien que lo tenga yo? Realmente no, debería tenerlo el Club Nacional de Football, pero está en mi poder y es el objeto sentimentalmente más preciado de mi casa. Lo miro todos los días. Me parece increíble, porque además están todos los datos del Nottingham Forest, que venía invicto cuarenta y pico de partidos. En algún momento deberá estar en la sede del club, pero todavía no.
¿El fútbol es la actividad que brinda mayores oportunidades de crecimiento?
Hace unos días, en Rompkbezas estuvo Jorge Señorans hablando sobre su libro «La cara oculta del baby fútbol». Nos señalaba que, de los pibes que juegan, llegan el 0,14 %. Para mí fue muy importante jugar al baby fútbol. Te ayuda a adquirir una conciencia de equipo, a ser solidario, a armar una estrategia en común entre varios. Yo jugaba en el Enrique López y me decían «el torito». Siempre me gustó acaudillar, por eso tengo idolatría por los líderes. Me gustan los tipos que toman las riendas. Porque un trabajo de equipo tiene que tener una dirección. También tuve la suerte que a media cuadra de mi casa, vivían los hermanos López, y pude conocer personalmente a Juancito López, el técnico campeón en Maracaná. Ahora bien, el 99,9 % de todos los botijas que jugaron al fútbol, de mayores no van a tener más nada que ver con el deporte, salvo haberlo practicado cuando niños.
Pero es una salida económica inesperada para muchos.
Para el 0,14 % que llega, lo es. Hay todo un mundillo -como relata Señorans en el libro- de captadores que ahora van a buscar a los pibes con 10 años. El único captador que tuve yo fue el que me llevó al Yaguarí del Jacinto Vera, que me dijo «Venite para el Yaguarí que te voy a fichar». Pero no había nada, ninguna devolución, ahora parece que realmente te pagan algo, un estudio al menos.
El hincha es un ser indispensable y especial en el fútbol, que a todos sus virtudes, a veces le suma el vicio de ser injusto y exigir o criticar en demasía.
Pero ese es un fenómeno nuevo. En la actualidad los jugadores están 6 meses en el club. Cuando yo empecé a ver fútbol, se quedaban 4 o 5 años en el equipo. Lo bancabas en las buenas y en las malas. A nadie se le pasaba por la cabeza que un jugador se iba a ir a los 6 meses. Hoy es cosa de todos los días. Lo que no se te pasa casi por la mente es que duren más de un año, ni técnicos ni jugadores. Eso es muy malo para el hincha, porque no se aquerencia. Ni el jugador ni el hincha lo hacen. Antes, durante 3, 4 o 5 años estaban los mismos, te aprendías los equipos de memoria. También la figura del hincha ha cambiado, en mi parecer, después de la aparición del programa «El Aguante» y la difusión de las costumbres y los cantos de las hinchadas. Nosotros de pibes teníamos 2 o 3 canciones: «Y llora manya llora», «Tricolor, tricolor», y alguna más que se me pierde. Lo nuestro era ir a ver el fútbol, ahora van mucho a cantar -que está bueno-, pero me parece que el espectáculo fundamental está dentro del campo de juego. A mí no me molesta la movida de la hinchada, lo que sí, pienso que a veces hay una exageración en el tema hinchada y no se cargan las tintas donde hay que hacerlo, que es en el fútbol mismo. Los verdaderos astros de esto, son los que están ahí adentro.
¿Hay alguna anécdota descalificadora, sin llegar a enchastrarlo, sobre la infancia del vice presidente?
Tengo un gran orgullo por él, que lo tuve en brazos realmente. Siempre fue un tricolor impresionante. Heredó la pasión de su padre. Con el viejo de Álvaro, si perdíamos llorábamos y si ganábamos también. Hablo contigo y se me repasan las imágenes de los dos abrazados, dando rienda suelta a la pasión. «Alvarito» es un botija súper inteligente, siempre lo fue y ahora ratificó plenamente su capacidad al obtener un triunfo hazañoso en las elecciones. Álvaro le va a hacer muy bien al club. La gente quería cambios y él se los va a dar. Es un botija -para mí sigue siendo un botija- muy serio. A nosotros en la familia se nos cae la baba, por lo que es él, por su inteligencia y su pasión por Nacional. Tengo fe en que va a hacer historia, y lo digo desde la postura más objetiva de la que soy capaz. El otro día hablaba con Alberto Restuccia y establecía un cierto paralelo entre su padre y Álvaro, e incluso con José Luis Rodríguez. Gente poco conocida, hinchas de la tribuna que fueron -en el caso de Don Miguel Restuccia- objeto de cierta resistencia cuando ingresaron a la Directiva. ¡Y mirá a dónde nos llevó Don Miguel! Alberto (Restuccia) me hacía ese comentario y para mí fue muy auspicioso. Le tengo una fe ciega a Álvaro. Aparte, me sacó la notoriedad. Ya no soy el más mediático de la familia, me pasó por lejos. Cuando fui a la asunción de Álvaro, me tomé un taxi al que le pedí que fuera rápido, por un tema de horario. El taximetrista era un dirigente de Cerro, que me comentaba aquello de que en este país las figuras más importantes son las del presidente y vice de la nación, y presidente y vice de Nacional y Peñarol. Y es totalmente cierto. Después que llegué a la sede me puse el babero y vi como lo masacraban a fotografías constántemente. Está en un sitio privilegiado que conlleva un gran compromiso. Él lo sabe y lo ha asumido. Tiene un gran desafío con la historia, la del club y la de su padre. El padre estaría orgulloso de él, como lo está la madre y lo estamos todos. Le digo a la gente de Nacional que si no sale, será porque en la vida, a veces hay que tener suerte, pero yo no pienso en esa opción, si no que creo en lo que han dicho públicamente, su primer desafío es competir a nivel internacional, no solo partcipar. Ese es el objetivo y yo le tengo fe a mi primo.
Lo mejor para el final
Si bien al transcribir las entrevistas, el periodista altera en ocasiones el orden de las preguntas, esta vez hemos dejado para el final el primer planteo que le realizáramos a Daniel Figares. Al inicio de la conversación, le pedimos a Figares que realizara un breve racconto de su trayectoria radial. Como el lector podrá confirmar a continuación, fuimos víctimas de una cruel mentira del entrevistado, quien ante el pedido nos manifestó inmediatamente: «Te la hago bien sintética»:
Empecé en el año 77 en Radio América, con 14 años. Había salido un aviso en el diario que decía que se necesitaban locutores. Desde muy niño ya tenía el bicho de la radio, los libros y la música. Era el que declamaba los poemas en la escuela. En 6º año me dieron a elegir entre ser abanderado o dirigir la fiesta de fin de año; animé la fiesta. Un día ví un anuncio en el diario solicitando un locutor para Radio América, y allá fui. No vamos a decir que era una joda, porque no lo era, pero podríamos decir que era algo «difuso». El aviso que la radio te daba la posibilidad de leer al aire, tenías que procurártelo vos. Era un «gancho», la radio captaba el aviso y a vos te daban un porcentaje. Mi padrastro tenía un taller mecánico y fue quien me dio la guita para el aviso. Así ingreso a la radio, a través de ese programa que se llamaba «Galas Tropicales» y que, obviamente pasaba música tropical. Como tenía 14, una voz de pito bárbaro, pero una gran desfachatez, los tipos me empezaron a dar cada vez más participación. Hablaba bastante bien a pesar de mi edad, era -y lo sigo siendo- muy verborrágico y mi participación en el programa empezó a ser muy comentada. Imagino que era una especie de pequeña atracción. Estaré eternamente agradecido a JVC, Julio Víctor Corradi y a la locutora, de la que sinceramente no recuerdo el nombre, que me empezaron a animar a que leyera un par de avisos más, y al final estaba conduciendo el programa con ellos.
Si bien los uruguayos somos todos medio de la «cumbiamba», digamos que no era lo mío, por lo que después de un tiempo me junto con unos amigos y armamos un programa que se llamó «American Discoteque», allí mismo en Radio América. Como éramos 8 y cada uno ponía un poco de guita para pagar la emisión a la radio, nos teníamos que turnar para hablar, por lo que prácticamente yo decía «hola» y «chau». Eso duró uno o dos meses. En ese intermedio, Oscar Fernández -un conocido lucotor- y su padre, tuvieron a bien enseñarme a ser operador de mesa. Aprendí este oficio y me quedé en CX46 como operador. La “46” comparte el hall del Palacio Salvo con CX30. Ahí tuve la inmensa suerte -año 1977- de meterme en el mejor momento de La Radio, cuando era gerenciada por José Germán Araújo. En la “30” estaba la flor y nata de la cultura de aquel entonces y la resistencia popular en contra de la dictadura. Fue una época maravillosa.
Ahí adquirí una gran experiencia porque estaban todos los capos: Carlos Martins, Jorge Denevi, Elías Turubich, Washington Benavídez, yo que sé, los que trabajaban ahí, todos eran estrellas, cracks. A todos ellos les hice de operador de mesa y, humildemente debo reconocer que fui bueno en lo mío. Durante 10 años ejercí esa profesión que quiero mucho. En el ’80 me dieron manija y me dijeron que podía intentar conseguir un espacio en el SODRE como coproductor. Lo hice, y gracias a Julio Zabaleta y César «Cacho» Vadim, que me dieron la oportunidad, tuve un programa que se llamó «La Música» -tampoco demasiado original el nombre, aunque con el tiempo gané un poco más de originalidad-, que en realidad fue un programa que tuvo su importancia debido al momento en que se emitió. En el año ’82, en abril, se produce un quiebre luego de que Argentina retoma militarmente el control sobre las Malvinas. Allí sobreviene un decreto con la prohibición de emitir música en inglés. Eso produce una avalancha de discografía nacional argentina, que tiene su rebote acá, ya que naturalmente había mucha empatía con el sentimiento argentino. De pasar música en inglés, cambié la programación y empecé a reproducir rock en castellano -al comienzo argentino- e inmediatamente comencé a aceptar demos de bandas uruguayas. En ese momento -1982- no había nadie que lo hiciera. El único programa que también pasaba rock uruguayo era «Meridiano Juvenil», pero se centraban en música pre dictadura. Si bien yo también pasaba ese rock, y a través de mi programa pasaron tipos como Romancho Berro de Los Killers y otros músicos de la vieja guardia, se empezaron a mezclar con los nuevos. En mayo de 1983, se aparece con un cassette Gabriel Peluffo. Esto ocurrió seis meses antes de que, a instancias mías, tocaran en El Templo del Gato. A partir de eso encaramos un tándem con la gente de «El Templo» y se armó una movida cultural que fue realmente muy buena porque, de última, agitamos la cosa. Siempre digo que ese programa chiquito, que tenía una duración de una hora e iba de lunes a sábado, me dio mucha gratificación, porque me deparó un lugar en la historia, a pesar de que ese momento no dimensionaba lo que estaba haciendo. Aclaremos que las bandas tampoco tenían otro lado donde ir. Me tocó a mí. Si estabas vos y lo reproducías, iban a ir a tu programa. El mérito está en que lo hacía yo y otros no.
En el año 84 me «quiebro» por una cuestión que involucraba una relación sentimental y me voy a Argentina. Fue algo fantástico, porque viví todo el año 84 en Buenos Aires y pude escuchar todo el rock argentino que me gustaba, en vivo. Antes de que los Redondos tuvieran editado el primer disco, yo ya estaba haciendo pogo con “jijiji”, que recién vería la luz en el segundo LP. Me sirvió mucho, porque escuché mucha radio argentina, y eso me voló la cabeza. Sobre todo escuché a Lalo Mir -en Radio Del Plata en aquel entonces, antes del surgimiento de la célebre Rock N´Pop . Recuerdo un programa de Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya y Adolfo Castello, que se llamaba «En Ayunas» que era alucinante. Metían humor con noticias todas las mañanas. Te estoy hablando de la época del teletipo. No era como ahora, que internet facilitó las cosas. A las 5 de la mañana tenían que recoger las noticias del día e inventar comentarios humorísticos, ¡y lo hacían! Ahí, escuchando, siempre escuchando -como cuando era operador- aprendí montones. Siempre tenés algo para aprender de cada uno.
Ese año, 1984, fue el de la hiper inflación en Argentina, pero por otro lado existía una gran efervesencia cultural, producto de la apertura democrática. Preocupado por la inflación, y a instancias de un amigo argentino, me voy a Buzios, Brasil. Primero tuve un pasaje por Rock in Rio, donde me vi a AcDc y Skorpions. Lamentablemente este amigo argentino, que me impulsó a viajar con la promesa de conseguirme un laburo, finalmente no pintó. Ni él ni el laburo. Aguanté un mes y medio o dos en ese paraíso, pero no pude conseguir trabajo. Entonces vuelvo a Montevideo en puente para seguir a Buenos Aires. Cosa que finalmente -y por suerte- no salió, porque si no me hubiera muerto de hambre.
Llegando a Montevideo escucho El Dorado -una emisora que no sabía que existía-, y descubro que alguien que yo creía que era un amigo, forma parte de esa radio. Este «amigo» me dijo que no había lugar en la programación, cosa que creí por venir de quien venía. Hete aquí que dios no quiere cosas chanchas -no soy muy creyente pero utilizo la frase porque es buena-, y cuando voy un día a saludar a mi gran amigo y maestro Carlos «Dumpo» Dumpiérrez, para ese entonces director de RCA, tenemos una charla en la que surge el comentario de la existencia de una nueva radio. Le comento a «Dumpo» que había hablado con «tal», un amigo mío, quien me aseguró que la programación estaba completa. Ante esta afirmación, Dumpiérrez me dice que no es así, al tiempo que me extiende su tarjeta: «Carlos Dumpiérrez – Jefe de Programación de El Dorado FM». Me había estado buscando como loco desde el vamos y yo estaba entre Buenos Aires y Buzios. Hicimos unas pruebas y al mes ya estaba al aire con «El Subterráneo».
«El Subte» fue un éxito espectacular. Lo hacíamos con Orlando Petinatti. Después de un tiempo me quise abrir de él porque lo que él estaba proponiendo no era mi estilo, y de hecho no lo es. Si uno escucha lo que hago ahora y lo que el tipo sigue haciendo desde hace 20 años, es una cosa que ya la escuché, ya lo hice y ya lo pasé. No terminamos bien, eso todo el mundo lo sabe, y es cosa juzgada y enterrada. Nada dramático.
Luego vino «Tarde de Perros» con Juanji Gentile -ex vocalista de Los Vidrios-, gran amigo y un tipo con un sentido del humor espectacular, pero que siempre ha encarado la radio como algo ahí al costado porque está haciendo otras cosas. Es un genio, alguien que podría vivir solo de la radio, pero él así.
Después del fallecimiento del dueño de El Dorado, Luis Melide, la radio se transforma en «X FM», algo con lo que yo no tenía nada que ver. Ahí inicio un periplo que comienza en CX30, donde trabajo con Luis «Piti» Orpi, con quien continúo trabajando en Alfa FM con un mix de humor y noticias. Allí estuve un año, hasta el 94 y en ese año me vienen a buscar de El Espectador, donde hago la primera época de Rompkbezas, del 95 al 2000. En el 2000 surgen problemas muy marcados con los anteriores propietarios de El Espectador, dejo la emisora y recalo en AM Libre, una radio que abre Federico Fasano, con un éxito inusitado, que se transformó en un hito radiofónico, ya que consiguió repartir la torta radial en tres. No solo ingresamos al espectro, sino que nos repartimos las preferencias de la audiencia con las otras dos grandes, Sarandí y El Espectador. Todo el mundo conoce a Fasano, así que no va a asombrar que me haya ido también con problemas de allí. Estamos en el año 2003. A partir de ahí, si bien estuve 12 años sin hacer radio, nunca paré. En el 2004 hice «Ciudad Oculta» en Canal 12, primero con un programa sobre los presos y luego con las entrevistas, donde aparece el famoso reportaje a Luis A. Lacalle, algo que también me condenó, porque Lacalle llamó al canal para detener la emisión. Él hizo lobby y yo actué de igual forma, porque tenía la nota grabada en mp3. Finalmente la entrevista se emitió sin promoción. De esa forma terminó mi ciclo en el canal. Lo importante para todo periodista es el interés general del público, y para mí no iba a ser la excepción.
En el 2006 me junto con Jorge Trasante para escribir el libro «Mateo y Trasante 30 años», que se edita en el 2006 por Banda Oriental. Para mi fue un gran aporte, porque Jorge tenía material de archivo de Mateo que nadie más tenía, letras de canciones que no estaban y todos los yeitos del disco. Fue un libro espectacular, no porque lo haya hecho yo, que lo único que hice fue ordenar todo lo que hablaba Trasante. Yo contribuí solamente con la introducción y la contratapa.
Para el 2007 ingreso en Montevideo Portal, donde tengo mi blog «Miedo y Asco en Montevideo», en el que escribo hasta el 2011, cuando Montevideo Portal me ofrece hacer el programa de entrevistas «Non Fiction», por el que pasaron entre otros: Hugo Fatorusso, Ruben Rada, César Di candia, Adolfo Garcé y Jorge Denevi. «Non Fiction» va hasta el 2012 y en el 2013 me convoca Editorial Planeta para escribir la biografía de Los Buitres, que se publica al año siguiente. En el 2015, a través de un llamado de los nuevos propietarios de El Espectador, se da mi regreso a la radiofonía. Esa es toda la historia, que como verás es ininterrumpida.
Ernesto Flores
decano.com
Fotos: Juan Pablo Flores.
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