En una entrevista con Ovación, Gastón González compartió su emotiva historia de superación, desde una infancia difícil hasta la pérdida de su amigo y compañero Juan Izquierdo, y cómo esas experiencias lo han marcado tanto dentro como fuera de la cancha.
Gastón González, actual jugador del tricolor, lleva consigo una historia que trasciende el fútbol. Su infancia fue en un garaje con un portón de chapa y ventanas cubiertas de plástico. Era un espacio pequeño que compartía con sus tres hermanos, donde el sonido de la lluvia golpeando el metal transformaba las noches en momentos aterradores: «parecía que diez personas le pegaban al portón a la vez», recordó.
Su familia, compuesta por ocho personas, vivía en una casa con apenas dos habitaciones. A pesar de las limitaciones, Gastón creció viendo el esfuerzo incansable de su padre, Marcelo, que trabajaba de sol a sol en el correo, como taxista, mozo y colocando aires acondicionados.
Desde joven, Gastón no dudó en acompañar a su padre en sus trabajos, buscando ayudar y juntar un poco de dinero para comprarse sus propios zapatos. “Mi viejo laburaba mucho. Yo tenía 15, 16 años y a veces me metía en la barra y servía tragos para poder comprarme unas zapatillas. Juntaba algo, y después era todo estudio. Me la pasé en la calle prácticamente desde la Primaria a la Secundaria”, relató con humildad.
A pesar de las dificultades, en su hogar nunca faltó el asado del domingo. “Nosotros nunca tuvimos los recursos para poder darnos los gustos. Ningún tipo de gusto más que el asado del domingo, que no faltaba. Pero no salíamos a comprar ropa, no íbamos al shopping ni a los restaurantes. Todo era lo más sencillo posible y con el tiempo nos pudimos ir acomodando. Siempre decimos que podés tener toda la plata del mundo, pero no ser feliz”.
El talento de Gastón con la pelota lo llevó a destacarse en Unión de Santa Fe, pero su camino no estuvo libre de desafíos. Con ironía, recordó cómo llegó a su primer entrenamiento con los botines rotos. “El técnico de Primera me los compró. Llegué a Primera con los botines rotos”, dijo, soltando una risa.
La vida le sonrió en 2022, cuando con apenas 20 años, Orlando City lo fichó por 3,2 millones de dólares. Su primer gesto fue buscar una casa para sus padres. “Vivíamos en un barrio al límite. Cuando salió lo del pase, lo primero que hice fue tratar de buscar una casa donde nos pudiéramos acomodar bien. Mi mamá lloraba, fue una locura”, contó emocionado.
Sin embargo, la felicidad no fue completa. Poco antes de su partida, sufrió una rotura de ligamentos que lo alejó de las canchas. “Pero antes de irme me rompí los ligamentos cruzados y pasé de estar en mi mejor momento a no hacer nada más que recuperarme. Me fui lejos, sin conocer a nadie y la pasé mal. Cuando habían pasado dos meses y medio, pedí para volver una semana porque no aguantaba y necesitaba ver a mi familia. Ahí es cuando te das cuenta que el fútbol pasa a segundo plano”.
El 22 de agosto de 2024, en el Estadio Morumbí, su vida dio un giro inesperado. La muerte de Juan Izquierdo, su amigo y compañero de habitación en Nacional, lo marcó profundamente.
“Yo con Juan tenía una linda amistad. Concentraba con él y dormíamos juntos. Perdimos a un compañero de esos que nunca llegaba con mala cara al entrenamiento. Creo que dentro de todo lo malo, te deja esa enseñanza de disfrutar cada momento, de saber que el fútbol pasa a ser secundario, que no es tanto de vida o muerte, como muchos de nosotros lo vivíamos; es un juego más en el que se puede ganar y perder. Realmente esto que pasó es lo que importa. En el partido contra Liverpool iba entrando bien a la cancha hasta que me di vuelta. Había una bandera grande colgada arriba con su cara y toda la gente con su remera. Fue tremendo. Nunca me imaginé que iba a pasar un momento así”, expresó Gastón.
Tras la tragedia, González buscó consuelo en Santa Fe, refugiado en el abrazo de sus padres, quienes lo contuvieron durante un fin de semana. El retorno a los entrenamientos fue duro, vacío de sonrisas. “Me quedaba sentado, sin ganas de hablar de nada y a medida que me acordaba era peor. Quizás estabas bien, se te escapa alguna sonrisa en el camino como para intentar levantar y volvías para atrás. No salís nunca de esto. Es muy difícil volver a arrancar”, afirmó.
Sin embargo, poco a poco, la luz volvió a Los Céspedes, y todos, en mancomunión, concluyeron que la mejor forma de hacerle honor a Juan era trabajar para su compañero. La tristeza lo llevó a hacerse un tatuaje con el nombre de su amigo, una marca que llevará siempre. “Ni dudé, aunque no podía creer lo que me estaba haciendo. Decía: ‘¿Cómo me puedo estar haciendo esto? Que sea todo una broma’. Pero no, era real”, dijo con dolor.
A pesar del sufrimiento, la vida en Los Céspedes continuó, y González decidió honrar la memoria de su amigo trabajando con más dedicación. Picotón, como le dicen por herencia de su padre, siguió corriendo en silencio y sin cruzar demasiadas palabras con Martín Lasarte. Pero sí con Marcelo Tulbovitz, su preparador físico, a quien le pidió hacer doble turno por no haber estado convocado a ese partido tan especial con Liverpool, donde todo el Gran Parque Central recordó a Izquierdo.
El premio a su entrega llegó en el fin de semana siguiente, cuando anotó su primer gol con el tricolor en el partido ante Wanderers. El sacrificio fue la mejor herencia que recibió de su padre, y la memoria de Juan Izquierdo, grabada en su piel, lo acompaña en cada paso.
Esta historia de lucha, pérdida y superación refleja la esencia de Gastón González, un futbolista que nunca olvida de dónde viene y que ahora juega con un nombre más en su piel, el de su amigo Juan, para recordarle cada día que la vida es mucho más que un simple juego.
Vanesa Baliero
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