Por Recibimos y publicamos
20 Dic 2020
opinión

La grandeza de nuestra institución, lo que significó la eliminación de la Copa, y en qué puede contribuir eso al crecimiento institucional, analizados en esta nota.

Estoy completamente convencido de que la grandeza de una institución no está dada por una victoria o una derrota; la grandeza de las instituciones se define por lo que hacen con eso. Perder es una coyuntura, una anécdota. Una expulsión, un penal, un offside milimétrico que a veces te da y a veces te quita. Un par de malas decisiones te pueden llevar a una mala campaña, también. La historia recuerda a los que ganan, sí, pero entre ganar y perder a veces existen mínimos detalles. Y para ganar hay que estar, estar y estar, porque por más que nos duela, siempre es mejor perder a no participar.

El verdadero error consiste en creer que lo del jueves es intolerable, consiste en pensar que hay que barrer y empezar todo de cero. Errores cíclicos de nuestro fútbol, un fútbol nostálgico que cree en supersticiones. Recuerda anécdotas de planteles campeones sin preparación, finales clásicas jugadas con nueve o remontadas insólitas. Nos cuesta creer que lo bueno lleva tiempo, y nos cuesta creer que no todos los partidos se pueden dar vuelta en cinco minutos. Solo a veces, mágicamente, sucede.

Nacional hace mucho que no gana la copa, pero tiene una presencia ininterrumpida de veinte años, y la regla es estar entre los dieciséis mejores. Aunque nos parezca poco o nada, es la posición natural de un equipo con un presupuesto como el nuestro y un trabajo correcto. Si hacés las cosas mal, la regla es quedar afuera en fase de grupos, o directamente no clasificar. Si hacemos las cosas bien o muy bien, pasaremos de estar entre los dieciséis mejores a estar frecuentemente entre los ocho, entre los cuatro y, a fuerza de estar ahí, nos tocará ganar la Copa alguna vez. Como somos Nacional, creo que podemos estar por encima del pronóstico lineal de planteles y presupuestos. Pero eso demanda un esfuerzo enorme.

En esta llave jugaron Alfonso Trezza, Joaquín Trasante, Emiliano Martínez, Mathías Laborda, Renzo Orihuela, Gabriel Neves. También jugaron Agustín Oliveros y Pablo García, que sin ser formados en Nacional son jóvenes y patrimonio del club. Entró Santiago Cartagena, y Thiago Vecino se lo perdió por lesión. Creer que no estuvieron a la altura es una crueldad. Esos gurises tienen a Nacional en la cima de la anual, con la mitad del presupuesto de nuestro rival de siempre. También nos trajeron a estar entre los ocho mejores de América. Y todo eso, con apenas un puñado de partidos en primera división y cobrando cinco veces menos de lo que ganan los consagrados de nuestro fútbol.

Por eso, el verdadero partido comienza a jugarse hoy, con la goleada recién consumada. Se gana distinguiendo lo que se hace bien de lo que se hace mal, evaluando lo que nunca va a funcionar y separando lo que necesita tiempo y maduración. No vale elogiar a Marcelo Gallardo, o a Jürgen Klopp, que estuvieron años al frente de un proyecto deportivo, y a su vez pedirles a nuestros dirigentes que cambien técnicos y jugadores cada tres meses. Gallardo bancó a Nicolás De la Cruz durante dos años; no le podemos pedir a Trezza que rinda al cien cuando tiene una docena de partidos en primera.

La grandeza de Nacional es tal, está tan cargada su camiseta, que corremos permanentemente el riesgo de creer que nada alcanza. Nuestro rol de hinchas nos exige sufrir los partidos perdidos porque somos Nacional, sí; pero también nos exige evitar la crítica llana e injusta a todos los dirigentes, funcionarios y jugadores del club por igual. Nos exige usar nuestro derecho a expresarnos con responsabilidad, porque las decisiones del club también están influidas por nuestros estados de ánimo, y soltar críticas al viento tiene consecuencias. Esta mala semana nos exige más que nunca estar a la altura de Nacional, eso que nos define.

Juan Manuel Bertón es sociólogo y escritor.
Socio Nº 73.217




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