Mucho más que el Padre de la Victoria.

Cuando uno piensa en Atilio Narancio, en seguida viene a la mente la alusión al “Padre de la Victoria”, con la que, con justicia se hace referencia a quien fuera el más grande dirigente del fútbol patrio. Pero limitar la figura de Atilio Narancio al ámbito del deporte es dejar de lado una actuación en la vida sobresaliente e inmaculada.

Es que uno de nuestros socios fundadores y en dos oportunidades Presidente de nuestra Institución, fue un ciudadano ejemplar, un filántropo que lejos de los campos deportivos brilló con luz propia.

Una mente prodigiosa por la que fue condecorado en Francia con la Cruz de Caballero de la Legión de Honor. En la prensa escrita fue desde sus columnas una pluma lúcida y consejera; en la política, fue miembro integrante de ambas cámaras legislativas, electo para la Asamblea General Constituyente en 1916, y miembro del Consejo Nacional de Administración. Pero fue su preocupación y su dedicación a la niñez, desde su profesión de médico pediatra la que le permitió brindarse en cuerpo y alma y recibir el mayor reconocimiento al que pudo aspirar: el agradecimiento y el amor de los niños y sus familias.

Luego de los grandes triunfos deportivos y de su actuación en la vida pública que a muchos hubiese representado la cúspide a alcanzar, Narancio viaja a Francia para seguir estudiando, sirviendo y perfeccionándose, para volver luego a Uruguay a brindar sus conocimientos con dedicación, compromiso y humildad, como señaló el Dr.Carlos Estapé: “No se reincorporó a la carrera con aires de triunfador. No. Por el contrario, retomó el camino andado serena y modestamente. Volvió para extender su mano protectora sobre las frentes pálidas de los enfermitos y de las madres pobres. Recorrió ranchos y tugurios en los barrios alejados. Derramó consuelo y confianza. Puso luz donde reinaban sombras y dejó mil veces dineros para que pudieran comprar la medicina salvadora o el alimento bienhechor… Así ejerció para el pueblo. Así su alma recibió el solo halago del deber cumplido a favor del que sufre. Narancio nunca deseó otra cosa que la satisfacción de curar; hizo verdadero apostolado, única recompensa que lo hacía feliz.”    

En febrero de 1954, a dos años de su fallecimiento, la Comisión de Honor del Gran Homenaje Nacional al Dr. Atilio Narancio, presidida por José María Delgado y contando con la vicepresidencia de Roberto Espil y Numa Pesquera, e integrada por más de un centenar de personalidades de la sociedad uruguaya, obtuvieron la autorización de la Intendencia Municipal de Montevideo, luego de la resolución favorable de la Junta Departamental, para erigir un monumento destinado a honrar la memoria de tan notable ser. La obra del escultor  Stello Belloni, fue inaugurada en el año 1959, en una inscripción en ella puede leerse: “Atilio Narancio, Padre de la Victoria. El pueblo al insigne médico de la infancia, al ciudadano sin tacha, filántropo, espíritu inmortal. Al patriarca del deporte, génesis, impulso y forjador de la gesta olímpica.”

Del discurso que el Dr. Estapé con motivo del acto organizado por el Comité de Homenaje Nacional, extraemos otro fragmento, que si bien extenso, nos sirve para pintarnos de manera cabal, la personalidad de este gran prócer:

El hombre:

Grande, de figura casi imponente, portador de una sonrisa que traducía un optimismo excepcional como permanente mensaje de paz y de confianza para todo aquél que se acercaba.

Aquel hombre pesado, encerraba una inteligencia, una inquietud, un romanticismo, una originalidad en el pensar y en el decir, muy poco común.

Era hombre-dínamo, hombre acción. Una voluntad al servicio de toda causa útil, de todo gesto noble. Nobleza y bondad como plataforma de un espíritu superior. Llenaba todas las funciones capaces de cuajar en obra generosa y pasaba de un capítulo a otro sin sobresaltos como si imitara a la naturaleza, que realiza sin chocar, el poema de la luz y de la sombra.

Estaba presente por no conocer la pereza, por no saber decir no, por no dejar de ser útil a los demás. Su mano abierta para dar, no supo si existía el verbo, a veces amargo, de recibir.

Era así por constitucional arcilla. Así se modeló; así practicó el bien, sin mirar, sin medir consecuencias, sin exigir. Su brazo no supo de otro movimiento que el de entregar buena semilla al surco humano que la necesitaba…

Pensaba libremente. Sin someterse a doctrinas estrictas ni filosóficas ni a pragmáticas rígidas; en realidad entraba en todas ellas, por esa misma libertad de sentir y comunicar.

Vibraba con las artes. Valoraba las sublimes expresiones que el genio arrancaba al mármol, al bronce o a la mano que la trasmitía al lienzo sus colores. Se emocionaba en el conocimiento de las letras reveladoras de supremas o proféticas verdades para el porvenir de la humanidad.

Por ser analítico, no dejaba de ser apasionado.

Nunca se encerraba en su Yo, sino en aquellas oportunidades en que decir su opinión podía provocar inquietud o amargura en el alma de los escuchas. Esa sola virtud revelaba una generosidad infinita.

Íntimamente era un extrovertido, un expansivo, un verdadero idealista.

Transmitía su pensamiento con elocuencia y entusiasmo.

Su buena fe oficiaba de escudo donde se pulverizaban los abúlicos y timoratos, y a su lado se renovaban y tonificaban las fuerzas claudicantes.

Una curiosidad innata y bien orientada lo llevaban a querer saberlo todo, y así, su acervo cultural no tenía límites.

Discurría sobre cualquier tema; penetraba en el terreno histórico, político o literario, y sus consideraciones eran solas de quienes tenían el privilegio de oírlo.

Por ello merece la clasificación de Humanista.

Universitario; inquieto como estudiante, activo como profesional, estudioso como intelectual, responsable y sacrificado como médico.

De actividades múltiples, abrazó la carrera política y fue orientador y gobernante. Su capacidad lo llevó a los más altos escaños en la vida pública que prestó el más amplio concurso con patriótico afán.

Vivió intensamente. No supo de sosiego. Se dio por entero a los demás y llevó siempre encendida en su alma, la llama sagrada que lo inspiró y guió por las rutas de su existencia.

«El hombre en Narancio, fue fondo y forma de su misión por el mundo.”

Sin lugar a dudas, una vida ejemplar, que nos hace enorgullecer de formar parte del mismo Club Nacional de Football que tuvo en Atilio Narancio uno de sus pilares fundacionales.

                                                                                   

Norberto Garrone

http://dalebolsoradio.blogspot.com

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