Como socio viví muchas experiencias con Nacional, pero hay una que no se me borrará jamás.
Mi nombre es Enzo Moreira, socio #152678 y resido en Mercedes, Soriano. Con estas palabras quiero hacer llegar una historia vivida, un recuerdo eterno, un día destinado a la gloria.
Vengo de una familia futbolera, enferma por Nacional. Una familia humilde, que ha ido adaptándose y creciendo gracias al esfuerzo de mis viejos, y por ende, las posibilidades de ir a ver a Nacional han sido nulas para mi viejo. Con diecisiete años he tenido el privilegio de vivir muchos partidos de Nacional en el Gran Parque Central y a eso refiere esta historia.
Mi viejo no tuvo ninguna posibilidad de ver a Nacional en su adolescencia y ya de adulto vivió un único partido en carne propia: el clásico del 9 de noviembre de 2014. Casi nada, ¿no? Pero aún no conocía el Gran Parque Central.
Era setiembre de 2018 y se acercaba la vuelta de la Copa Sudamericana frente a San Lorenzo, -tras el mal resultado de la ida parecía que había pocas esperanzas de pasar a la siguiente fase- pero con mi hermano Mario decidimos ir a apoyar al escudo, a los jugadores, fuera cual fuera el resultado.
Y ahí empezó la “manija” de ir: “que sacamos los pasajes”, “que vamos en auto con un amigo”, “que no vamos”, muchas idas y vueltas para concretar porque es tremendo el esfuerzo que se hace para ir a ver a Nacional viviendo a 300 kms de distancia -o más o menos-, siempre ir a ver a Nacional desde el interior es un gran esfuerzo.
Comenzamos a calcular gastos como de costumbre, en pasajes cada uno gastaba $1400 (ida y vuelta), pero un amigo suyo finalmente confirmó que íbamos en su auto. Faltaba pedir el día libre en el trabajo, lograr un adelanto para esa fecha (era fin de mes) y calcular las horas de viaje de la vuelta para llegar con suerte a la hora de entrada del trabajo a tiempo.
Se acercaba el partido y tres días antes me llama mi hermano y me dice: “Llevamos a Moreira, te doy cincuenta pesos, vos poné el resto y pagale la entrada y sacá de su billetera la cédula y el carnet de socio cuanto antes”. Mi viejo es mecánico en Pamer y además hace trabajos extras en casas de herrería: soldador, mecánica, lo que sea en ese ámbito de fierros; y allí estaba, nos acercamos a él, le mostramos la entrada y le dije: “Te vas con nosotros, vas a conocer el Parque”. Sonrió y nos agradeció el gesto pero nos dijo que no podía porque era un miércoles. Claro, el laburo.
Al día siguiente, nos sentamos a comer y empezamos a charlar. Había pedido el día libre en el laburo y empezó a consultar en qué íbamos, cuando volvíamos, gastos y demás. Le dijimos que pagaríamos todo con mi hermano, lo que sea por llevarlo a conocer el Primer Estadio Mundialista.
Ese día nos juntamos todos en casa para salir hacia la capital, había que partir temprano porque teníamos cuatro horas de viaje. No se imaginan la cantidad de alcohol que se compró y se bebió en esa ida (el chofer claro que no) con toda la manija y la adrenalina que conllevaba el partido. Al llegar, dejamos el auto y caminamos hacia el Parque, conociendo todos ellos el entorno, porque además ellos (Sebastián y mi cuñado, Rafael) tampoco conocían el Parque ni habían ido a ver un partido de Nacional, sólo mi hermano y yo y mi viejo aquel clásico histórico en el Centenario.
Entramos al Parque dos horas antes del partido, se inauguraba la segunda bandeja de la tribuna Abdón Porte así que ahí fuimos y, como era de esperarse, ya estaba toda la tribuna colmada. La sensación de vivirlo era fabuloso y mi viejo estaba encantado.
Comienza el partido, la adrenalina fluye, mi viejo alienta, salta, se mueve, se ríe, se enoja y putea. Con mi hermano nos tocábamos entre nosotros y nos hacíamos señas para mirarlo, parecía un gurí chico con juguete nuevo.
Minuto 11: centro, cabezazo, palo, pecho y GOOOOL, nos abrazamos entre propios y extraños, entre lágrimas abrazo a mi viejo y mi hermano y cierro los ojos, me inclino al cielo y digo “Es hoy, dame esta alegría, es hoy”.
Minuto 55, bochazo del Colo Romero que deja solo a Bergessio y pica hacia el área, remate cruzado y golazo. Se repite el festejo y más que nunca la tribuna Abdón Porte latía, se movía, empujaba.
El juez pita el final del partido, todos entre lágrimas abrazándonos y festejando, una euforia tremenda.
Comienza a salir la gente, pero nosotros decidimos esperar a que salgan todos y salir tranquilos luego y en ese momento se me ocurrió inmortalizar esa noche, en la que mi viejo conocía el Primer Estadio Mundialista en ese triunfo agónico, con esa inmensa alegría de haber recorrido 300 kms para ir a ver a Nacional, tras cuatro horas de viaje que valían siempre la pena y todo el sacrificio que se hace para poder estar ahí. Porque es más que fútbol, es más que una camiseta; Nacional es mi religión, de la cuna hasta la muerte, como me lo inculcó mi viejo, y a mi viejo su abuelo y así generaciones y generaciones que honrarán por siempre esta inmensa historia.
Enzo Moreira
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