Por Recibimos y publicamos
13 Mar 2014
DanielEnríquez

El primer relato de Daniel Enríquez publicado en nuestra web tuvo una muy buena aceptación. Ante esto, se animó y la emprendió con un segundo relato que compartimos.

Ya no le preguntaba al guarda donde bajarme, la tenía clara. 

Comencé a entrenar en la sexta de Nacional en la cancha de la Escuelita –el mismo lugar al que había ido a probarme como aspirante–, pero esta vez, no nos cambiábamos al costado de la cancha, lo hacíamos en los vestuarios. Era de adoquines, piso de cemento, clavos en la pared para colgar la ropa, duchas muy oscuras; tenías que pisar con los talones, los dedos apuntando hacia arriba porque el “temor” de agarrarte hongos estaba ahí. El agua siempre estaba fría, había que ser guapo para entrarle, ¡eh! Igual que en la cancha. El que llevaba un jabón marchaba, se lo pedían todos y le duraba un solo baño.

No recuerdo haber sentido hostilidad por parte de mis nuevos compañeros, todo lo contrario. Recuerdo que con algunos hice una muy linda amistad, como con Alfredo " el Canario". Le decíamos así porque venía de muy lejos... de Shangrilá, y Alberto, que jugaba de puntero derecho (seguro antes jugaba de 9 o de 10) era rapidísimo. 

Siempre jugábamos carreras, él y yo éramos los más rápidos del plantel. El técnico era el mismo que nos había evaluado como aspirantes y ahora parecía menos serio, se reía y hacía bromas de vez en cuando. Se llamaba Esteban Ríos. Aparte de ser el DT, trabajaba como periodista. Lo que más recuerdo de él es que siempre nos insistía en que tocáramos la pelota y rápidamente fuéramos a buscar la devolución. Quería que tiráramos paredes, cosa que yo lo sabía muy bien ya que lo había hecho siempre con mi mejor compañero de equipo: el muro de Don Bosco o la casa de los vecinos.

Comenzó el campeonato, para nosotros era un orgullo representar al Club Nacional de Football, ponernos la camiseta del glorioso tricolor y jugar el campeonato Uruguayo. 

Jugábamos en todas las canchas –para nosotros eran estadios–. Sin dudas la cancha era más chica era más grande que el patio de Don Bosco o la calle en donde jugábamos. 

Las canchas estaban más lejos que la de la Escuelita, igual íbamos en bañadera, ¡qué nivel! Cuando ganábamos y estábamos de ánimo cantábamos, hasta que llegaba el DT que se daba vuelta y nos decía que nos calláramos, así no baboseamos a los rivales y no había lío. Yo me sentaba siempre en el fondo, donde había más descontrol, igual todos le hacíamos caso y guardábamos silencio inmediatamente.

Casi nunca sabíamos contra quien íbamos a jugar, lo que queríamos era jugar al fútbol, divertirnos y ganar. Nos daba igual contra quién. ¡Nos sentíamos los mejores!, ¡jugábamos en Nacional! Así pasamos partido a partido. Muchos días fríos, hasta con agua nieve; no teníamos camisetas de manga larga, de modo que había que calentar muy bien, la pelota era de cuero, cuando se mojaba pesaba mucho, difícil para cabecear y el primer pelotazo que recibías, ¡era mortal! Te quedaba el ardor un largo rato, pero te lo tenías que bancar. Recuerdo que a mi me tocaba sacar del arco, el golero en esa época no sacaba nunca. La pelota estaba tan pesada y el área chica tan embarrada que no llegabas ni cerca a la mitad de la cancha. Entonces le hacía señas a mis compañeros para que bajaran un poco a defender esa pelota que muy probablemente quedara corta. Cuando sacaba varias veces, comenzaba a dolerme el muslo, perdía fuerza y entonces le pedía a mi compañero de zaga que sacara él. No sé cómo hacía pero le pegaba de punta para llegar más lejos, ¿viste? Yo no podía, me dolían mucho los dedos.

Jugamos partido tras partido, en distintas canchas, distintos rivales y con distintos climas, hasta que salimos campeones. ¡Y otra vuelta olímpica! pero esta vez en una cancha profesional. Tenía poco pasto como todas y solo tribunas a los costados de la cancha. Igual la dábamos bien abierta y despacito, saludando a la gente que nos aplaudía de pie. Yo abrazado de Alberto “mi amigo” dábamos la vuelta saludando con una mano a los hinchas que estaban afuera. Entre la cantidad de gente descubrí a mi abuelo que me había ido a ver a escondidas, ya que a mí me daba vergüenza que me fueran a ver. ¡Qué emoción! Me pareció que él también estaba emocionado. Se me humedecieron los ojos. Ese día nos bañamos con agua caliente. 

Volvimos en la bañadera, en el fondo por supuesto, cantando el “dale campeón, dale campeón”,en ese momento le pregunté al Canario que iba al lado mío: "Canario, ¿Cual es tu nombre completo?" Me miro y me dijo: "Alfredo Arias" "¿Y vos Alberto?" ,lo llamé: ¿cuál es tu apellido? :"Bica, Alberto Bica", me contestó.

Daniel Enríquez





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