Nuevos olores, vista cambiada, sabores varios.
La casa se lleva a cuestas y esta vez se traslada al Prado; el Rosedal nos saluda con un gesto señorial y entonces en la media tarde seminublada del domingo, ahí estamos en predio ajeno pero con el Parque cargado al hombro.
Nos sentamos en una tribuna que es similar a la Abdón y ahí uno empieza a acomodarse para ver el partido en un lugar que no es el propio y mientras está por comenzar, va buscando caras de referencia de los vecinos del Parque.
El primer tiempo pasa complicado, sin goles y sin claridad y para el segundo voy a ver a Nacional atacar de espaldas a mí y tengo al arco de enfrente en la mira. Es ahí me digo.
El aire trae olor a hojas quemadas y la cantina debajo de la tribuna trae olor a tortas fritas. El tiro libre a favor está en mi línea de mirada, veo como la pelota sale del pie del jugador que usa la 24 y hace una endiablada serpentina y se mete en el arco que desde el entretiempo tengo entre ceja y ceja. “Era ahí”, me digo mientras grito el gol.
Entonces como en un déjà vu loco la jugada se repite, solamente que esta vez, y para no ser repetitiva, la pelota pega en un contrario y se vuelve a meter en el arco. ¿Era conmigo? “Tomá”, me dice.
Y así, a falta de poco para terminar y con la mezcla de colores y olores nuevos que llegan desde afuera y desde adentro, la pelota se va lozanamente a meter de nuevo en el mismo arco que ahora me mira a mí. Los vecinos de tribuna del Parque se agarran la cabeza y se palmean sonrientes, y los pájaros sobrevuelan la tarde vigilando a los extraños que les invadimos el viejo reducto del Prado.
Nuevos olores, vista cambiada, sabores varios. Una taza grande de polenta, bastante romero, muchos gramos de coco y 1, 2 y 3 huevos. Una tarde en el Prado.
Cecilia810
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