Jorge Valdano no necesita presentación. Tiene en su haber tantos galardones como le fuera posible y más. compartimos una nota suya en El País de Madrid.

Los de Tabárez demuestran que se trata de una selección con una tradición que hunde sus raíces en el tiempo, y el fútbol de este país se lleva bien con la palabra historia.

Para que Uruguay sea Uruguay no necesita una final en el Maracaná sino un partido en la primera ronda en donde la vida y la muerte se den la mano. Si es contra Inglaterra, mejor, porque se trata de una selección con una tradición que hunde sus raíces en el tiempo, y el fútbol uruguayo se lleva bien con la palabra historia.

La selección perdió contra Costa Rica “por no jugar a la uruguaya” y le ganó a Inglaterra (Cavani dixit) “porque jugamos como Uruguay”. No piensen en un estilo definido. Así como del cerdo se aprovecha todo, Uruguay juega sin despreciar ninguna de las posibilidades que ofrece el juego. Si van ganando sabrán defenderse; si van perdiendo atacarán con desesperación; si el partido se pone brusco trabarán con los dientes; si hay que perder tiempo lo harán con inteligencia; si juegan contra 200.000 personas las desafiarán a todas… Juegan a ganar, pero nunca se volvieron locos con el cómo. Deben pensar que para debatir sobre el estilo hay que vivir en un país de más de 40 millones. En un paisito de menos de cuatro millones, el fútbol es antes un problema de supervivencia y hasta de honor, que una cuestión estética.

Maravilla ver que el primer país que conoció la gloria futbolística mundial sea el último en perder la humildad. Da igual el nombre del jugador, todos reman con la misma fuerza y en la misma dirección. En eso consiste jugar a la uruguaya. Pero si queremos hablar de sacrificio, tomemos como ejemplo a Luis Suárez, operado días antes del Mundial y llamado a servicio frente a Inglaterra. En el minuto 85, cuando los calambres ya lo estaban amenazando, fue detrás de una pelota con la desesperación de un ahogado y sacó un tiro con la potencia de un cañón para gritar el gol con la emoción de un uruguayo. Pero Suárez nos hizo reflexionar sobre el talento. Jugaba frente a compañeros con los que ha convivido y contra rivales que lo han sufrido durante la última temporada. De modo que lo conocían de sobra y le temían como a una maldición. Sin embargo, no encontraron antídotos para contrarrestar su extraordinaria capacidad para buscar espacios en el área y rincones a la portería. Un cabezazo ajustado y hasta burlón buscando el contrapié del portero en el primero; un fusilamiento en el segundo. Y detrás, el equipo con su espíritu solidario, con su sentido práctico y con una entrega innegociable que convierte a una figura mundial como Cavani en delantero de toda la cancha.

Miles de uruguayos festejaron el triunfo como si fueran jugadores y todos los jugadores festejaron como si fueran hinchas. Una comunión impresionante de un país que le debe al fútbol un buen porcentaje de su orgullo identitario, feliz ahora de estar viviendo un capítulo más de una historia incomparable: porque era Inglaterra, porque Suárez hizo un prodigio, porque la selección sigue con vida… Porque Uruguay jugó como Uruguay. Y porque los que no somos uruguayos les miramos con una admiración que dura casi un siglo.

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