En la antigua Roma, las victorias de sus generales en las afueras del Imperio eran motivo de grandes celebraciones en su regreso a la capital.

Según la ocasión, el Senado las calificaba de “ovación”, reservando el término “triunfo” únicamente para aquellas conquistas memorables, que perduraran en los siglos, como fueran la campaña de Julio César en las Galias o la de Escipión “el Africano”, cuando concluyera la segunda guerra púnica, derrotando al propio Aníbal.

Aquella terminología sigue presente hasta hoy. Y bajo tales consignas vale más que nunca reconocer a nuestro actual General. De bajo perfil, de la casa, serio, humilde, de trabajo, práctico, sin ínfulas ni grandilocuencias. Su planteo mañató tácticamente al adversario, con eficacia absoluta, conformando un equipo que literalmente aplanó al rival en todos los aspectos del juego.

Con siete jugadores formados en el club (contando a Vecino) enfrentó un clásico difícil, donde la victoria podía implicar ni más ni menos el liderazgo en la tabla anual, después de tomar al equipo 12 puntos debajo. Para ello confió como pocos en un antiguo jugador que hasta hoy, no había podido incidir lo esperado. Ameritó críticas tal decisión. No dudó. Y el premio a la confianza finalmente llegó: dos goles inolvidables. Así, Castro sentenció un encuentro que permanecerá por años en el recuerdo de toda la falange tricolor. Secundado por un mediocampo que mordió, marcó, anticipó, y a través del cual nuestro entrenador redujo al adversario a una mínima expresión futbolística: el dominio fue total.

Durante el trámite se padeció la baja del capitán y goleador del equipo. Sin hesitaciones se convocó a la cantera, y le dio el gusto a la hinchada. Entró su pollo, su designio, el preferido, quien respondió con clase y categoría, como si tuviera mil batallas encima. O quizás más.

Reconocimiento aparte para la parcialidad, que acompañó de forma asombrosa, completando las tribunas asignadas. Un respaldo importante que los jugadores sintieron y supieron destacar al final de la gesta.

En una semana difícil para la familia bolsilluda, por la pérdida de quien fuera la hija de, probablemente, y sin probablemente, el presidente más relevante en la historia del club, hoy el pueblo tricolor celebra a lo largo y ancho del país, en un día de vigilia, una victoria de época.

Es que no fue un día más. Las palabras de Catón, de los Graco o hasta del propio Cicerón se hubieran hecho sentir en el mármol del Senado y hasta la pluma de Plutarco le dedicaría especial atención. Es que lo de hoy fue un triunfo con todas las letras. De aquellos que no se olvidan. Que se rememoran. Que se recuerdan. Que perduran. Que hacen a la gloria del club.

Sonríe a lo lejos. Con sus lentes grandes y anticuados. Sereno. Hoy está feliz. Su trabajo quedó a la vista. La faena fue perfecta. La hinchada celebra, el pueblo tricolor se regocija, y la historia, con su prepotencia habitual, inclina su cabeza en señal de reverencia. Es que poco a poco este señor empieza a exigirle un lugar y ella, reservada como es, lo mira con recelo. Pero lo mira…

Toto Montañes

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