Amado por la gente, resistido por una parte de la CD que lo quiso echar, el Muñeco tuvo que superar una severa crisis antes de dar la vuelta.

Amado por la gente, resistido por una parte de la CD que lo quiso echar, el Muñeco tuvo que superar una severa crisis antes de dar la vuelta y digerir la lección que hizo cambiar al vestuario. Olé te cuenta los detalles del inicio de la leyenda, hace nueve años, del DT que cambió la historia de River.

“La idea es darle al hincha algo que a lo largo de la historia lo ha reflejado todos estos años: jugar bien. Han pasado grandes jugadores y uno tiene el respeto de seguir una línea y tratar de plasmarla”. No, la frase de Marcelo Gallardo no corresponde al 6 de junio de 2014 cuando se sentó a dar su primera conferencia de prensa como técnico de River: fue el 4 de julio de 2011, el día en el que se presentó públicamente como nuevo entrenador de Nacional de Montevideo. Las palabras fueron casi las mismas a las pronunció tres años más tarde sentado al lado de Rodolfo D’Onofrio y Enzo Francescoli, y eso tenía sentido: por idiosincrasia, el Bolso es a Uruguay lo que River es a Argentina. Fue el comienzo de un viaje maravilloso que, insólitamente, después de todo lo que sucedió en la vida del Muñeco, a sus 44 años recién está empezando.

Hoy cuando se habla de Gallardo se habla de River. Se ven imágenes de los 11 títulos que ganó en el club de sus amores, una simbología que fue floreciendo con el paso de los días, los meses y los años. Pero para entender lo que fue y es el paso del técnico más ganador de la historia hay que remontarse necesariamente a aquellos días. Porque más allá de la formación académica en la Escuela de Técnicos de Vicente López, el paso por Nacional fue, y dicho por él a principios de este año, “un curso acelerado” de lo que le iba a suceder en el fútbol sentado en un banco de suplentes.

El viaje a los orígenes de la leyenda en la que ya se transformó Gallardo como deté empieza en Buenos Aires: hacía pocos días que MG se había retirado del fútbol campeón después de ganarle la final del torneo charrúa 2010-11 a Defensor Sporting y, ya en su casa, lo esperaban un par de años de introspección, de estudio, de viajes formativos y, principalmente, de disfrutar de su familia y de sus amigos. Hasta que recibió la visita de Daniel Enríquez, ex campeón del mundo con Nacional y por entonces gerente deportivo del club: la decisión de la directiva del Bolso había sido darle fin al ciclo de Juan Ramón Carrasco (que por entonces se postulaba públicamente para dirigir a River) y Enríquez, con el apoyo del presidente Ricardo Alarcón y de la mesa chica de la CD, pensó en Gallardo y fue a llevarle la propuesta a este lado del charco. Los principales candidatos ya no estaban disponibles: Gerardo Pelusso había firmado con Olimpia y Martín Lasarte arreglaba por esos días su llegada al Racing de Santander (otros nombres que aparecieron en carpeta fueron los de Pizzi, que elegía ir a Central, y Zubeldía, que agarraba el Barcelona de Ecuador). Y las miradas cayeron en MG, por entonces de 35 años.

El ofrecimiento lo tomó por sorpresa al Muñeco, pero hasta ahí: meses antes de que se retirara campeón y llevado en andas por todos sus compañeros de equipo (en lo que fue, en sus propias palabras, el día más feliz de su carrera como futbolista), Alex Saúl, presidente de la Comisión de Contrataciones de Nacional en esa época, ya le había dicho medio en chiste, medio en serio, que se fuera preparando para ser el DT del Bolso, según reveló hace algunos años en el libro Gallardo Monumental. Lo que veían en Gallardo los dirigentes que tomaban las decisiones deportivas era un tipo que se había ganado el cariño de la gente, de mucha capacidad pero también de una seriedad y una ascendencia con el plantel que los convencía, justo después de un ciclo como el de Carrasco que, más allá del título, no se había destacado especialmente por esas cualidades…

La cuestión es que Enríquez debió pelear para convencerlo, en una situación que no le era nueva: ya había tenido que hacerlo para evitar que se retirara del fútbol algunos meses antes, cuando el Muñeco se veía más afuera que adentro de las canchas ya abrumado por las lesiones, especialmente por la rotura del tendón rotuliano de la rodilla derecha que lo marginó de entrada durante casi medio año. Ahora el deseo original de MG era tomarse un respiro, disfrutar con cierta distancia de lo que había sido su carrera de jugador. Pero como hizo tres años después con los dirigentes de Newell’s antes de que entrara en su celular el llamado milagroso de Enzo Francescoli, en ese momento Gallardo pidió un par de días para meditar la respuesta final.

En ese lapso de tiempo, la dirigencia se reunió con el Lolo Eduardo Favaro, que también los había convencido pero que sabía que su destino dependía de lo que eligiera Gallardo, el plan A. MG consultó la decisión con su gente, habló individualmente con Matías Biscay, Hernán Buján y Pablo Rodríguez, su equipo de trabajo original, y a los pocos días viajó para Uruguay para tener un cónclave en el Hotel Radisson de Colonia. Allí dio el sí, después de una larga conversación a solas con Marcelo Tulbovitz, el preparador físico que Nacional le sugirió por entonces por el conocimiento que tenía del club y del fútbol uruguayo y que con el paso del tiempo se convertiría en un gran amigo del Muñeco, y hoy también en parte de su cuerpo técnico en River. Gallardo, que en un principio había pensado en Alejandro Kohan para ocupar ese lugar, terminó convencido de que el profe uruguayo era el indicado después de esa charla.

Su primera gran decisión acaso fuera la de darle la bienvenida a Álvaro Recoba: el Chino venía de un paso algo desabrido en Danubio, quería jugar en Nacional y a los directivos les cerraba por la política del club de incorporar a un tipo consagrado por temporada (con ese criterio, de hecho, habían ido a buscar a Gallardo en su momento). Pero tenía que aprobarlo el Muñeco. Y se resolvió en una reunión con Enríquez y Alarcón que hace algunos días recordó el propio Recoba: el 10 había preparado un discurso para explicar qué podía ofrecerle al equipo a esa altura de su carrera y cuando arrancó, MG lo interrumpió muy rápido: “Me respondió: ‘No me digas nada más porque yo vine de la misma manera’. Le dije cuatro o cinco palabras sobre mi manera de ser y no hizo falta más. ¿Viste cuando vos no conocés a las personas pero sabés que las conocés?”.

Cosas del destino, el debut oficial del Muñeco como entrenador sería contra el River Plate charrúa, en un 3-3 en el que el primer gol del Bolso lo hizo Tabaré Viudez y Nacional remontaba un 0-2 pero se le escapaban los tres puntos por el empate final. Sí, justo con River. Aunque eso no fue lo más premonitorio de sus inicios: antes, uno de los primeros amistosos de pretemporada de Gallardo al frente del equipo fue ni más ni menos que contra River, en un partido que muy pocos recordarán: fue, también, 3-3 en el Monumental frente al equipo que empezaba a dirigir Almeyda luego de la fatídica Promoción contra Belgrano. Cavenaghi por duplicado y Carlos Sánchez remontaron un 0-3 ante la mirada de un puñadito de socios que pudieron ver el partido y que ovacionaron a Gallardo.

Lo cierto es que el arranque del Muñeco, que todavía no era Napoleón, fue bastante tormentoso: había quedado eliminado de la Copa Sudamericana contra la U de Chile de Sampaoli en un partido de vuelta en el Parque Central el que no llegó a jugarse entero el segundo tiempo (cualquier parecido con otra serie copera que vendría unos años después es pura coincidencia, como tantas otras en esta etapa) por la agresión de un hincha a uno de los jueces de línea. Y para colmo, en el campeonato, donde Nacional debía hacerse más fuerte, encadenaba cuatro empates y apenas dos victorias, sin un juego que convenciera. Hasta que llegó el partido que marcó un antes y un después en el ciclo: la derrota 0-1 en el Centenario con Bella Vista, el peor equipo del torneo, que había perdido todo lo que había jugado hasta entonces.

“El que se cae y no se levanta es porque no quiere, y yo me quiero levantar”, cerraba abruptamente su rueda de prensa postpartido MG. El Muñeco tenía fuerzas para seguir. Pero la mayoría de la Comisión Directiva no opinaba lo mismo. “Daniel, echalo al porteño ése”, leyó en su celular Enríquez un SMS de parte de uno de los vicepresidentes del club en el entretiempo de esa caída. Y para parte de la prensa, el ciclo también estaba terminado. Enríquez fue quien salvó a Gallardo y a su cuerpo técnico en ese momento y no hizo caso al pedido de varios dirigentes. Pero también jugó fuerte puertas adentro y chocó con el deté: al segundo día de entrenamientos tras esa derrota durísima, fue al predio Los Céspedes decidido a pegar un par de gritos en el vestuario, algo que para el Muñeco era inaceptable: el día anterior, él ya había tenido una charla cruda con el plantel, al punto de decirles que habían jugado tan pero tan mal que si no los conociera porque venían de ser sus compañeros habría pensado que lo estaban tirando al bombo.

Para el manager no era suficiente: le explicó al técnico que su trabajo estaba en juego, que no se iba a meter nunca con el armado del equipo, pero que necesitaba decirles algunas cosas a los jugadores. Gallardo, caliente, no participó. Y cuenta la historia que antes de esa cagada a pedos del gerente deportivo al plantel Enríquez habló con los dos grandes referentes del equipo: Recoba y el Cacique Medina. Ambos le pidieron que cuando entrara al vestuario les pegara un sacudón fuerte a los futbolistas, pero que empezara justamente por ellos dos: la idea era que cuando los más pibes vieran que los líderes agachaban la cabeza ante los primeros reclamos no les quedara otra que hacer lo mismo cuando las puteadas (las que realmente quería dar el manager) fueran a ellos. Los dos capitanes bancaron fuerte a Gallardo en esa intimidad y ante el presidente Alarcón en una reunión posterior: ellos también fueron un sostén importante.

Con el paso de los días a Gallardo se le fue la calentura con el director deportivo por su intervención en el vestuario, pero no quedó en una posición de debilidad. Al contrario: se plantó cuando el propio Enríquez quiso traerle a un marcador central entre Joe Bizera, ex Peñarol, y Sergio Rodríguez. Los dos estaban libres y por eso aún podían incorporarlos en un contexto en el que el equipo no defendía nada bien. El Muñeco se negó rotundamente al punto de amenazar con renunciar si contrataban a cualquiera de los dos zagueros. De hecho, después le hizo saber al plantel de ese episodio para que vieran que confiaba en ellos.

Luego de esos días tormentosos, el plantel y el cuerpo técnico salieron fortalecidos. La mano cambió y el Nacional de Gallardo no paró de ganar y de descontarle puntos a Peñarol, que estaba por encima, hasta que a tres fechas del final le ganó el clásico sobre la hora con el penal del Chino Recoba, lo pasó en la tabla y se encaminó al título del Apertura, que un tiempo después refrendaría en la definición de mediados de 2012. En ese segundo semestre, la deuda volvía a estar en el plano internacional (justo su gran especialidad en River), quedando afuera en fase de grupos de la Copa Libertadores, pero en Uruguay volvería a ganarle al rival de siempre 3 a 2 (el primer gol del Carbonero esa tarde lo hizo un tal Rodrigo Mora) con otra aparición final de Recoba con un tiro libre inolvidable. El Clausura se lo llevó Defensor Sporting, contra el que Nacional jugaría aquella final de campeones 2011-12 (en realidad, era la semifinal: el ganador debía enfrentar al equipo con más puntos en la temporada, pero como ese club ya era el Bolso, ganando la semi se quedaba con el título). Esa definición fue 1-0 con golazo de Recoba y marcaría el final del ciclo del Muñeco en Montevideo. No habría forma de convencerlo de que que siguiera: como hacía un año, necesitaba de ese prometido descanso para estar con su familia y seguir formándose para ser lo que es hoy.

«De esa etapa yo destaco su personalidad, su exigencia y su manejo de grupo».

Israel Damonte

Aunque esa temporada dejó los cimientos. Fueron estudios prácticos intensivos, varios años en uno, en los que el Muñeco se destacó por el manejo del grupo con la complejidad que implicaba pasar de ser compañero a deté. Empezando por los referentes: rápidamente entendieron que no tenían el puesto ganado y que no hacía distinciones por nombre. En algún pasaje lo notó algo molesto a Recoba y le preguntó qué le pasaba: el Chino le dijo que le gustaría jugar un poco más de tiempo por partido. Gallardo le respondió que iría desde el arranque al siguiente encuentro, lo puso y se desgarró en el primer tiempo. Ahí entendió de manera empírica por qué lo metía en lapsos de 20 ó 30 minutos: era lo mejor para él y para el equipo. Al Cacique Medina le dijo de entrada que se iba a tener que ganar el lugar, salvo por un partido: con Peñarol. El delantero tenía un récord especial en clásicos y Gallardo sabía que lo necesitaría sí o sí para ese momento. Unas semanas antes, Medina se había lesionado y MG le hizo un pedido especial: que no apurara la recuperación porque lo quería 100% para ese partido. Dicho y hecho: lo puso en el derby y cumplió con lo que le dijo desde un principio. Son sólo ejemplos de la cantidad de gestos que definieron su relación con el plantel. Sin licencias para nadie, sabiendo manejar a los capitanes, como hizo luego con Ponzio, Maidana, Pinola. Con un mensaje claro. Con mucha tranquilidad para reflexionar en los momentos más turbulentos. Ya estaba listo para convertirse en la leyenda que es hoy.

“¿Vas a dirigir a River?”, le preguntaba el inolvidable Topo López el 06/08/11, en la previa a aquel amistoso secreto en el Monumental contra el equipo de Almeyda. “No sé qué puede pasar el día de mañana. Pero me identifico demasiado con River. Algún día me gustaría, no te voy a mentir, sería espectacular, pero no quiero adelantarme a nada. Es muy posible que algún día, en un futuro, me encuentre ligado a River. Me siento parte”. El futuro llegó hace rato.

Dirigió 39 partidos oficiales en Nacional. Ganó 23, empató siete y perdió nueve: 65% de efectividad.

Sus números en el Bolso.

Ariel Cristófaro
ole.com.ar

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