La distancia no reduce la pasión, de lo contrario, la aumenta.

Pasó un poco más de un mes de mi partida a Australia. Muchas cosas se me cruzaron por la cabeza, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis costumbres, la rambla, y por supuesto, Nacional y el Parque, mi segunda casa.

Previo a partir me pude despedir del Parque en aquella noche copera ante Chapecoence, el pasado 27 de abril, en el mejor partido de Nacional en lo que va de la temporada. Fue una sensación extraña, me alejaba de uno de los lugares más cómodos para los nacionalófilos. El Gran Parque Central tiene un sentido de pertenencia único, los socios tricolores no nos queremos ir nunca de ahí. Hay un ambiente especial.

Se acercaba la definición del Torneo Apertura y a su vez tenía que defender mi Trabajo Final de Grado. Estaba ultimando detalles del viaje, pensando cómo exponer mi tesis y yo con la cabeza en Nacional. Lo sé. Era una locura. 

Quedó todo pronto, partí con toda la documentación y los trámites en regla, con el título de Comunicador Social «bajo el brazo», pero preocupado. ¿Por el viaje? No, no. Porque Nacional no había logrado el Apertura y no pude ir al Estadio a dejar la garganta.

«Andá acostumbrandote», pensé. Lo cierto es que hay 13 horas de diferencia entre Uruguay y Australia, pero eso no me impide perderme los partidos, los goles, los resumenes y las mejores jugadas.

Entre el trabajo y la diferencia horaria se hace difícil, pero sufro más que cuando estoy ahí, me despierto en plena noche, se que está jugando el bolso. Si ganamos me duermo aliviado, si perdemos cuesta pegar un ojo. Es más fuerte que yo. Es Nacional.

Hay que alentar desde donde nos toque, porque como dice la hinchada: «¡Desde donde sea… yo te alentaré!»

Santiago Magni

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