Sonaba la campana, eran las 5 y salí corriendo de la escuela. Crucé la calle sacándome la moña y la túnica por el camino, hasta llegar a Don Bosco

Y ahí, en el patio central, tenía un estadio para mí. El piso de cemento era perfecto, la pelota nunca picaba mal, de cuero, parecía profesional. Recuerdo que alguna vez nos tocó jugar con ella recién engrasada. ¡Como olía! Hermosa. Ese olor a cuero que te queda grabado en la memoria para siempre.

Armábamos los equipos, yo me sentía el crack, jugaba de 10. De un lado del patio estaba el muro que era un jugador más.

Con él tirábamos paredes y las devolvía justo al pie, como para seguir avanzando hacia el arco rival, que era inmenso y tenía red. Me acuerdo de los punteros y el 9 que la pedían siempre.

El muro imponía respeto y se la tenías que pasar. Siempre te la devolvía de una, no era egoísta. Recuerdo los campeonatos, las vueltas olímpicas que las dábamos bien abiertas y despacito, porque no queríamos que se acabaran nunca…. 

Un día de un pelotazo rompimos un parabrisas, ahí el cura nos dijo que había que solucionar el problema y salimos todos a un lugar muy lejano donde vendían parabrisas. Era por Colonia ¡sí!,Colonia y Requena. 
Pusimos como 20 minutos caminando, no podíamos decirles a nuestros padres ya que teníamos permiso para ir a jugar a Don Bosco, volver a casa enseguida y nada más. ¡Fue todo una aventura! Por unos días no aparecimos más por Don Bosco ya que para nosotros era imposible reponer lo que habíamos roto. 

Al tiempo volvimos, pero con menos corridas y griteríos, en silencio, no queríamos llamar la atención, no sea cosa que el cura nos preguntara si teníamos solucionado el problema. 

Y siguieron los partidos. Cada vez que hacia un gol, gritaba: ¡Golaaaaaazooo!, así me quedó el sobrenombre; ”Golazo”, (todavía hoy, cuando me encuentro con algún amigo de esa época me dice Golazo. ¡Qué recuerdos!, es como el olor a cuero, no se te borra más). Hacer un gol era lo máximo, ver la red hincharse, los compañeros corriendo y abrazarse en medio de ese “estadio”…era una experiencia única, nos sentíamos. Nos sentíamos jugadores de verdad. 

Llegó el momento que la escuela se terminó, estuve un tiempo jugando en la calle, donde el muro era la casa de los vecinos y los arcos, simples árboles. El muro a veces hasta goles hacía, siempre de primera, claro. Hasta que llegó el momento de ir al club de mis amores…NACIONAL. 

Para jugar en Nacional había que ir a probarse, esta vez más lejos, Centenario y Varela. Con mucho esfuerzo, mis abuelos me dieron plata para el ómnibus y me hicieron mil recomendaciones para que me cuidara. Tenía que pedirle al guarda que me avisara adonde tenía que bajar. ¡Nunca había ido tan lejos!

Tenía 14 años, llegué a la cancha, había pasto…. poco pero había. Muchos “jugadores” que se iban a probar, algunos me parecían más grandes que yo, que digo grandes, ¡mucho más grandes! 

Llevaba un bolso prestado, había que cambiarse al costado de la cancha. Nos sentamos en el piso, sacamos los zapatos de futbol, las medias, una camiseta, el short lo llevábamos puesto debajo de los pantalones porque nos daba vergüenza sacárnoslo allí, y nos llamó el Dt. Fuimos caminando hasta el centro, nos sentamos todos delante de él. Parecía un tipo muy serio, tenía un lápiz y un cuaderno en la mano donde anotaba el nombre y el puesto donde jugábamos. Éramos muchísimos, todos cracks. 

El técnico empezó con las preguntas: ¿nombre?, ¿de qué jugas?… pasaron muchos y eran casi todos 9 o 10, cuando la pregunta llegó a mí, mi cabeza iba a mil. ¡Yo también jugaba de 10!, pero eran muchos en ese puesto. ¡Y mirá la pinta de jugadorazos que tienen!, pensé escandalizado. Cuando llegó el turno de responder, no sabía que decir. Contesté: “Soy BA izquierdo” y luego le dije mi nombre. Repartieron las camisetas, a muchos de esos 9 y 10 el DT les pidió que dieran “una mano” en otra posición, para completar y ahí se armaron los equipos. 

Empezó a correr la pelota, todos la pedían, yo extrañaba el muro. Nadie te la devolvía de una. A cada rato miraba si el bolso seguía donde lo había dejado, a un costado de la cancha. En él tenía la plata del ómnibus envuelta en una de las medias. 

Terminó el partido y nos volvieron a juntar en la mitad de la cancha. El Dt se arrimó y nos dijo “Lamentablemente no hay lugar para todos, esto sigue chiquilines, así que a lo mejor en otro club tengan más suerte. Los que nombre a continuación vuelven mañana a las 2”. El silencio envolvió el lugar. 

Estábamos todos muy nerviosos. – Usted –dijo el técnico bajo ese mismo tono serio- el de rulitos -me señaló a mí- mañana lo espero. 

De ahí en adelante comencé a jugar de back izquierdo, puesto en el que aprendí muchas cosas que me sirvieron para formarme; aprendí a anticipar la jugada, cortar el juego, estar siempre atento, ver lo que se puede venir y por dónde, saber cuándo hablar y cómo. Presionar, imaginar lo que piensa el rival, ordenar, despejar, pensar, jugar en equipo, cubrir a algún compañero, tener decisión, ir al frente. Liderar….una escuela de vida. A los pocos días nos volvió a juntar el Dt con el mismo lápiz y el cuaderno. De nuevo el silencio. Me dijo: Usted, el BACK IZQUIERDO, se tiene que ir a fichar. Enrique es su nombre, ¿y su apellido? 

Le dije que no, que Daniel era mi nombre, y que mi apellido era “Enriquez”.

Daniel Enríquez

Nota: Hace algunos meses, Daniel Enríquez nos llamó y nos comentó que se le había despertado cierta veta de escriba y nos envió el relato que acaban de leer. Creímos que sería bueno compartirlo con los hinchas y Daniel accedió, pero creyó que no era ese el momento conveniente. Hacía muy poco que se había alejado del club y temió que la publicación de su relato en un medio partidario podría ser mal interpretada por alguien. Ahora que el tiempo puso una distancia considerable, quisimos compartir con ustedes estas líneas escritas por alguien que pasó la mayor parte de su vida dentro del Club Nacional de Football.

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