Mi bandera

La veo a diario, yendo hacia o viniendo de casa. Está ahí, siempre, en un balcón donde Lima se tira en palomita hacia Democracia.

Tiene la majestuosidad del significado, en contraposición a la tela que está orgullosamente raída. Ya ensaya sus primeros jirones pero sigue «al firme». Cuando hay buen viento, recobra sus bríos, como el hincha. Igual que éste se moja cuando llueve y soporta estoica el sol de verano.

 No conozco a su dueño, pero me gusta imaginar que todos somos sus dueños. O mejor, que no es de nadie. No sé si va a la cancha, pero sé que está. Porque esa bandera, así como todas las banderas, somos nosotros.

 Los que sostenemos esta pasión, quienes vamos a copar nuevamente La Blanqueada, ocupando nuestros lugares, detrás de las banderas, que son, desde siempre, la vanguardia, lo primero que toma el hincha para ir a la cancha, lo primero que ven los jugadores al salir al campo. La bandera es nuestra tarjeta de presentación, con la que le decimos al mundo que somos “la más numerosa, fiel y seguidora”, ¡Pa´lo que guste mandar!

Lo nuestro es eso, estar al servicio. Lo venimos haciendo desde siempre y hoy vamos a renovar el compromiso. Con la misma pasión, o con más, si cabe. El viejo Nacional nos necesita, como necesitó de nuestros padres y abuelos, porque a través de los años, cada vez que el Padre del Fútbol Uruguayo lo necesitó, acudió a su familia, la enorme familia tricolor a la que arropó una vez con su poncho azul, con una diagonal blanca y letras rojas estampadas. Ese poncho “patrio” –de “padre”- que hoy semeja una bandera.

Cientos, miles de ponchos-bandera van a cubrir la noche en la Quinta de La Paraguaya. Vuelve la celebración, el compromiso, la comunión y la alegría. Sale Nacional a la cancha buscando trepar en el Clausura.

Ernesto Flores

decano.com