Coco el del camión, sigue emocionado desde le domingo pasado. La peregrinación de los tricolores a Jardines es el tema central de su nueva columna.

Estoy emocionado, compañeros. Sigo en ese estado desde el domingo. Aún me eriza la imagen de los bolsos que fuimos a Jardines, de ese auténtico convoy de soldados tricolores dispuestos a pagar los precios más ridículos, a soportar los peores vejámenes de la policía y el local y a dejar todo y aún más por la camiseta de Nacional. Yo, que me había quedado sin entrada para integrar la legión de compatriotas que asistió al seudo estadio que queda al lado del ex tren fantasma y se llama Franzini, esta vez acampé en la puerta del Abitab y conseguí mi ingreso a la cancha de Danubio. El maravilloso Emirates Stadium del Hipódromo, con comodidades propias de la Liga Inglesa, una auténtica joya arquitectónica, de amplios accesos, confortables instalaciones, red lumínica de última generación, baños con jacuzzi, césped que envidia Europa y una palmera en una tribuna.

Hombres, ancianos, mujeres, niños y hasta un perro que amamos los colores de este club nos ubicamos en la cabecera que da al sur (qué forma tan poética de decirlo, eh) y apreciamos a un equipo que estuvo dormido en el primer tiempo y que se despertó en el segundo pero no le alcanzó para dar vuelta el resultado adverso (qué cassette metí acá!!). Nos fuimos con un sabor Peñar*l (esto es: amargo) pero créanme que el score final debe ser nada más que una anécdota. En serio. En los ojos de los 599 valientes con los que compartí el honor de representar a la mitad más muchos de la afición futbolera del país vi la solución al “mal momento” en que nos encontramos. En esos mismos ojos también vi rastros de consumo de drogas blandas y duras, pero bueno, no viene al caso, yo no soy ningún buchón. Decía que LA ESPERANZA ESTÁ EN NOSOTROS. Sí. Así como me leen. Vi apoyo al equipo. Vi confianza en el cuerpo técnico. Vi a un pueblo que va, va, y va. No le importa nada. Está. Sigue. Alienta. Tiene fe. Y la fe, como ya sabemos, mueve montañas. Y como en Uruguay no hay montañas, la fe hace otra cosas. Cosas aún más fuertes. Que Ignacio González vuelva a jugar, por ejemplo. Eso solo lo pudo conseguir la fe de la hinchada de Nacional. Tras 79.014 meses de inactividad, el otro día jugó diez minutos seguidos. Créanme que esto es un auténtico milagro. La última vez que había pisado una cancha, terminó con arresto domiciliario por repartir bifes en un clásico de verano. Esperemos que esta vez tenga mejor suerte. La fe de la hinchada de Nacional también consiguió que el Fuci vuelva a entrenar. Tras ocho millones novecientos mil cincuenta y cuatro estudios, tres temporadas de House of Cards, dos cambios de horario de verano y uno de Presidente, Jorgito está a la orden. Y lo bien que nos viene. Porque es un crá.

Qué quiero decir con esto? Ni yo lo sé. Dios obra de maneras misteriosas y me cuesta interpretarlo. Pero lo que sí sé es que la Historia demuestra que la única forma de triunfar es estar juntos. En otras palabras: TODOS UNIDOS VENCEREMOS. Insisto en algo que escribí la columna pasada. Basta de conventillear. Basta de hacerle el juego a los que nos quieren desestabilizar. Los balances se hacen al final del campeonato y para eso todavía faltan dos meses. Ahora no es tiempo de criticar: ahora es tiempo de BANCAR. Y de eso los hinchas de Nacional sabemos los kilos, muchacho. Los-ki-los. Vamo el Guti, vamo los jugadores, vamo las bandaaaaas, rajeeeen del cieloooo, vamooos las bandaaaaas, vamo Nacional carajo, aguante Nacional, Los Redondos, mi barrio, el vino, la falopa y mi vieja, siendo que de esto último solo es válido Nacional, Los Redondos, mi barrio y mi vieja, porque puede haber niños leyendo y no los quiero incitar al consumo de vino y falopa. Gran abrazo. Tan grande como Nacional. Los quiero.

Coco el del camión

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