Un solo grito me guardo en la memoria. Ese, el grito, la reacción humana, el que lanzamos al viento que cedió al fin…

Gritos deliberados o gritos como reacción.

Escucho a los que protagonistas ahora en los varios informes que aparecen post partido, escucho a los analistas, a los que se ponen  detrás de un micrófono, a los que dirigen, a los que opinan  y analizan y reanalizan y entre las miles de opiniones me pregunto qué papel jugamos nosotros en esto.

También me pongo en la interrogante de escucharme a mí misma y decir si soy la indicada para apretar la cuerda  o para soltarla. Y no lo soy seguramente aunque  también y paradójicamente, soy parte. Me siento parte.

Me siento en nuestra casa. Así los alenté hace siete días, así los recibí, y pude haberles gritado deliberadamente algún rezongo, irme con la rabia a cuestas,  haber escrito en caliente, pero con la seguridad que desde donde esté los volveré a alentar. Como estoy ahora sentada acá en esta tribuna repitiendo el tiempo en otro espacio y reviviendo el minuto cero. El mil novecientos ochenta y ocho revive en los altoparlantes y me retrotrae en un tiempo y un espacio que parece mucho dicho en fechas pero que es muy poco en la memoria. En un partido en el que necesitábamos los tres puntos, hago fuerza desde mi espacio y mi tiempo en el asiento para que la pelota entre al arco contrario pero solo puedo soplar el viento para que ayude, con mi canto. Se pone bastante necio y no me ayuda, mientras levanto las manos en pedido de explicaciones sin respuesta.  Canto más fuerte a ver si en la próxima jugada sí me escucha.

El partido se va yendo en un torbellino apretujado y prefiero no mirar la hora. El resultado es impostergable y quizás el mejor regalo hubiera sido presentarlo con un envoltorio adornado con moña grande y con papel brillante, pero no  y apenas alcanzó con un paquete austero, con mucho trabajo y poco de resplandor, con un papel nada vistoso, sin moña y  con bastante de entrevero y algún chispazo escueto de fútbol por acá y por allá. Se buscó realzarlo un poco con los cambios y mejorar el aspecto de ese presente al que solamente resta darlo para que sea abierto.

En medio de la euforia, instantes antes del momento exacto, me abstraigo unos minutos y pienso que pasan los minutos, las horas, los partidos y los años y seguimos estando acá con la misma esperanza que cuando el obsequio está cerrado en nuestra manos y ansiamos que sea lo que estuvimos esperando.  Aunque a veces el moño grande nos engaña.

La embriaguez de lo necesariamente inmediato nos lleva a que nos extralimitemos con los gritos reaccionados o deliberados y  nos enfervoricemos de más y  nos pongamos en jueces implacables contra los mismos a los que antes o después idolatramos pero también es esto sin jactancia a sabiendas que en las malas estuvimos  siempre y queremos que estos colores estén eternamente arriba conociendo a ciencia cierta que nuestra recompensa es solamente y justamente la de seguir estando, por lo cual no somos un simple adorno, sino una parte significativa. No somos los teros que en la cancha se paran impávidos para después volar rápido ante los remolinos de piernas, somos el corazón que late rápido para ayudar a esas piernas, y por eso el grito de gol fue un grito de guerra, en esta comunión que nos incluye como juez y como parte.

Un solo grito me  guardo en la memoria. Ese, el grito, la reacción humana,  el que lanzamos al viento que cedió al fin y después de tanto empuje cuando abrimos el regalo, y  aunque éste no fue de los vistosos, aunque no tuvo moña y brillantina, lo que traía adentro era justo lo que precisábamos.

Cecilia810

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