Por Manoel Castanho
9 Nov 2021
Remontada
Clásica
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El árbitro autoriza. Recoba va. ¡Golazo! ¡Nacional nomá! El grito de gol fue tan fuerte que asustamos a mi hijo pequeño. Y la alegría, tan grande, que hasta hoy nunca se terminó.

Éste no es apenas un triunfo clásico. Aquella tarde perdíamos contra un equipo que casi no llegaba a nuestro arco y que había anotado su gol mediante un tiro penal. Y para aumentar la rabia, el principal jugador rival, al ser sustituido a los 20 minutos del segundo tiempo, paró aún dentro del campo, alzó los brazos, apuntó hacia el número de su camiseta, recibió el aplauso de su parcialidad – y cuando los nuestros protestaban por la pérdida de tiempo, él recibió también el abrazo de un zaguero recio de su propio equipo. Irónicamente, el zaguero saldría expulsado unos minutos después tras una dura falta.

El reloj ya marcaba 45 minutos del segundo tiempo, Nacional aún perdiendo, y jugábamos 10 contra 10 – el árbitro aplicó la “ley de compensación” y expulsó injustamente al Colo Romero. Entonces vino el tiro de esquina por izquierda que cambió el partido. Incluso el arquero fue al área para intentar algo. El centro fue desviado por Arismendi y llegó a Sebastián Fernández, quien tiró al arco como pudo. La pelota rebotó en el arquero y otra vez en Fernández (en el brazo, más precisamente, pero solo lo vimos después del partido) y cruzó despacito la línea. Tras el grito de gol y el correspondiente abrazo, mi amigo Mauricio y yo concordábamos que sería tremendamente injusto perder el partido de la manera como perdíamos.

Pero lo mejor estaba por venir. Tras un pase largo, el zaguero rival comete falta sobre Taborda. Pero no un zaguero cualquiera. Era uno que ya había vestido el manto sagrado y, al firmar con los rivales, dijo que por acá nadie lo había querido, despertando la furia de la hinchada (no que sea necesario, pero aclaro: hinchada, la del “hincha”, es solo la de Nacional). Silencio en el estadio. Recoba pone la pelota en su sitio. El pie izquierdo que ya nos había dado otras alegrías clásicas ahora cobraría un tiro libre. Ya lo había hecho dos veces durante el partido – y fiel a su estilo, uno de ellos fue con fuerza en la barrera (sí, Recoba lo hacía para imponer miedo). “Ésta posición es para él”, dije esta vez. El árbitro pide que espere. El Rafa atomiza el arquero. Minuto 49 completo. El árbitro autoriza. Recoba va. ¡Golazo! ¡Nacional nomá! El grito de gol fue tan fuerte que asustamos a mi hijo pequeño. Y la alegría, tan grande, que hasta hoy nunca se terminó.

En mi última visita a Uruguay (hace ya largos cinco años, necesito volver), pude abrazar al entrenador que nos proporcionó esta alegría. Y aún no sé cuando va a ser, pero algún día quiero dar al autor del gol una camiseta con esta foto estampada, la pelota entrando en el arco, el arquero estirándose sin conseguir alcanzarla. ¡Gracias infinitas!

Manoel Castanho




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