Difícil centrarse en analizar un partido en el que no le sacaron roja a Rodríguez por un codazo, hubo dos penales no cobrados, y un gol convertido ilícitamente. Así es muy difícil.

Sin análisis. Hoy la verdad es que se podría hablar del planteamiento táctico, de si Jorge Giordano acertó en los jugadores en cancha, de si los jugadores jugaron bien o mal. Pero todo eso queda de lado cuando un juez llamado Pablo Giménez decidió que Peñarol iba a ganar el partido como sea. En la primera jugada y a pocos segundos de haber comenzado el partido Urretavizcaya comete una infracción que al menos merecía amarilla. No fue nada. Ahí ya nos dimos cuenta cómo venía la cosa. Por el contrario todas las faltas nuestras eran amarillas. El equipo no jugó bien la primera mitad y recibió dos goles por errores, pero logró descontar en el final de la primera mitad y se fue al descanso con chances de empatarlo. 

Empate y robo. Y así fue. A 10 segundos de iniciado y tras una magistral jugada del Chory Castro se empató. Y parecía que seguía de largo. Pero apareció el jugador número 12. No, no fue la hinchada. Fue el ladrón de Pablo Giménez. La primera alevosa fue una falta de Cristian Rodríguez que mete un codazo para expulsión sobre Joaquín Trasante y no solo no sacó nada, sino que cobró falta a favor para él. Insólito. Luego vinieron dos jugadas de mano en el área. Una puede ser dudosa y, quizás y siendo sinceros, no sea cobrable. Pero la otra es una mano extendida que frena una pelota que tenía destino de red. Otra vez insólito. Siga siga. “Pega”, dijo el juez. Luego, la jugada del penalcito en la cual no dudó ni un segundo. Claro era a favor del local. Y la perlita para terminar de robarnos. Nahuelpan convierte un gol en el rebote, cuando está casi al lado del ejecutante cuando patea. Nadie dijo nada. 

Así es muy difícil. Es muy difícil jugar así cuando todos los partidos estás expuesto a los malos arbitrajes y muy tendenciosos. La que nos queda es que para las finales hay VAR, y que además lo manejen imparcialmente porque ya vimos que no es garantía de nada. Pero al menos estas cosas alevosas son más visibles. A esta altura es lo que les queda. Festejar ganar un partido por las tortas fritas, con un robo descarado y terminar llorando como si fuera la final de la Libertadores. Cada día están más chiquititos. 

¡Hoy más que nunca, Nacional para todo el mundo la puta madre que lo parió, carajo!

Diego Ávalo
 

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