Por Cecilia Ocretich
4 Ago 2019
opinión

Desde 1989 a la fecha sólo tres países no obtuvieron título alguno en competencias internacionales oficiales de CONMEBOL a nivel de clubes: Bolivia y Venezuela -que nunca lo hicieron- y Uruguay.

Antes de la serie con Inter, conversando con un compañero del sitio -y sin tener presente en ese momento ese dato tan contundente- le comenté: el motivo por el cual los hinchas de Oriente Petrolero no deben comenzar cada temporada creyendo que deben pelear una Copa y nosotros sí -probablemente ya no “todos nosotros” pero sí muchos hinchas  y lo que refleja el discurso de gran parte del periodismo deportivo- es simplemente que alguna vez las ganamos. Pero las ganábamos y las peleábamos en otro contexto económico global y en otro contexto futbolístico global. Y seguir creyendo que podemos volver a ganarlas sólo por eso, cuando las condiciones cambiaron tanto, es como creer que la resaca es igual a los veinte que a los cuarenta.

Treinta años pasaron de la última conquista, que en realidad ya serán al menos treinta y uno porque no quedan equipos uruguayos en competencia por lo que resta de esta temporada -ni en la Libertadores ni en la Sudamericana- y tras cada eliminación las respuestas en general se buscan en el rendimiento de un jugador puntual en un partido puntual o del equipo en su conjunto en el partido que determina la eliminación. Pero los nombres pasan y siempre parece ser que aquel que quedó en el banco podría haber sido el salvador y que se estuvo cerca, que faltó suerte, que si esa pelota hubiera entrado. 

Treinta años parece demasiado tiempo como para que el análisis sea tan simple y la realidad es que los motivos por los cuales la gloria internacional sigue pasando lejos son muchísimos e inabarcables: la falta de poderío económico -en Sudamérica, sólo Bolivia tiene salarios promedio más bajos en el fútbol profesional-, el bajísimo nivel de la competencia interna, la capacidad técnica de los jugadores y una arista que quizás es la más optimista, por ser la más pasible de ser modificada, la planificación. 

Cuando el fútbol uruguayo se codeaba con la gloria internacional, contaba en los planteles de sus principales cuadros con jugadores de la selección y de la selección argentina, chilena, peruana, ecuatoriana, etc. Eso hoy no sólo es lejano sino que es utópico. 

¿La competencia interna sería mejor si fuera “federal”? ¿Si cada departamento tuviera un representante y se abarcara una mayor parte de un mercado ya muy chico y atomizado? Es posible, pero también incomprobable y, otra vez, casi utópico.

La planificación refiere tanto a la organización de la competencia interna como a la planificación estratégica de cada club: a intentar achicar las enormes distancias con otros países apostando a un proyecto a largo plazo, creyendo en un cuerpo técnico y en un grupo de jugadores -que bien pueden ser juveniles sustentados por una columna vertebral de jugadores con mayor experiencia que realmente hagan la diferencia- que puedan mantenerse durante al menos un par de años más allá de resultados puntuales. 

El proceso de la Selección ha demostrado que la planificación y el orden achican considerablemente esas distancias, que se puede ser competitivo. Y entre ser competitivo y levantar efectivamente una Copa seguirá habiendo un abismo, pero si hay un deporte en el que existe algo así como “el milagro posible” ese es el fútbol. El problema es que con los milagros sucede lo mismo que con la suerte, hay que acompañarlos.

Cecilia Ocretich




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