Fanatismo, pasión, sentimiento. Palabras que se asocian indefectiblemente con el amor hacia un club, hacia una camiseta. Amor por los colores, por el escudo.
Prudencio Miguel Reyes es un emblema del Club Nacional de Football que trascendió fronteras y quedó perpetuado para la eternidad como el decano del fútbol mundial. La leyenda del hombre que se convirtió en estatua.
“¿Que sería de un club sin el hincha? ¡Una bolsa vacía! Es el alma de los colores. Es el que no se ve, el que da todo sin esperar nada. Eso es el hincha, eso soy yo”. El Ñato está enfurecido. Quiere irrumpir como sea en la reunión de la Comisión Directiva de Victoria Fútbol Club. El destinatario de su ira es el secretario, que sólo atina a pedirle que no lo comprometa y le niega el paso a la oficina contigua, en la que se encuentran los dirigentes.
La escena pertenece a la emblemática película argentina “El Hincha”, de 1951. El genial Enrique Santos Discépolo (quien también escribió el guión) interpreta al “Ñato”, un fanático que hace lo imposible para que su club no se vaya al descenso. Finalmente, logra su cometido y consigue que su equipo mantenga la categoría. El amor que sentía por los colores era su combustible, su pasión. Casi su vida entera. Incluso, hasta retrasa su casamiento con su eterna novia por el momento que atravesaba su querida institución. Nada era más importante para él. Nada. El significado de la palabra hincha en su máxima expresión.
Si bien ese vocablo es utilizado de forma frecuente y natural en estos tiempos, la historia de su nacimiento se remonta a los primeros años del siglo XX. Su origen se lo debe a una persona que, con su forma de actuar, de sentir y de vivir el fútbol, abrió un nuevo camino. A partir de él, nada sería igual.
Don Prudencio Miguel Reyes, de él se trata, nació el 28 de abril de 1882, en Montevideo, Uruguay. Durante toda su vida lo acompañó una pasión: el Club Nacional de Football. Tal era su amor por esa institución que consiguió trabajo allí como utilero. Esta labor le fue encomendada por un motivo fundamental: era maestro talabartero, por lo cual su conocimiento del cuero era esencial. Su negocio estaba ubicado en el barrio Goes, cerca de la zona de Arroyo Seco, sobre el camino de las carretas (la actual Avenida General Flores), en la ciudad colonial de Montevideo. Reyes era un hombre muy corpulento, robusto, con manos y dedos grandes, lo que le permitía meter la cámara y la lengüeta dentro de los balones para poder coser, con un hilo muy grueso, el duro tiento del que estaban hechos. Pero también tenía otra función que resultaba vital: inflar (“hinchar”) esas mismas pelotas. Por esos años no existían los infladores, por lo cual debía hacerlo soplando, sin ningún otro artefacto más que la fuerza de sus pulmones. Su gran porte lo ayudaba a realizar un trabajo en el que dejaba un esfuerzo físico muy importante.
Pero más allá de esas características, Don Prudencio se convirtió en un personaje ilustre por otro motivo: su particular y única (en aquel momento) forma de alentar al equipo de sus amores. Reyes se colocaba con una pelota bajo el brazo y, según como atacara Nacional, caminaba de una punta a la otra en esa mitad de cancha, alentando con una voz extremadamente ronca, muy peculiar cuentan las crónicas de la época, que lo hacía ser un espectáculo dentro del mismo espectáculo. La afición de esa época vivía los partidos de manera muy tranquila, con bastante seriedad, con algunos atisbos de aplausos o desazón, depende el caso, al momento de los goles. “Vamos, Nacional”, “Arriba, Nacional”, “Vamos muchachos, con decisión, a ganar”, resonaban los gritos de Prudencio en el Gran Parque Central. Su figura comenzó a hacerse conocida por los espectadores que asistían a los partidos, por lo cual su nombre también se hizo familiar. “Es el gordo Reyes, el que hincha los balones, el hincha de Nacional”, era la respuesta que recibía aquel que preguntara por la identidad de ese peculiar hombre que gritaba enardecido, como un orate, por el amor que sentía por el tricolor uruguayo.
“Su fama primero se extendió al fútbol oriental. Comenzó a ser imitado y seguido por los partidarios de los otros equipos. Luego, con los continuos partidos que realizaba Nacional en Buenos Aires, pasó a ser conocido en ambos márgenes del Río de la Plata, para después pasar a ser de conocimiento mundial”, dice Gonzalo Forte Rodino, presidente de la Comisión de Historia y Estadística de Nacional. “Pasó a denominarse hinchas a todas aquellas personas que en forma ininterrumpida animan o estimulan a sus cuadros. Puede significar pasión, adhesión sin concesiones, fanatismo hasta la enfermedad, mucho más cercano a una religión que a un mero deporte. Hoy nadie desconoce lo que es ser un hincha, pero lo que no todos conocen es el origen de la palabra y la particular acepción o significado que tiene”, agrega.
Reyes era casi un integrante más del equipo. Se lo puede ver posando junto con los jugadores en varias fotografías, con su boina, una incipiente barba y un grueso bigote, que le ocupaba gran parte del rostro. Era una persona muy querida por todos “los bolsos”, al nivel de las grandes figuras del plantel de los primeros años de la década de 1910, como el Indio Abdón Porte o el capitán Alberto Foglino.
Prudencio Reyes, el gordo, Miguelito Reyes, falleció el 7 de febrero de 1948. Como no podía ser de otra manera, sus descendientes no son ajenos al sentimiento tricolor. “En mi casa se contaban sus anécdotas en la mesa familiar de los domingos, como historias de color, pero realmente no le dábamos demasiada importancia. Yo no llegué a conocerlo, solo por fotos. En 1999, cuando Nacional cumplió 100 años, alguien de la Comisión de Historia del club trajo a colación su historia y se comenzó a hacer muchísimo más conocida”, dice Ernesto Reyes Maeso, bisnieto de Prudencio Miguel.
La pasión fue variando entre generaciones: Miguel Reyes, hijo de Prudencio y abuelo de Ernesto, era hincha de Nacional, pero no tan adepto al fútbol (fue jugador de la Selección uruguaya de voleibol). Luego llegó “el loco Nito”, padre de Ernesto, quien lo define como la persona más apasionada que conoció. “Mi padre era un energúmeno -entre comillas, obviamente- de Nacional. Iba todos los domingos a la cancha. Realmente era muy difícil ir al estadio con él y no terminar con algún problema, alguna discusión o con algo más. Sin dudas, fue el más pasional de todos los Reyes”. Su “locura” era tal que, días antes de morir, les pidió a sus tres hijos (Ernesto y sus dos hermanos) que lo hicieran socio de Peñarol. El motivo era simple: no quería que se muera un hincha de Nacional. Obviamente, sus hijos no le cumplieron el deseo. Incluso hasta le había puesto sobrenombres de los jugadores del club a las enfermeras que lo cuidaban.
Ernesto Reyes tiene 60 años y vive en Montevideo, pero aún se sorprende por la trascendencia que tiene la historia de su bisabuelo, no solo en Uruguay sino en todo el mundo. “Tal vez por falta de perspectiva histórica en nuestra familia o vaya uno a saber, pero nunca nos imaginamos todo esto. Incluso han venido desde el Museo de la FIFA a hacernos notas. Para nosotros eran anécdotas y cosas de nuestra familia, nada más”. En 2013, recibió una insignia por los 30 años como socio de Nacional y, al tiempo, aunque no cumplía el requisito por los años ininterrumpidos (llevaba 35 y son 50), la Comisión Directiva del club lo nombró socio vitalicio, en honor al primer hincha del fútbol mundial. En esa ocasión, Ernesto y sus hermanos le donaron a la institución un cuadro con la imagen de Prudencio que estaba en su casa. Hoy está en la sede del club. Se define como un hincha “normal” y aclara que ahora su sobrino y ahijado, Mateo, es el que lleva adelante las locuras que antes eran propiedad de su padre. “Ese es otro energúmeno, se cuelga de las banderas en la popular, otro loco más como mi viejo”, dice entre risas. Juan Ramón Carrasco y el “Mago” Fabian O’Neill son sus ídolos futbolísticos.
El pasado 8 de agosto se descubrió en el Gran Parque Central una escultura de Don Prudencio Reyes, en un lugar sagrado del campo: el vértice de las tribunas José María Delgado (icónico ex presidente del club) y Abdón Porte, gloria y emblema para todo simpatizante bolso. “Para mí es un orgullo y un honor representar una obra semejante. Como hincha y como escultor. Mas allá de los colores, es una gran emoción dejar representada a una persona tan conocida a nivel mundial en el Parque Central”, dice Nelson Gutiérrez, el artista detrás de la escultura, el “escultor de los pueblos”, como se autodenomina y lo conocen en Fray Bentos, donde vive, y en todo Uruguay.
Gutiérrez reconoce que se hizo hincha de Nacional por motus propio, sin ningún tipo de herencia sanguínea. Su familia era casi toda de Peñarol, salvo su madre. Por eso, hasta su adolescencia debió ocultar su fanatismo bolso. Manifiesta que la idea de la obra surgió de parte de Juan Maidana, cónsul de Nacional en Mercedes. Primero pensaron que la obra debía estar destinada a un jugador, pero luego decidieron, también junto con dirigentes del club, que debía ser Prudencio el que quede inmortalizado. La realización comenzó con una estructura de hierro, a la que luego se le agregó hormigón. La terminación fue hecha en marmolina y resina. Su construcción demoró un mes y medio aproximadamente, debido a que fue hecha toda a mano, sin ningún tipo de molde. “Realmente, no esperaba tanto alcance con todo esto. Me da una satisfacción enorme saber que algún día un nieto o un familiar cercano diga que esta obra la hizo Nelson Gutiérrez”, comenta emocionado.
“Como descendiente de Prudencio, sentimos que toda nuestra familia está adentro del Parque Central. Es algo muy lindo, un reconocimiento hermoso para mi bisabuelo y fundamentalmente para mi padre”, reconoce Ernesto Reyes sobre la estatua. Y continúa: “Nacional es una forma de ser, de sentir, de vibrar, que es muy distinta a los demás. Es el rigor de la verdad, de la historia, es hacer culto al sentido de pertenencia. Son los colores, es la sangre, es ver a mi padre, cuando yo apenas tenía uso de razón, llevándome al Parque Central y diciéndome que yo podía ser cualquier cosa en la vida, menos hincha de Peñarol. Y lo consiguió”.
Alguna vez Eduardo Galeano dijo que “jugar sin hinchada, jugar sin hinchas, es como bailar sin música”. En días de pandemia, de estadios vacíos, de silencios ensordecedores, hay un vozarrón que nunca podrá ser callado. Hoy, más que nunca, esa voz ronca retumba a un costado del campo en el Gran Parque Central. Mientras esté ahí, seguirá haciendo bailar a todos. Como hace más de 100 años. Como hoy. Mientras el aura de Prudencio Miguel Reyes, el primer hincha del fútbol mundial, siga presente, nadie podrá apagar su música. Jamás.
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