Allá en lo alto, una bandera al viento.

Es lo primero que veo cuando voy llegando al Parque  y, desde la calle Lucas Piriz, la diviso por encima de todo. La miro, veo como que me mira y entonces escucho que me dice: “Dale! ya se que vos no estás muy confiada hoy,  ya se que te parece que un golcito allá es poco y que estos partidos siempre se pueden complicar, pero dale, entrá.”

Entonces apuro el paso y una vez adentro la vuelvo a mirar. Se asoma sobre las cabezas y, quizás nadie la note, pero para mi y ahora, es mi referencia. En su flamear la veo  al rato soltando globos blancos y danzando al son de canciones en la enorme pared tricolor a mi derecha, mientras los jugadores salen a la cancha. Está feliz de estar allá en lo alto de la tribuna, esa que arrancó como un talud y ahora se eleva al cielo casi tocando las manos de Abdón.

Me dice “dale, ya se que vos pensás que no es la mejor formación la de hoy, ya sé que tenés más dudas que certezas, pero yo estoy acá y me voy a encargar de todo.”

La miro desconfiada y me apronto a vivir noventa minutos que pueden ser muy largos o muy cortos en un partido al que procuré sacar de mi cabeza durante todo el día pero que ahora está ahí, frente a mí.

Cuando a los diez minutos se viene primer gol todo el mundo se para y festeja y yo volteo hacia ella. Entonces me sonríe y me dice que ”recién empezamos.” Arqueo las cejas y pienso que debo estar loca hablando con una bandera allá en lo alto, pero no me importa.

En el entretiempo nos evadimos mutuamente, quiero que lo sepan.

Comienza el segundo y de reojo le pego una vichada y sigue flameando como si nada. No le afecta la ansiedad de lo que vendrá. Entonces de repente se sacude y el juego vuelve a comenzar. No pasan ni diez minutos y hay un pelotazo al área; se paran los de adelante, ¿miro la pelota o la miro a ella? Corrida, gooool, el segundo. Y ella que bailotea y ahora ni se percata de mi.

El juego sigue, los minutos son ahora en cámara lenta y la vuelvo a mirar para que le mande un globo blanco al director técnico y que este lleve un mensaje porque a mi me parece que estaría bueno hacer un cambio. Pero no me da ni corte. Entonces me la banco y espero, sufriendo. Al final llegan los cambios que, en mi humilde entender no cambiaron mucho, pero ta, capaz yo no soy de confiar porque estoy hablando con una bandera.

Trato de distraerme y la voy relojeando así de paso los segundos perezosos avanzan. Está ahí, flamea y con cada vuelta del reloj ella parece más grande y yo mas chiquita.

Me alegro por no saber cuanto falta porque me pone más nerviosa, pero no hay como pensar eso para que atrás alguien le diga al otro “faltan 5”. Pfff… Son los descuentos, hay un tiro de ellos que sale desviado, la tribuna empieza a alentar con más fuerza,  pero cada pelota perdida es un mazazo.

Ahora falta un minuto en mi reloj mental, la pelota se va hacia mi izquierda sobre el ángulo de la Scarone y la Delgado. No llego a ver porque todos se paran. Veo correr al juez y no quiero saber. Entre las siluetas lo veo volver, entonces alguien levanta los brazos , el rugido se hace enorme y como un resorte me paro y la vuelvo a mirar, y entonces, si, ahora me está mirando fijo: “¡¡¡Te dije que yo arreglaba todo !!!”  me grita en medio del atronador canto. Asiento con la cabeza y en medio del suspiro de alivio y la alegría, la observo una vez más mientras me voy. Tan campante y orgullosa mientras yo estoy pa’ tirar. Bueno, no es para menos. Yo, cargo con la poca fe, que en definitiva, es cosa de humanos.

Ella es la bandera del Club Nacional de Football.

Cecilia810

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