Por Atilio Parrillo
3 Abr 2020
relato
LaPeste
AlbertCamus

Ahí está. A tu derecha, o a tu izquierda. Se mete en ti, ¿no te das cuenta?

Los curiosos acontecimientos que constituyen el tema de esta crónica se produjeron en el año 1947 en Oran. Para la generalidad resultaron enteramente fuera de lugar y un poco aparte de lo cotidiano. A primera vista, Oran es, en efecto, una ciudad como cualquier otra; una prefectura francesa en la costa argelina y nada más.

“Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas, y ese espectáculo suele ser horroroso”, decía Camus.

Nada hacía pensar cuando se imaginó el Editorial, desde el hospital Salpêtrièrede Charcot, que el pasado marzo estaría teñido y que emanaría el hedor del coronavirus, aunque curiosamente para esta construcción que pretende el lenguaje para con marzo, fue el 25 de febrero cuando el legendario Hospital en el que Freud describiera genialmente la Histeria, tuvo su primer paciente portador del virus que falleciera.

Hedor semejante al de Luis XVI, de quién se dijo: “Criatura de las tinieblas, caminando en la soledad, has pecado en tu vida”.

Hedor semejante a la de la monarquía, emparentada con el virus por la corona, que no es una mera partícula prepositiva que antecede a virus.

¿Cuáles adjetivos más horribles que los que podrían acompañar a hedor corresponderían para describir el genocidio congoleño por parte de la corona belga en manos (o en la pestilente cabeza) de Leopoldo II entre 1885 y 1908?

¿O acaso las atrocidades cometidas por el régimen fascista y la derrota de Italia en la segunda guerra mundial no tuvieron que ver con la monarquía de Víctor Manuel III o su hijo Humberto II?

¿Qué, acaso, puede decirse de los Borbones que apoyaron o callaron los asesinatos del régimen franquista?

¿Acaso no se ajusta acompañar las reflexiones de Fátima Isabel Olvera Salas sobre la peste a lo que acontece con el coronavirus?

Por aquí. Por allá. Escurridiza, camina la peste. Nunca muere. Está contigo y conmigo. Nadie está a salvo. Cruza los puentes por donde caminas; se sienta en el coche, a tu lado. Dondequiera. Peste. A cualquier hora. En misa, en un concierto, en una orgía, en un salón de clases, en un plato de comida. En el soplo de las palabras, en el del viento. En las manos que acarician, en las que golpean. En la puerta que tocas. Está en el río en que te bañas. No desaparece, espera silenciosa. Existe. La crees lejana, pero te acompaña. Es fiel. Vela tu sueño, seca tu sudor, enjuaga tus lágrimas. Ahí está. A tu lado. Mírala, contémplala. Estás tan acostumbrado a ella, que no la ves. Siéntela, vívela. Disfrútala, súfrela. Ahí está. A tu derecha, o a tu izquierda. Se mete en ti, ¿no te das cuenta?

Peste, hedor, corona… virus, coronavirus.

¿Deberemos, los mortales, cuál el Apocalipsis esperar que le sea transmitida la Revelación a Juan o el 7 de abril será la llegada de la claridad con el Día Mundial de la Salud, que nos aleje de ese hilo pestilente?

Atilio Parrillo
“La Peste” Foto: Instagram @albertcamusofficial




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