En algún momento nos acostumbramos a que las noticias de fútbol salieran también en la sección de «Policiales».
Suele decirse del fútbol que “se juega como se vive” y que por eso, por ejemplo, los brasileros juegan con esa alegría y desfachatez que los caracteriza –casi como si jugar al fútbol y bailar samba fueran la misma cosa- y nosotros de dientes apretados, “peleando”, como si llegar a esa pelota con el último aliento fuera un reflejo de lo difícil que es muchas veces acá llegar lejos y trascender en muchas actividades.
Y que una expresión tan popular en estas latitudes como el fútbol, refleje tan fielmente la idiosincracia de un pueblo es lógico de la condición humana.
No sé a partir de cuándo fue pero en algún momento el fútbol fue dejando en segundo plano esa condición para pasar a reflejar de forma universal la misma bajeza: la intolerancia. Supongo que fue al mismo tiempo en el que empezamos a hablar más de “banderas”, “barrabravas” y “aguante” que de “gambetas”, “moñas” y “tacos”. Supongo que fue a partir de que la semana previa a un partido decisivo se hablara más del operativo de seguridad y las vías de acceso al Estadio que de lo que pueda hacer el “10” de un cuadro o el “9” goleador del otro.
Si el fútbol fue siempre un gran reflejo de las sociedades, qué podemos pensar de ellas y sus valores hoy al ver cómo se está destruyendo al juego más popular y democrático que existe convirtiéndolo en el más intolerante.
Al que es democrático porque es accesible para cualquiera; sólo requiere de un objeto esférico –si hasta con un bollo de papel se han disputado memorables finales y se han visto golazos en los patios de escuelas y campitos de las esquinas del mundo- y una parcela de tierra con arcos improvisados para practicarlo y al que es democrático por democratizador, porque es el que más empareja las diferencias económicas y de poder dentro de la cancha.
Que los All Blacks pierdan con Los Teros no sucederá jamás, que la Selección yanqui de básquetbol pierda con la de Chile muchísimo menos, y tendría que darse casi un milagro para que Federer o Djokovic en sus mejores momentos perdieran un partido contra el 150 del ranking. Sin embargo, el Barcelona puede perder con el Alavés, Nacional con la IASA y España, tras ser campeona del mundo, quedar afuera en la primera fase del siguiente Mundial.
Dice el diccionario que la intolerancia es “la actitud de una persona que no respeta las opiniones, ideas o actitudes de los demás si no coinciden con las propias.” Creo que la gran mayoría de los hinchas de Nacional, Peñarol, Danubio, San Lorenzo, Palmeiras o Mallorca tenemos la misma idea del fútbol: que es el deporte más lindo y democrático de todos. Y estamos dejando que una minoría de intolerantes que no están de acuerdo con eso nos destruya nuestro juego preferido.
Cecilia Ocretich
decano.com
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