Por Diego Ávalo
3 Mar 2018
Cuento

Lo hicimos a pulmón. Todos aportamos algo. Un peso por acá, un material por allá, con mucho laburo.

Hace unos días vi un tweet de un manya en referencia al flamante estadio y decía algo así como “mi orgullo, tu envidia”. Ese tweet me hizo recordar una anécdota que siempre me contaba mi abuelo.

MI abuelo y mi abuela se conocieron muy jóvenes. Se casaron y formaron su familia. Y como todos los recién casados tenían el sueño de la casa propia. A eso se enfocaron. Primero alquilaron, hasta que con mucho esfuerzo y sacrificio lograron comprar la casa que alquilaban. El sueño estaba cumplido. Al principio la casa era algo precaria, con mucha madera. De a poco mi abuelo con mi abuela la fueron mejorando. Le agregaron materiales más resistentes, y además la casa se fue agrandando. Cerca de mis abuelos vivía un señor con una historia parecida. El hombre formó su familia, se agrandó, pero por distintos motivos, nunca pudo, o no quiso tener su casa propia. Y ese vecino le tenía mucha envidia a mi abuelo. Pero mi abuelo nunca reparó en esa envidia. Se enfocaba en su objetivo, sin mirar para el costado, porque su felicidad era su casa, y no la frustración de su vecino, que en nada le afectaba.

Junto con la casa también se fue agrandando la familia. Llegaron los hijos, mi padre y mis tíos. Tuvieron muchos hijos. Y la casa se empezó a llenar de recuerdos, alegrías, y alguna que otra frustración. Las mayores fueron el incendio, no en una oportunidad, sino en dos. La casa quedó destruida. Pero mi abuelo y su familia no eran de rendirse. Así que la reconstruyeron y quedó mejor que antes. La envidia del vecino crecía día a día en forma inversamente proporcional al orgullo que mi abuelo y familia tenían por su propia casa. No era la más linda, no era la mejor, pero tenía historias, vivencias, recuerdos, alegrías, y alguna tristeza propia que la hacían única.

Un día mis abuelos faltaron. La casa quedó en desuso y se deterioró un poco. Hasta que un día las nuevas generaciones decidimos reconstruirla. Lo hicimos a pulmón. Todos aportamos algo. Un peso por acá, un material por allá, con mucho laburo. Y nos quedó hermosa. El orgullo de aquel abuelo, ahora estaba multiplicado por mil. Nos acordamos de ellos todo el tiempo, y pensamos, que orgullosos deben estar, donde estén. No les puedo describir con palabras lo que sentimos el día de la reinauguración. Hicimos una fiesta increíble. Pero la cosa no quedó ahí. Cada día que pasa la vamos mejorando, agrandando y embelleciendo. Y hoy la disfrutamos todos, en familia, con un sentimiento de pertenencia increíble. Nos genera una mezcla de orgullo y felicidad como pocas cosas. Y allí disfrutamos fiestas y reuniones increíbles que parece que a los vecinos no le gustan nada. Lamentablemente, la envidia del vecino se transmitió a las nuevas generaciones.

Un día vimos que los vecinos se compraron un terreno. Estaba algo lejos de donde habían nacido. Pero era la oportunidad de tener su propia casa. Nos puso contentos. Ahora van a entender lo que sentimos nosotros desde hace muchos años. Y finalmente, con ayuda de algunos amigos, las nuevas generaciones lograron construir su casa. Una casa moderna, una casa linda. No tenía allí los recuerdos, vivencias, alegrías y frustraciones de la historia familiar que la hacen especial. Era el comienzo de una nueva etapa. Pero los vecinos habían crecido con esa envidia metida en el cuerpo. Y en lugar de concentrarse en disfrutar de su nuevo hogar, de crear nuevas vivencias y lindos recuerdos, se dedicaron a refregar a mi familia su nueva adquisición. Nos mandaban mensajes diciendo que no sintiéramos envidia por su casa nueva y moderna. Sin entender que nuestra casa tenía lo más lindo que puede tener una casa, historia familiar.

No sé porque el tweet que ví me hizo acordar a esta anécdota de mi abuelo y mi familia. No sé, pero por algo será.

Diego Ávalo

Foto: nacional.uy





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